Los mejores waffles belgas están en el puerto de Punta del Este
Desde hace más de 10 años, una pareja que emigró de Bruselas vende aquí su producto insignia
Alto, flaco, sonrisa bonachona y pelo rubión, su estampa inconfundible se divisa todas las tardes de verano frente al puerto de Punta del Este. Allí, más precisamente en la esquina del Yacht Club, el hombre despliega todos los días, de 17 a 20, la gran bandera con los colores de su patria: negro, amarillo y rojo. Junto a ella, las cajas con los waffles caseros –de vainilla, naranja, almendras o bañados en chocolate semiamargo– que vende a 80 pesos uruguayos (poco menos de tres dólares) la media docena.
Olivier De Groote tiene 58 años y hace 12 llegó a Uruguay. Su mujer, Jacqueline, nació en este país, hija de padres belgas que decidieron afincarse en una chacra del departamento de San Carlos, a 20 km de Punta del Este. Cuando su padre murió, Jacqueline, que en su juventud había emigrado a Bruselas, puso proa rumbo al hemisferio sur nuevamente, esta vez para acompañar a su madre. La sigueron, claro, Olivier y los hijos de ambos, Victoria y Darío, que en ese momento despuntaban la adolescencia. ¿Qué podemos hacer?, se preguntó entonces la pareja, y surgió lo impensado : vender waffles belgas. En Bruselas, Olivier, profesor de idiomas (habla inglés, español, flamenco, alemán y francés, su lengua nativa) había aprendido a elaborar estos gofres esponjosos junto a un hermano repostero. Así, la pareja se arremangó, puso las manos en la masa y se largó a la aventura. Gracias a la nacionalidad uruguaya de Jacqueline, el municipio esteño les otorgó un permiso para montar su pequeño negocio en la zona del puerto.
Pasaron los años, la madre de Jacqueline murió y el matrimonio se quedó. "Los chicos terminaron sus estudios acá (Victoria, de 27 años, es productora de un canal de televisión local; Darío, de 24, acaba de recibirse de Agrónomo) se hicieron muchos amigos y no quisieron regresar", explica Olivier, al tiempo que él mismo reparte saludos aquí y allá. "On se voit", "Ey, ¿cómo estás?", "Mañana tengo listo tu pedido".
"Este de acá es un peluquero francés muy top que veranea en Punta del Este, aquel otro trabaja en una inmobiliaria durante todo el año, aquella señora brasileña es una clienta fija...", desgrana en su español afrancesado, mientras continúa con la mano en alto y la sonrisa ancha.
Fuera de temporada, el puestito funciona solamente los fines de semana, si bien los demás días el matrimonio atiende pedidos de hoteles y negocios varios. Llueve o truene, Olivier no falla al trabajo, aunque tenga que guarecerse dentro de su auto con el cargamento de waffles a cuestas. "La gente me conoce y sabe dónde buscarme. En esos días de lluvia, se acercan directamente a mi auto".
Además, este profesor políglota continúa impartiendo sus clases de idiomas a alumnos particulares, incluyendo un chiquito de tres años que está soltando sus primeras palabras en francés.
¿Si piensan volver a Bélgica alguna vez? "No se sabe, no hay país ideal para vivir. En este momento, por ejemplo, Europa está muy complicada con el terrorismo. Y de acá rescato la calidez de la gente, el hecho de que tienen la mano sobre el corazón". La charla se interrumpe cuando una camioneta 4x4 le toca bocina. "Ya estoy con ustedes", responde, atento. Y a modo de despedida, se disculpa: "Hay que seguir trabajando.Voilá".
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