Lo mejor del amor. Mi relato de parto
Quería parir. Incluso antes de enterarme que estaba embarazada de Julieta, sabía que quería parir. Quería que mis hijos decidieran cuándo nacer y que esa decisión atravesara hasta el último centímetro de mi cuerpo. La expectativa era tan alta que allá por el 2015, cuando en plena sala de parto, con seis centímetros de dilatación, epidural, bolsa rota con presencia de meconio y baja de pulsaciones, la partera me dijo que había que ir a cesárea, me puse a llorar como una nena.
La angustia cedió enseguida. Es que fue todo tan rápido e intenso que a la media hora estaba con Julieta en brazos, conociendo lo mejor del amor (primera parte).
Durante dos años me informé y empoderé. Muchas noches me fui a dormir leyendo relatos de parto y fui registrando procesos, intervenciones, nombres de obstetras y características de las distintas instituciones. “Se puede parir después de una cesárea”, leí una y mil veces hasta convencerme.
El 5 de marzo nos enteramos que Camilo estaba en camino y ese día el sueño del parto tomo más fuerza. Ahora teníamos que encontrar a un equipo que acompañara mi deseo de parir después de una cesárea (vale aclarar: no era un capricho sino una práctica que recomienda hasta la OMS pero que en Argentina pocos profesionales siguen). Mi marido fue claro: él me iba a acompañar en esta elección siempre y cuando eligiera a un obstetra que atienda en Capital Federal y que el parto se produzca en una institución. Así conocimos a Tito Lodeiro (obstetra y homeópata) y a Edith Diez (partera). Tenía varias amigas y conocidas que habían tenido a sus hijos acompañadas por ellos y todas las experiencias eran maravillosas. Partos fisiológicos, cesáreas respetadas y partos después de cesáreas. Todos nacimientos repletos de amor. El único freno que se nos presentaba era que eran por privado y teniendo obra social dudamos mucho si pagarlo aparte pero finalmente decidimos hacerlo.
El embarazo transcurrió con total normalidad. Yo me sentí ágil y vital hasta el último día. En la semana 22 empecé a asistir al abordaje corporal emotivo (ACE) que coordina Lorena Vaamonde (una herramienta clave para encontrarme con mi cuerpo y sus posibilidades) y a vincularme con el equipo de parteras que trabajan con Edith: Natacha Fernández y Cecilia López, que amorosamente me fueron regalando información y seguridad, al tiempo que contestaban mis dudas y me ayudaban a derribar mitos y fantasmas que me iban surgiendo. Hoy, después de vivir la experiencia, estoy convencida de que a un parto hay que llegar liviana de equipaje, y que para poder soltar, primero hay que confiar.
En la semana 36 empecé a tomar homeopatía y té de frambuesa y casi sin darme cuenta llegué a la fecha probable de parto: 10 de noviembre. Para ese entonces tenía el cuello blando y semi borrado pero no había dilatación, ni contracciones ni señales de un parto próximo. Esa semana empecé con acupuntura y pasé largas horas sentada en la pelota, abriendo mi pelvis con movimientos envolventes.
Sabía que la ansiedad era enemiga de la oxitocina así que intenté relajarme. “Vas a parir” me repitió Edith hasta que me lo creí. “Ya sabemos que tu útero dilata por tu experiencia anterior, confiá”, me repitió Tito.
El miércoles (40+5) me pidió permiso para hacerme un tacto. No había cambios. “Hay que empezar a soltar”, me dijo, y aunque nos acercábamos a la fecha límite (41+3) no mencionó una sola vez la palabra “cesárea”. Realmente estaba en manos de un equipo que confiaba en mí pero para lograrlo tenía que soltar, tenía que desconectarme del mundo Yang.
El parto (relato a Camilo)
Esa tarde, cuando llegué del obstetra te hablé mucho. Te dije que estaba preparada para encontrarnos del otro lado, para ser dos. Que tenía muchas ganas de conocerte, de tenerte en brazos y besarte. Te conté todo lo que había aprendido durante el embarazo y que acá te esperaban ansiosos tu papá y tu hermana.
A las dos de la mañana una contracción me sacudió de la cama. Durante seis horas te hiciste notar cada diez o quince minutos. Eran contracciones muy cortas, no pasaban los 20 segundos. Esa noche descubrí los que iban a ser mis lugares favoritos durante los próximos días: la pelota y el agua. Sólo ahí podía transitar las contracciones. También me acordé mucho de los abordajes, de Lorena diciéndome que aproveche los intervalos para respirar profundo y oxigenarme, que las contracciones no vienen de afuera sino que es mi cuerpo el que las genera, que la naturaleza es sabia y gestamos aquello que podemos parir, que no hay que pelearnos con el dolor sino atravesarlo de la mejor manera posible. Y me acordé del movimiento, en movimiento (pero sobre el sostén de la pelota o el contacto con el agua) mi cuerpo transitaba mejor el dolor.
A las ocho de la mañana las contracciones cedieron y empezaron a espaciarse. Estaba tan cansada que cancelé todos los compromisos y decidí quedarme en casa. No quería ver a nadie ni que me pregunten cuánto faltaba. Dormí, vi series y acomodé ropa. También aproveché para estar mucho con tu hermana, para despedirnos juntas de su exclusividad de hija única. Tres de la mañana otra contracción volvió a despertarme.
Esa mañana (41 semanas) llamé a la partera para contarle y ella me propuso ir a verla. Le pedí a papá que me acompañe, ya no me sentía segura para manejar y me espantaba la idea de subirme a un taxi. Armamos la logística para que alguien busque a Juli del jardín y fuimos.
Edith nos esperaba con la misma paz de siempre. Nos preguntó si teníamos algún miedo, cómo estaba Juli, cómo nos preparábamos. Yo sólo quería que me revise y me diga que algo había cambiado, que al menos estaba con 1 o 2 de dilatación, que vos estabas preparado para nacer.
“ESTÁS EN 6 Debbie, Camilo nace hoy o a lo sumo a la madrugada”. Sus palabras fueron una poderosa inyección de oxitocina. Aunque en ese momento estaba sin contracciones, estaba en trabajo de parto, estaba dilatando, estaba cada vez más cerca de encontrarme con vos, lo mejor del amor (segunda parte).
Acordamos que cuando empezara con contracciones regulares la llamaría, que ella vendría a casa a continuar el trabajo de parto para luego ir al sanatorio.
Llegamos a casa, almorzamos con Juli (que esa tarde se iba a quedar con su niñera y después iba a ir a dormir a lo de los abuelos) y nos quedamos en la habitación. Papá descansó un poco y yo me senté en la pelota a ver una serie. Dos horas más tarde recibí un mensaje de la partera: “¿Cómo andamos?” cuando le conté que estaba viendo una serie me pidió que desconecte, que me meta para adentro, que baje las luces y ponga música. Que me entregue.
Era momento de despedirme de tu hermana, que se iba a la plaza y yo presentía que no nos íbamos a volver a ver por bastante tiempo, así que le di un abrazo apretado y le dije que faltaba poco para que nazcas. Poder despedirme de ella me dio mucha tranquilidad.
Después me encerré en el baño con la pelota y transité una hora de contracciones rítmicas con Snatam Kaur y Pedro Aznar de fondo.
Cuando llegó Edith, estaba con 7 de dilatación. Esperamos un ratito y fuimos para el sanatorio. El viaje en auto (menos de diez minutos) fue insoportable. Tuve muchas contracciones. Papá se quedó haciendo los papeles de internación y nosotras nos fuimos a la sala de preparto. “Ahora hay que trabajar”, me dijo, y enseguida llegó Tito, que para que ubiques mejor la cabecita me pidió que me arrodille en la camilla, de espaldas, abrazada al respaldo. Así aguanté unos minutos hasta que sentí un dolor tan intenso que pedí la epidural.
Una hora más tarde llegó la anestesista y pude tolerar mejor las últimas contracciones. Sin embargo, enseguida sentí necesidad de pujar y el dolor volvió con mayor intensidad. En ese momento rompí bolsa y, como había meconio, el monitoreo (que venía siendo intermitente) pasó a ser constante. Yo estaba tan pendiente de todo que hasta me molestaba el sensor en la panza. En cada pujo sentía que me desarmaba, que no tenía resto para seguir.
Durante varios pujos sentí tu cabeza atravesar mi pelvis y hubo un momento donde pensé que no iba a poder. “No puedo más, metelo para dentro y vayamos a cesárea” llegué a pedir. Ahora, mientras escribo tu relato, me acuerdo y me río.
“Deborah abrí los ojos y mírame”, me pidió el obstetra: “Si que podés, un pujo más que ya sale, tocate que la cabeza de Camilo está casi afuera. Le bajaron un poco las pulsaciones necesitamos que nazca”.
En ese momento agarré fuerte a papá con una mano y a Edith con la otra y pujé y grité con toda mi fuerza.
Tu cabeza asomó al mundo por primera vez y con otro pujo salió todo tu cuerpo. No sabés qué placentera la sensación cuando salió tu cuerpo tan blandito y todo el dolor cedió en un instante. Enseguida te pusieron en mi pecho y nos fundimos en nuestro primer abrazo de este lado, todavía unidos por el cordón. Y la cara de felicidad que tenía papá es indescriptible, extasiado de haber presenciado tu nacimiento, “lo que es la naturaleza”, como dijo él.
Unos minutos después Tito cortó el cordón y vos fuiste con papá a que te hagan unos pocos controles (ya que habíamos pedido que no te realicen muchas de las intervenciones de rutina). Mientras tanto yo alumbré la placenta y Tito me cosió un desgarro.
Naciste en tus tiempos, cuando vos quisiste, después de un trabajo de parto largo y respetuoso. Pasaron dos semanas y yo sigo desbordada de oxitocina y amor.
Gracias a mi marido por escuchar y acompañar mis deseos hasta hacerlos propios. A Julieta y Camilo, por enseñarme tanto desde tan temprano. A Tito Lodeiro por la entrega constante, el amor y la sabiduría. A Edith Diez por no soltar mi mano, por confiar en mi cuando ni yo confiaba. A Lorena Vaamonde, Natacha Fernández y Cecilia López por ayudarme a conocer mi cuerpo y sus posibilidades. Y a toda la fuerza femenina que circuló estos meses en el blog y en mis redes. Hoy no puedo estar más de acuerdo: ¡Somos mucha mujer!
Debbie
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