La insólita historia de Elisabeth Finch, la guionista de Grey’s Anatomy que construyó su carrera a partir de mentiras
Elisabeth Finch fue, por muchos años, una de las principales guionistas de Grey’s Anatomy y construyó su carrera a partir de mentiras
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Los fans de Grey’s Anatomy están acostumbrados a las historias melodramáticas, retorcidas y, muchas veces, improbables que atraviesan los protagonistas del drama médico creado por Shonda Rhimes. A lo largo de 18 temporadas, a estos valientes doctores les tocó vivir todas las situaciones imaginables, pero nada los preparó para afrontar la realidad y mucho menos las mentiras de Elisabeth Finch: guionista y productora consultora que, durante años, transformó sus supuestos traumas personales en una parte esencial de los arcos narrativos del show, ganándose la empatía de todos a su alrededor.
Unirse al grupo de escritores de la serie era un sueño para la guionista que había comenzado a cimentar su carrera en producciones exitosas como The Vampire Diaries y True Blood. La oportunidad le llegó finalmente en 2015 y fue la mismísima Shonda quien le dio la bienvenida con los brazos abiertos, conmovida por su resiliencia y su lucha contra un condrosarcoma, una forma rara y casi siempre fatal de cáncer óseo.
Finchie, apodada cariñosamente, pasó casi una década compartiendo sus experiencias a través de ensayos en línea, reportajes en grandes medios y los episodios de Grey’s Anatomy; hasta que en febrero de este año un extraño (y revelador) correo electrónico llegó a la casilla privada de Rhimes. Su destinatario: Jennifer Beyer, una enfermera de Kansas que se había casado con Finch en 2020, pero ahora estaban separadas. ¿El motivo? Las historias de Elisabeth no solo eran mentiras, sino que se había apropiado de los problemas de los demás. Era hora de ponerle un alto.
Cuando la ficción se convirtió en su realidad
Elisabeth Finch creció en el seno de una familia judía de clase media en Cherry Hill, Nueva Jersey. Cursó estudios en Carnegie Mellon y más tarde en la escuela de cine de la Universidad del Sur de California, tras los cuales comenzó a trabajar como asistente del guionista televisivo Rick Cleveland, quien la presentó a Alan Ball, creador de True Blood. Así entró en las ‘grandes ligas’ como guionista de televisión junior.
Durante ese período escolar, su mamá fue diagnosticada de cáncer (el cual superó) y ella decidió aprender todo lo que pudo al respecto para estar bien preparada. Años después escribió: “Nuestra familia era experta en farmacología, diseño de pelucas, jerga hospitalaria moderna y formas subrepticias de vomitar en lugares públicos”. Era la primera vez que compartía sus experiencias con otros -en un sitio de ensayos llamado Fresh Yarn-, y ahí también admitió haberse hecho la prueba de la mutación del gen BRCA (una de las causas del cáncer de seno o de ovario), la cual resultó positiva.
Como los capítulos de una telenovela, los ‘relatos personales’ de Finch también tienen giros dramáticos y cliffhangers. Una marca distintiva de sus mentiras son los constantes encuentros con sus doctores, hombres poco profesionales que solo esperan ver su desesperación y sufrimiento ante las malas noticias, mientras ella decide no darles el gusto y demostrar su valentía ante la adversidad.
En 2012, mientras trabajaba en The Vampire Diaries y lidiaba con una rutina laboral desgastante, reveló tener este raro cáncer de huesos, descubierto después de una supuesta cirugía de reemplazo de rodilla. El tumor que tenía en su columna había crecido demasiado y una operación podría dejarla paralítica. Por el momento, la quimioterapia era su única opción.
Cada detalle de su diagnóstico quedó inmortalizado en un artículo que escribió para la revista Elle en 2014, el mismo que llamó la atención de Shondaland y le consiguió ese trabajo de ensueño. Casi cinco años después de pasar a formar parte del equipo de la serie, su propia historia saltó a la pantalla en el episodio “Anybody Have a Map?”, donde descubrimos que Catherine Fox (Debbie Allen) tiene un tumor en su columna. Más precisamente, un condrosarcoma inoperable en la zona cervical, aunque sus doctores logran salvarla. Lamentablemente -como Finch-, parte de su cáncer sigue ahí y la obliga a convivir con la enfermedad.
“Soy una persona que vive con cáncer y puede que eso nunca cambie. Soy fuerte, soy capaz. Puede que haya avances médicos, pero no puedo predecir el futuro. He hecho las paces con mi presente, soy una persona con una incapacidad, una persona que vive con cáncer”, Elisabeth Finch
Ante sus conocidos, Elisabeth era un “milagro andante”, incluso la única sobreviviente en uno de sus tantos ensayos clínicos. Este semblante pegó fuerte en la sala de escritores, donde obtuvo todo el apoyo de compañeros y jefes. Fich tenía todo el tiempo que necesitara a su disposición para quimioterapia o sus viajes a la Clínica Mayo en Minnesota. También monopolizaba las historias sobre el cáncer en el programa, ya que ella era “la experta”.
Una enfermedad incurable no parecía suficiente para esta mentirosa compulsiva. Contra todo pronóstico médico, admitió haber quedado embarazada, pero debió realizarse un aborto ante la posibilidad de tener que suspender su tratamiento; además de la necesidad de un trasplante de riñón. Supuestamente, también perdió a un gran amigo durante la masacre de la sinagoga Tree of Life (de Pittsburgh) en 2018, restos que ayudó a recoger con el permiso del FBI; y hasta desbloqueó recuerdos traumáticos de haber sido abusada por su hermano, quien luego intentó suicidarse, pero falló y le dejó la horrenda tarea de desconectar su soporte vital. Por si todavía no quedó claro, NADA de esto tiene una pisca de verdad. Al menos, no en la historia personal de Elisabeth Finch.
Una acumulación de mentiras a punto de estallar
El estrés post-traumático (TEPT) tras los sucesos de Tree of Life llevaron a Finch a registrarse en un centro de rehabilitación. Lo hizo bajo el nombre de Jo, como Jo Wilson (Camilla Luddington), uno de los personajes de Grey’s Anatomy. Durante esa estancia conoció a Jennifer Beyer, madre de cinco que trataba de escapar de un matrimonio extremadamente abusivo. Beyer vivía aterrorizada por su esposo y muy pocos tomaban en serio sus denuncias.
Jennifer y Jo se hicieron amigas porque, en apariencia, compartían un pasado de abusos en común (acá entra la historia de Fich y su hermano). El trauma las unió, se enamoraron y se casaron antes de la llegada de la pandemia, pero las incongruencias ya empezaban a aflorar. Elisabeth sostenía una mentira en el entorno laboral y familiar (su cáncer y su TEPT) y otra en la intimidad con Beyer (el suceso con su amigo y la violencia de su hermano). Ambos mundos comenzaron a colisionar tras una visita de los padres de Finch, preocupados por su salud, la que Beyer desconocía… entre muchas otras cosas. En el medio, y en pleno proceso de divorcio, el esposo de Jen se suicidó, una “trama” que Finch se apropió, como ya les contamos unos párrafos atrás.
Durante la cuarentena, las sospechas de Beyer encontraron respuesta en viejos posteos de redes sociales donde Fich mostraba las secuelas de la quimio o festejaba cuando debería haber estado “recogiendo los restos de su amigo en Pittsburgh”. Tras la confrontación, Elisabeth confesó haber inventado absolutamente todo.
Paso siguiente, Beyer contactó a Rhimes y a Krista Vernoff, la showrunner de la serie, para que lleven adelante sus propias pesquisas. Un final digno de la ficción más retorcida, que todavía debe medir el alcance de sus actos y consecuencias. En mayo, y en medio del escándalo, Elisabeth Finch fue dada de baja administrativa como guionista de Grey’s Anatomy. La investigación sigue abierta y la escritora no ha declarado públicamente. Ella y Beyer están en proceso de separación, pero todavía queda un gran interrogante: ¿qué lleva a una persona a cometer semejante engaño, afectando tantas vidas en el proceso?
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