La fiesta está por comenzar
Cuando llegamos a Río de Janeiro esperábamos encontrar la Cidade Maravilhosa invadida por la fiebre mundialista y vestida para la ocasión.
Las demoras en las obras de infraestructura (hay estadios sin terminar) y los reclamos sociales, sumados al hecho de que tuvieron que pasar 36 años para que la Copa vuelva a una región poco habituada a acontecimientos de esta magnitud, hicieron que la fiesta máxima del fútbol se hiciera desear.
Al llegar, no podía dejar de pensar en la película Piso Compartido. Me acordaba de cuando, en el comienzo, el protagonista llega a Barcelona para vivir por un tiempo y piensa cuán extraños le resultan los lugares que después imagina le serán sumamente familiares.
Me preguntaba si a mí me iría a pasar lo mismo. Si ese bar que nos llamó la atención mientras íbamos en la combi, camino del aeropuerto a la casa, terminaría siendo un lugar habitual de reunión para tomar algo y relajar un poco después del trabajo y, en consecuencia, el marco común de miles de futuras anécdotas.
Miraba por la ventanilla la noche en la playa e imaginaba cómo sería recorrer su inmensidad, todos los días. Además de preguntarme cuánto tiempo me tomaría pensar en LA casa como MI casa.
Y, claramente, todo eso pasó; después de un reconocimiento de campo, que no me llevó más de 24 horas, la casa que comparto con mis compañeros de Perros de la Calle ya la siento mía.
Una vez cambiado el chip, hay que acomodarse y relajar, pensé. Y eso fue lo que hice.
La lluvia y el frío de los primeros días fueron cediendo. Y fue como si la presencia del sol y los cuerpazos en la playa (de ambos sexos) hubieran encendiendo el otro clima. El del Mundial.
Día a día fueron multiplicándose las banderas, los carteles, los televisores encendidos en los bares, y los taxistas, que sólo hablan de fútbol, entre los que se diferencian dos grandes grupos: los optimistas, que aseguran que van por la sexta copa y los pesimistas, que temen un desastre como el de 1950, cuando Uruguay les ganó la final en el Maracaná.
Caminando por las playas te cruzás con gente andando en bici, rollers o haciendo running. La ciudad provee varias máquinas para ejercitarse con el mar y la arena de fondo, respirando aire puro. Es mucha la gente haciéndolo, a cualquier hora del día.
El uso del toilette o banheiro playero se divide por género. Para nosotras son dos reales (alrededor de diez pesos argentinos) pero los hombres pueden optar por usarlo sin costo, frente a todos, y tapados por una especie de biombo de metal.
No podía volver a la casa sin probar algo de la comida que venden en la playa.
La dieta y las ganas de ir a lo seguro y conocido hicieron que me incline por uno de los infaltables de las playas brasileras: un queijo (queso) que viene en un palito tipo helado y se cocina sumergiéndolo en un tacho de metal con carbón adentro, hasta quedar algo quemado y crujiente por fuera.
En principio, sentí que ése sería mi permitido elegido pero al sentir el aroma de las bolinhas de queijo o bacalao y el caldo de galinha (pollo), no pude hacer otra cosa que sucumbir ante la tentación; los viajes, al fin y al cabo, son, claramente, la mejor excusa para extra limitar los permitidos de la infinita dieta.
Esta es mi segunda vez en Río (la primera fue cuando, a los 17 años, gané un concurso tan pero tan bizarro que ni siquiera me atrevo a recordarlo). Pero, claramente, no es lo mismo pisar esta ciudad a esa edad y con una amiga, que a los 30, con todo un grupo de trabajo y en vísperas de un Mundial.
La sensación de ver cómo de a poco las calles se van llenando de hinchas de todo el mundo es alucinante. Sobre todo de Argentina, que además de tratarse de un país limítrofe, juega su primer partido en esta ciudad.
La primera tanda en llegar fue la de los periodistas que, en su mayoría eligen Barra ya que acá se encuentra el Centro Internacional de Transmisión (IBC, por su sigla en inglés): un espacio de 55 mil metros cuadrados destinados a la cobertura periodística del Mundial, que cuenta con salas de redacción y 17 estudios de TV desde donde se calcula que se generarán alrededor de 5 mil horas de programación para cerca de 3.000.000.000 personas en todo el planeta.
Por lo tanto, al paisaje habitual de Barra se le sumaron las omnipresentes unidades móviles y los cronistas, de todas las latitudes, con sus cámaras, micrófonos, celulares, tabletas o cualquier otro medio, respaldando la idea de que por un mes los ojos y oídos del mundo van a estar puestos en este lugar.
A diez días de haber llegado, siento como si los meses de preparación, las angustias y alegrías propias del desafío, las clases de portugués, la distancia y las discusiones en la mesa familiar por la ley del offside (la cual obviamente no voy a explicar ahora) cobraran a cada hora más sentido. Se vienen 30 días inolvidables.
La fiesta está por comenzar.
El carnaval carioca se las trae...
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