Las calderas
Hola Cari!!
Me quedé impactado por la increíble fuerza y emoción que contenía tu relato en tu último post. Abriste una puerta muy grande y está muy bueno que hayas decidido compartir una experiencia tan modificadora en todos sus aspectos acá. Te vi con anillo y sin anillo. Y hay miles de minutos y horas de distancia, y aunque cambiaste en todo el proceso, la verdadera esencia tuya trasciende cualquier formato y separación del tiempo que pueda existir.
Para este post, y como para arrancar, pongo este tema genial que te gusta y del que hablábamos hace poco por whatsapp:
Para contarte tengo miles de cosas, desde nuevas aventuras y desventuras de Maribel (con muchos nervios, errores y una desopilante experiencia en mi depto.) a la separación definitiva de dos amigas mías que de pareja pasaron a amigas, y de amigas ahora a dos seres que se rechazan fuertemente. Y entre medio, la vida que nos pasa por delante con sus trenes y vagones cargados de todo lo que podemos querer o anhelar. A veces pasa rápido, como el parpadeo de los ojos. Otras veces, se detiene casi por completo gritando a viva voz que los pasajeros se suban a bordo de la aventura. Y uno con su boleto de viaje en la plataforma pivoteando entre este tren y el que viene luego.
Fue una semana agitada, con muchas emociones dando vueltas por el ambiente y con momentos donde había que elegir si subirse al tren o esperar el siguiente. Entre lo que contaba en mí último post, sobre las cosas del pasado que vuelven a reflotar, tuve una que me llenó de dicha y alegría: volví a subirme a un escenario. Si ya sé, el tipo no se queda quieto: hace judo, es docente, tripulante de cabina de pasajeros y ahora resulta que es músico ja ja.
La música, y el arte de la ejecución e interpretación de la misma es algo que llevo dentro mío desde siempre. Una veta artística heredada de madre, una tremenda artista que se mueve en prácticamente todas las ramas del arte como una rama flotando en el rio empujada por la corriente. Sin dudas, lo que tengo de artístico se lo debo a ella y su incansable búsqueda en la expresión.
De chico soñaba con ser estrella de rock. Recuerdo vivamente como en mis primerísimos años tomaba una guitarra para niños, que era casi de juguete, y robando las tiras de tela que usaban en casa para atar las cortinas, la transformaba en una vincha para emular a Axl Rose. Siempre fue como un juego, algo que me divertía y me parecía GENIAL. Ver a un tipo aplaudido por la gente hacer lo que hacía me impactaba y soñaba con ser eso.
Pero mi sueño fue siempre distinto: yo quería ser la estrella, pero era un sueño del que podía prescindir en mi vida. Fue en la adolescencia donde padre me regaló mi primer guitarra: una antigua casa Núñez de medio concierto. En ese entonces, cautivado por la simpleza del Unplugged de Nirvana comencé a tomar clases. Carecía completamente de oído o cualquier herramienta que me pudiese ayudar, pero tenía mi actitud para salir adelante. Al poco tiempo, toqué por primera vez en vivo en mi escuela.
Poquísimos años después, uno de mis tíos que es músico, después de verme tocar y mientras me enseñaba un poco más de guitarra, me recomendó que haga la transición al bajo: "el bajo es para vos" me dijo en un verano no tan caluroso en Salsipuedes.
No tardé mucho en saber que podía cambiar felizmente mi viaje de egresados de la secundaria por el que fue mi primer bajo. Devuelta, bandas, algunos shows pero nada más. Y lentamente se fue desvaneciendo esa idea del escenario, del show en vivo y de tocar ante la gente por otro tipo de audiencia, que toma notas incesantemente de lo que uno dice cual monologo en un aula. Seguí tocando, seguí aprendiendo pero con otra motivación: sin darme cuenta, tocar se había convertido en mi terapia: en los días buenos, en los días malos, y también en los más o menos, tomar mi bajo era lo único que me volvía a conectar pieza por pieza con mi ser. Pasaron varios años, donde la practica casera y la ejecución a volúmenes non sanctos se había hecho cotidiana. De a poco me fui desprendiendo de la idea de una banda y demás para convertir a la música en mi terapia.
Pero algo estaba inconcluso. No terminaban de conectar los cables. La maquinaria se activaba pero se olía desde las calderas que el combustible no quemaba igual. Hasta hace nada de tiempo. Nada de tiempo porque apenas pasaron dos semanas, donde me volví a rencontrar con mi sueño perdido en los libros de facultad, en apuntes estúpidos y en otros intereses. De pronto ¡flash! Y no era la chica del bikini azul, sino las luces, el calor incendiario de un escenario, muchas almas debajo coreando y todo fue magia. Cerré todos los capítulos y puertas de los últimos tiempos: Río Grande, los amigos que ya no están, las relaciones que no fueron, las que lamentablemente fueron, las dudas, los monstruos y toda la porquería que uno absorbe.
Enfundado en un rol de alquimista de mi ser, con el Duque Blanco en mi pecho, el rayo rojiazul recientemente eterno en mi brazo, el espíritu de Ziggy en mí, con el apoyo y las energías de los que importan en mis dedos, y con el fuego de un público voraz y desatado, las calderas trabajaron al 100% y ya no hubo nada que pesara sobre mí, solo el goce orgásmico de saber que estaba devuelta, con todas las piezas conectadas dentro.
Beso gigante
Muaaaack
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