La frontera entre el amor, el sexo y la amistad
Nuestro columnista de filosofía erótica asegura que en el mundo de los vínculos todo se juega de manera difusa y contradictoria. ¿En qué categoría irían los “amigos con derecho a roce”?
¿Cómo se diferencian el amor y la amistad? ¿Existe alguna definición que pueda circunscribir con cierta exactitud la diferencia entre ambos tipos de vínculo? ¿Existe alguna definición que pueda circunscribir con cierta exactitud algo, cuando se trata de sentimientos, estados de ánimo, temples?
Es una de las tantas paradojas constitutivas de nuestra contingente condición humana: saber que es imposible trazar de modo exacto esa frontera, pero no hacer otra cosa que intentarlo. Es que las clasificaciones calman, mientras que en el mundo de los vínculos todo se juega de manera difusa y contradictoria. O peor: al final de cuentas, una clasificación es una instancia racional que busca domesticar la anarquía de los sentimientos. Así todo funcionaría a la perfección, pero el problema es que, aunque todo el dispositivo esté muy bien armado, una mirada, un roce, hasta un sueño o una fantasía, derrumba todo en pedazos.
¿DÓNDE ESTÁN LOS LÍMITES?
Es muy interesante pensar entonces dónde poner el límite entre ambos vínculos. Hay dos cuestiones que rápidamente saltan a la luz para mostrar una diferencia: por un lado, la construcción social del vínculo, y por el otro, claramente, el encuentro sexual (también y sobre todo como una construcción social). Ser amigos o ser novios es, antes que nada, una forma institucional de construir un vínculo en un marco social dentro del cual se suponen contratos, derechos, obligaciones, límites, comportamientos.
Tanto en sus presentaciones públicas como en su intimidad: dos amigos que van a todos lados de la mano y se besan en público resquebrajan la matriz de amistad que nuestras sociedades disponen como legítimas. Y subrayamos la palabra "legitimidad", ya que en la amistad no hay marcos normativos legales, mientras que el matrimonio es una de las instituciones legales más características de nuestra cultura. La ley regula muchos tipos de vínculos, pero no la amistad; se resguarda de ese modo tal vez uno de los valores fundamentales que unen a dos amigos: la confianza. Y demuestra, para bien o para mal, que es posible aún un lazo por fuera de la ley.
EL SEXO, UN RITO DE PASAJE
Por otro lado, el encuentro sexual parece haberse constituido en un rito de pasaje que transforma inmediatamente una relación amistosa en un vínculo amoroso, en la variable que sea. Es evidente que en nuestras sociedades besarse posee un mayor poder ritual que compartir una comida, o hacer el amor mayor poder ritual que llorar juntos mirando una novela. Claramente, algo se nos juega en el mundo de la sexualidad. Y una vez más la pregunta es: ¿en cuál sexualidad? ¿En qué dispositivo de sexualidad normalizada y normalizante? Esto es, condicionada, y a la vez condicionante de nuestras prácticas sexuales. ¿Por qué compartir el placer sexual debe generar un cambio de estatus? Solo una sacralización desmedida de la vida sexual la extraería del vínculo amistoso. En realidad, ajustados a las definiciones, no hay en ninguna definición de la amistad nada que la privaría de incluir el compartir un momento de placer sexual. Mucho de la normalización de la vida sexual contemporánea se juega en esa sacralización: un descentramiento de la vida sexual la quitaría del centro para que se derrame por todos lados. •
¿Qué te parece el análisis de Darío? ¿Te ayuda a entender mejor los vínculos? ¿Das mucha importancia a los "títulos oficiales" en una relación? Leé otras columnas de nuestro filósofo: Filosofía erótica: ¿El sexo es algo natural? y La ecuación del amor
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