La ilusión del amor en verano: ¿podemos conectarnos más?
Nuestro columnista afirma: “Se supone que en vacaciones el amor se reencuentra con su verdad...” y así nos explica por qué en el veranito nos abrimos a la posibilidad de tener tiempo con el otro.
Siempre que por una cuestión estrictamente astronómica cambian las estaciones y adviene una vez más el esperado par primavera/verano, vuelven a producirse en nosotros sensaciones de mutaciones emocionales. Como si fuera posible trazar una línea que mostrara cierta extraña causalidad entre el clima y los estados de ánimo. ¿Será cierto, entonces, que toda climatología es, en el fondo, una psicología?
Parecería que no, aunque claramente el clima va ligado a ciertas costumbres que modifican nuestro estar-en-el-mundo. Por ejemplo, la ilusión de que con la primavera hay más posibilidad de enamorarse. Ilusión que remite a la mímesis de una apertura generalizada: el brote de toda la naturaleza parece continuar en una epidermis más proclive al encuentro con el otro. Circulan más olores, más colores, cuerpos más destapados, se va produciendo una erotización material de la realidad fuertemente aprovechada por una “industria del amor” que cohíbe a todo aquel que, más allá de los brotes, permanece en soledad. Es que toda ilusión determina supuestos ganadores y perdedores: no se puede estar en primavera solo. En realidad, si nos ajustásemos a las metáforas, el invierno llama mucho más a compartir la frazada y “hacer nido” juntos, mientras que la primavera se asocia más con la libertad: los pajaritos picotean yendo y viniendo de flor en flor.
Amor en el aire
En realidad, posibilidades de enamorarse hay siempre, o nunca, pero, como en toda religión, lo que se produce es, en definitiva, un pacto de confianza, de fe. Segundo ejemplo: la primavera es una religión. Nos imbuimos todos de un optimismo generalizado en consonancia con una naturaleza fecunda. Frases del tipo “no te preocupes, es primavera” expresan en algún punto ese pacto con un más allá que, por no ser del más acá, en general no pacta, salvo que finalmente nos demos cuenta de que solo se trata de un pacto con nuestro deseo. Pero así funcionan las religiones: se posicionan sobre nuestra esperanza. Y la mantienen viva. O sea, no la cumplen nunca. La religión de la primavera castiga incluso a aquel que decide sostenerse en el realismo recordándole: “Disfrutá este momento, ya volverá el invierno”. Sentencia que deja entrever la conciencia partida de toda religión: como decía Marx, es el opio de los pueblos no solo porque adormece, sino también porque provoca placer.
Más calor, más tiempo con el otro
Pero hay un clímax en esta rotación de la Tierra alrededor del Sol que es el verano. Por lo general, se supone que en las vacaciones el amor se reencuentra con su verdad, ya que las familias recuperan la inmediatez de los vínculos enajenados en el año lectivo por el dispositivo burocrático de la vida cotidiana. Volver a tener tiempo con el otro. Un acontecimiento que puede resultar en un derrame de gracia y plenitud, o derivar en su contrario: la esencia de la burocracia es que los medios se fagocitan la finalidad. Volver a tener tiempo con el otro puede ser desesperante, y así el verano, más que un clímax, se convierte en un punto de bifurcación, esto es, en un haz de posibilidades que suponen una decisión. Pero ya decía Kierkegaard: la angustia surge cuando el ser humano es consciente de ser pura posibilidad. El sosiego veraniego se nos vuelve un retorno introspectivo que nos exige una transformación. O no. Por suerte, las ilusiones también tienen su ciclo: se disuelven, se renuevan y se vuelven a disolver. Como las estaciones... •
¿Cómo vislumbrás las vacaciones? ¿Esperás tener más tiempo para disfrutar en pareja? ¿Tenés la ilusión de encontrar a ese amor que estás esperando? Leé también: Calu y Belén: "Tenemos una amistad de esas con las que te conectás en serio"yNacho Viale: "Todavía no se dio casarme y ¡ya estoy grande!"
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