Lo que aprendí de mi papá: “Es un verdadero héroe”
Cinco lectoras nos comparten sus historias de desafíos y enseñanzas con sello paternal; una de ellas rescata el valor de su papá como veterano de Malvinas
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Dicen que los maestros son aquellas personas que nos dejan enseñanzas muy valiosas. En la vida seguramente nos encontremos con muchos, pero hay uno que nos marca siempre a fuego: papá. Con deseo o no, se convierte en uno de nuestros primeros maestros. A veces le pifia, sí, pero también esos errores pueden transformarse en grandes aprendizajes.
Papá muchas veces es quien nos enseña a transitar la vida, con sus propias seguridades y sus temores al volante. Nos da indicaciones, algo parecido a como cuando aprendemos a manejar: al principio no lo entendés mucho (y hasta lo podés pelear, ¡si no, acordate de tu adolescencia!), pero después le agarrás la mano y comprendés esas primeras advertencias. Y al igual que cuando vamos por la calle, en la vida también aparecen semáforos, que nos obligan a frenar, y algunas subidas, que nos piden que aceleremos.
Cuando ya nos sale automático y somos nosotras las que manejamos y tenemos el control de nuestra vida, los consejos de papá siguen ahí. El camino a veces es complicado: hay pozos, desvíos, rampas y túneles. Hay que acelerar, frenar o bajar un cambio. Y hoy, ya adultas, también somos capaces de mirar las huellas del camino que fuimos dejando atrás, y las otras huellas –amorosas e invisibles– que ellos dejaron en nosotras. Los papás de nuestras vidas se transforman en ejemplos, de lo que queremos hacer y de lo que no también. Papás presentes, ausentes, superpoderosos, rotos, llenos de amor, con dificultades... Son nuestro primer vínculo y nos obligan a pensar cómo nos atravesaron.
En el mes de los papás, cinco lectoras compartieron con nosotras sus historias, sus recuerdos más marcados y el sello de su aprendizaje. Son historias de padres como el tuyo o los de quienes hacemos esta revista: personas con aciertos y errores, que se convirtieron en el faro de nuestra vida. Nos metemos en sus recorridos para agradecerles y valorar al amor paternal. Y vos, ¿qué aprendiste de tu papá?
1. Que nada es imposible
Meli Luppo (35) y su papá, Eduardo (64)
“Cuando tenía 5 años, mi papá me sentaba en su máquina de escribir para enseñarme cómo posicionar las manos en las teclas para, así, poder tomar velocidad y darles rienda suelta a mis palabras. Cuando fui adolescente, se paraba detrás del alambrado cuando jugaba al tenis, no solo para darme aliento, sino también para decirme cómo agacharme para tener más fuerza o cómo enfocarme en mi rival. Yo me enojaba, mucho, pero él encontraba la forma de hacerme creer que no importaba cuántas veces la pelota se fuera de la cancha o a la red, aun match point abajo, yo podía, con esfuerzo y perseverancia, ganar. Dejé ‘los courts’ bastante joven, pero la vida empezó a unirnos desde otro lugar.
El tenis siempre estuvo presente en nuestras vidas. Mi madre, número uno en todas sus categorías cuando era chica, conoció a mi padre, periodista, en una nota hace 40 años. 30 años más tarde de esas noches en su escritorio, pegada a su Lettera 32, iba a llegar esa novedad que iba a cambiar mi historia: mi padre luchaba contra una institución gigantesca para reconocer a Guillermo Vilas, el tenista argentino más grande de todos los tiempos, como número uno del mundo. Parecía que quien era mi superhéroe cuando era chiquita materializaba de algún modo ese ideal infantil, con la bandera de la honestidad en una mano y la capa de la justicia en sus espaldas.
No voy a mentir. Hubo varios momentos en los que oficié de umpire (el ‘árbitro’ en el tenis) de su vida. Y se nos giró un poco el partido siendo yo la que daba aliento repitiéndole una y otra vez que su capacidad era inagotable. Nuestra historia está llena de grises, sin duda. Pero somos una familia marcada por la luz. Estoy segura de que, si volviera a esa máquina de escribir, encontraría entre papeles el aprendizaje más crucial, ese que más arriba anticipé como un cambio de vida para siempre, escrito entre los cuentos de mi padre y la niña que fui: nada en esta vida es imposible”.
2. A sanar y mirar para adelante
Lucía Galeano (34) y su papá, Fabián
“Soy Lucía, la mayor de 4 hermanos, la primera. Mi padre, fanático de Estudiantes de La Plata, enfermero y luego médico, era un hombre de pocas palabras de afecto, crítico y detallista, muy exigente y perfeccionista en su trabajo.
Nacimos el mismo día, el 17 de septiembre. Fui su ‘mejor regalo’, lo escuché decir alguna vez, pero por aquellas circunstancias de la vida hubo un tiempo en el que no hablamos; yo adolescente y él divorciado. Estuve enojada con él, muy enojada, pero por suerte hice terapia, me ordené, me escuché, comprendí y acepté. Me hizo falta y le hice falta, lo sé.
Un día volvimos a hablar y fue de aquellos instantes eternos que guardo en mi corazón. Recuerdo cada frase de nuestro diálogo, que empezó por temas médicos y terminó con un ‘cuidate, hija’ antes de cortar. Minutos después (supongo que fue cuando asimiló lo que había sucedido, nuestro reencuentro), me envió un mensaje que decía: ‘Gracias por llamarme, ¡estoy FELIZ! Orgulloso de vos. ¡Te quiero, hija!’.
Tuvimos un año más, para hablar, escucharnos y hasta intercambiar información en pandemia. Me acompañó, me guió y me contuvo en los peores días que tuve que transitar durante 2021 por una tragedia personal. Fue padre. Él ya no está, se fue por esos días. Lo extraño cada día y lo recuerdo con mucho amor y paz, la paz de habernos reencontrado.
Me enseñó a valorar los vínculos, resignificar nuestros lazos familiares y a aceptarlo tal como era. Me enseñó a sanar, a mirar para adelante y a quererme, a amar lo que hago y elegirme... Y me sigue enseñando en cada persona que me habla de él, de su vocación y la dedicación para sus pacientes. Me dejó hermanos que me rodean de amor, con los que seguimos transitando la vida, y me dejó el amor por Estudiantes, para poder recordarlo cada vez que grito un gol”.
3. Lo que es un verdadero héroe
Flor Ferreyra (31) y su papá, Walter (60)
“Para mí, mi papá es mi héroe, mi ejemplo y mi guía. Siempre está ahí, para las cosas grandes o hasta las más mínimas, como arreglar una canilla o poner un tornillo. Es único. No digo que todo lo haga bien, sino que me da tranquilidad saber que puedo contar con él y que está 24/7 los 365 días del año. Tengo la suerte de poder disfrutarlo en asados, vacaciones y en mi rutina, porque, junto con mi mamá, se encarga de cuidar a mi hija todos los días mientras yo me voy a trabajar. Me crió con el ejemplo, con el valor de la familia, ante todo. Debo admitir que, siendo una adolescente, le di varios disgustos y, sin embargo, él siempre estuvo ahí, para enseñarme y aconsejarme. Sus palabras fueron y son mágicas.
¿Por qué digo que es mi héroe? Porque no solo cumple a la perfección su rol de papá, sino que también me inculca el respeto por mi patria. Es veterano de la guerra de Malvinas y, si bien cuando era más chica no tenía la dimensión de lo que eso significaba para él, con el correr de los años pude verlo, sentirlo, emocionarme en cada aniversario y acompañarlo en cada vigilia, acto, hiciera frío o calor. Siento un orgullo enorme al verlo cantar el himno con tanto énfasis y amor por aquella guerra injustificada que tantos compañeros dejó atrás. Mi papá siempre está con una sonrisa, contando sus historias, aunque quizá sea algo reservado al respecto. Mis hermanos y yo, como hijos, ya sabemos todo lo que debemos saber y no tenemos ninguna duda de que ¡es nuestro héroe personal!
Una vez le prometí que, en cada aniversario de la guerra, le haría saber a mi hija quién es su abuelo, explicándole que es un soldado que luchó por nuestra Argentina, pero que es, también, el mejor padre del mundo. Este año, esa promesa la comenzó él, comprándole a su nieta su primera escarapela con las Malvinas. Hoy, mi hija la lleva en su ropa con mucho amor. Mi papá es mi mayor orgullo”.
4. A valorarme y confiar en mí
Cielo Muñoz Olesti (21) y su papá, Jorge (48)
“Desde chica, me llamó siempre la atención el valor y el peso que le daba mi papá al trabajo. Muchas veces, no podía estar presente en actos del colegio por un viaje laboral o una reunión importante. Así que cuando a veces podíamos acompañarlo al trabajo, me encantaba ver qué era lo que hacía mi papá y llevarme algo de su oficina. Más tarde, cuando volvía a casa y compartía tiempo con mis amigas, en lugar de ocupar el rol de ‘mamá’ o maestra en los juegos, yo era la que visitaba clientes y hacía cuentas.
Hoy en día, me aconseja mucho al momento de tomar decisiones laborales. Fue él quien me ayudó a armar mi primer currículum y me acompañó a mi primera entrevista laboral. Sé que va a estar presente en cada uno de mis sueños y objetivos, no solo a nivel laboral.
Él también busca mucho mis consejos o mi ayuda: el idioma no es su fuerte y siempre que puedo le doy una mano con la comunicación con clientes, leo sus discursos importantes antes de una exposición y, aunque reniegue, lo aconsejo con las redes sociales. Cuando tenemos la posibilidad de trabajar juntos, la gente que nos conoce a los dos dice que somos muy parecidos. Creo que hay mucho de mi papá en mi carácter y en mi personalidad.
Mi papá me marcó las líneas del recorrido y me ayudó a establecerme. Celebra cada uno de mis logros personales y me alienta a escribir mi propia historia, a que sea genuina y me guíe por mis ideales, remarcándome que él va a estar a mi lado en cada decisión o rumbo que decida seguir. Me llena de orgullo cuando otros reconocen sus logros y su esfuerzo: tomar la iniciativa y estar a la cabeza de un proyecto no es fácil y él demuestra todos los días que es posible cuando lo hacemos desde el disfrute y el amor. Compartir el día a día hizo que construyéramos una relación basada en la confianza, que espero que sigamos alimentando con amor y comprensión”.
5. A contar historias
María Meseri (31) y su papá, Jorge (65)
“Soy hija única y mis papás se separaron cuando tenía 10 años. En mis recuerdos no hay almuerzo de domingos o tardes en la plaza juntos. Será porque ambos trabajan mucho y los tiempos en nuestra familia eran otros. Mi mamá era médica y mi papá, abogado; digo eran porque ya están felizmente jubilados. Ojo, que esa carencia de momentos típicos no me hace sentir triste. En nuestra familia funcionaban otros rituales. Hay un recuerdo con mi papá grabado a fuego. Lo describo a través de un día puntual, pero era una situación que se repetía a menudo.
Teníamos un Fiat Uno negro, con el que tiempo después aprendí a manejar. Serían las 10 de la noche de algún día de semana y estábamos con mi viejo estacionados en la puerta de la clínica del pueblo. Mi mamá tuvo que ir de urgencia a atender un paciente y nosotros la esperamos como dos soldados a que terminara. En ese momento empezaba la magia. Mi papá comenzó a contarme historias irrisorias, fantásticas, de monstruos y personajes viles de fábulas populares. Nunca aparecía una princesa ni mucho menos el sobrevalorado príncipe azul. Esa capacidad de entretener a una niña inquieta la conseguía solo él con sus relatos, que me despertaban la creatividad y se convertían en la mejor película de Disney. Esa estimulación de la imaginación pasó de la palabra hablada a los cuentos leídos y, posteriormente, a escribirlos juntos.
Mi vocación (ser periodista) la descubrí gracias a su propia pasión por el mundo de las historias. Contar historias nos encanta y ambos lo hicimos un hobbie, un oficio y una profesión. Crecí viéndolo concentrado, con los ojos llenos de adrenalina y con una sonrisa en la cara cada vez que las palabras tomaban vuelo propio y la hoja se estampaba de su impronta. Él escribía para los diarios en papel y yo tengo sus recortes. Yo empecé a escribir en diarios y revistas en papel y él tiene mis recortes. La sangre tira y yo heredé su pluma”.
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