La entrevista completa de Thelma: "Me gustaría que mi caso siente un precedente"
La verdad es que no creímos que nos contestaría por Instagram –a través de un mensaje entre los cientos que recibe todos los días– cuando le preguntamos si quería ser tapa de la edición de marzo. Sin embargo, al día siguiente nos pasó su teléfono y Euge Castagnino la llamó un lunes. Le explicó que sentíamos una gran responsabilidad por la revista que saldría en el mes de la mujer. "Eso mismo siento, una gran responsabilidad, por eso me interesa la propuesta", respondió Thelma. Entonces pidió conocernos primero, escuchar cómo imaginábamos esa tapa y el contenido de la entrevista. Nunca nos pasa. En general, vamos directo al encuentro de nuestra entrevistada y esa charla queda plasmada al mes siguiente. Esto era atípico, así que fuimos un poco nerviosas a ese desayuno en un bar de Núñez, mientras afuera llovía torrencialmente. Ya habían pasado dos meses desde la denuncia que habían hecho el colectivo de @actrices.argentinas a la prensa y Thelma a la Justicia nicaragüense. En ese tiempo que pasó, ella se mantuvo guardada. Volvió a encontrarse con su ex novio, se fue unos días afuera, se llamó al silencio. "Ya dije todo lo que tenía para decir –explica, y piensa a futuro–: No quiero cansar con el tema, si no, cuando tenga algo importante para comunicar, nadie me va a querer escuchar". Hoy, ella quiere estar al servicio de la Red por la Infancia, la ONG con la que viene colaborando para darles cauce a las denuncias que recibe informalmente, y su próxima meta es presentar este 8 de marzo un proyecto de ley -junto a la plataforma Change.org- para que se reformule la ley 27.206 por el respeto a los tiempos de la víctima, para que se pueda denunciar en cualquier momento.
Thelma llega a nuestro primer encuentro un poco consternada, contándole a Dani Flombaum, su amiga y aliada, que un notero la abordó de imprevisto a la salida del teatro la noche anterior. Dani es parte de un equipo de amigos que la acompaña y ayuda a decidir los próximos pasos. Es Dani quien estuvo con ella al pie de la cama de ese hotel donde filmaron el video y la abrazaba cuando Thelma no podía continuar, invadida por el llanto. Se conocieron hace un año como un presagio amoroso que las uniría para lo que vendría y nosotras, de pronto, somos testigo del relato. Thelma está preocupada porque no quería dar la nota y no pudo decir que no. Entonces, se siente avergonzada y presa del patrón: "Me dio pena, por eso le di la nota, pero ahora me da bronca porque no pude evitarlo". Está enojada con ella, porque, aunque pregona el #noesno, terminó aceptando y poniendo buena cara para la entrevista improvisada.
Las cuatro sentadas en esa mesa charlamos sobre cómo los abusos dejan una huella de repetición y seguimos sanando una y otra vez. Sobre que no queda otra que perdonarnos. Todas estamos aprendiendo a desaprender los mecanismos de agradar y, en cambio, poner límites, con el costo que eso implica. La Thelma humana y el símbolo entran en choque, y eso es lo más increíble de ver: cómo batalla con su propia oscuridad y se acompaña a perdonarse.
A casi tres meses desde la denuncia, ¿cómo te encuentra ahora?
Hace un año que estoy metida en este universo. Es un terreno delicado todo el tiempo. Por un lado, la hiperatención que tengo que tener a la terminología, a las cuestiones legales, algo complejísimo y que en mi vida me imaginé que me iba a pasar. Durante la previa, todo era: "¿Cómo es?, no sé cómo es". Ahora ya se me asentó un aprendizaje, estoy más entregada al proceso... Desde ese momento hasta acá, me sorprendió mi templanza. Hay un músculo que ya está ahí. Me hago cargo de mi rol. "Me hago cargo", suena a que me pesa, pero ya no me pesa. Encontré un equilibrio, porque no lo siento solo sobre mi espalda. Por eso, todo el tiempo tengo que estar asesorada, preguntando, acompañada. Primero entré en la problemática desde mi experiencia personal, después leí mucho, me junté con gente a la que le había pasado y, por último, cuando me reuní con Paula Wachter, de Red por la Infancia, que me dio cifras concretas de abuso, sentí una gran impotencia. Pero creo que la única manera de sostenerlo en el tiempo, para que realmente haya una resiliencia, es querer sanarme yo, pero nunca desde la venganza, ni siendo la "verduga de". De ninguna manera para mí va por ahí.
¿Te daría paz que Darthés fuera a la cárcel?
Yo me siento muy en paz. Realmente, para mí esto no se generó desde el querer castigar, no era "yo voy a estar bien si logro el castigo". Me gustaría que mi caso fuera ejemplificador, que sentara un precedente, pero también me preparo. Son cifras: de 1000 casos que suceden, solo 100 se denuncian y solo 1 o 2 llegan a condena. Me encantaría, pienso todos los días: "Ojalá suceda...". Pero los números hablan por sí solos. Ya fue tan único mi caso: tengo psiquiatra, perito, abogada, amigos trabajando gratis para mí, cuando a otra persona le cuesta 10.000 dólares iniciar una denuncia penal. Antes la justicia representaba otra cosa para mí, ahora hasta me da miedo. Todo el tiempo digo: "¿Cómo puede ser? Si yo tengo la verdad".
Estás cargando igualmente con una misión que es ser quien pone luz a tantas heridas y traumas ajenos, sos canal para que muchas personas te cuenten los abusos que sufrieron, y pensábamos: ¿quién sostiene a quien sostiene?
El otro día, que íbamos a estar en la calle acompañando a Anita Co en Tribunales, mis amigas y mis amigos hicieron como un cordón de seguridad. ¡Qué bizarro! Se ocupan ellos de mi seguridad. Somos un grupo sub-30, de varias disciplinas, que generamos un espacio que me ayuda a pensar cómo ser congruente con el mensaje. Al principio eran quienes me venían a rescatar cuando los llamaba a las tres de la mañana llorando desde el baño, diciendo: "No voy a poder con esto". Pero eso fue decantando y se fue poniendo todo más luminoso, a pesar de que estamos hablando de un tema que es oscuro, denso. Por eso cuesta tanto y hay reticencia, pero, aunque no hablemos, sigue estando, así que mejor que hablemos. También recibo ayuda en lo económico. Porque hay una fantasía de que mi millón de seguidores en Instagram es un millón de pesos o dólares en mi cuenta. A ver..., no pagué el alquiler este mes. Ya se está resolviendo, no es que voy a estar en la calle mañana, pero conlleva un montón de otras situaciones: quién me sostiene emocionalmente, quién me presta plata en estos dos meses que yo no podía trabajar, porque... ¿quién me va a contratar en este momento como actriz?
¿Habías presupuestado el costo que iba a tener tu denuncia?
Un poco sí. Pero fue mucho más grande. Yo me estaba muriendo por salir a hablar desde febrero del año pasado, cuando estaba viviendo en México y la escuché a Anita Co.
Y ese fue tu clic.
Ahí me colapsó todo el sistema. De hecho, me tuve que volver porque no podía estar sola allá. Sentí que se me craqueló el cerebro, se me rompió algo muy fuerte. Te pueden decir que "sanar habla"... ¡Uy, no puedo creer este fallido!... Te pueden decir que "hablar te va a sanar", sin embargo, cuando lo transitás, es tremendo, hay mucha agresión que afrontar.
¿Cómo contrarrestás a la gente que no te cree?
Entendí que los golpes de afuera son del otro. Por suerte, puedo decir: "Esto no es conmigo, sino que es lo que provoca el tema, pero no soy yo, no es Thelma". Y al mismo tiempo me sostienen los miles de mensajes diciéndome "gracias" o "¿qué hago?". Hay muchas mujeres que todavía no hablaron con su familia, muchísimas, y que me escriben por privado diciéndome: "No sé con quién hablarlo, pero siento que con vos puedo". Entonces me meto a buscar esos mensajes y ahí es donde, por rebote, leo algún otro que dice atrocidades.
Estas heridas polarizan a la sociedad, surge mucha violencia.
Sí. "Ojalá te pase de verdad", me dijo alguien. ¡¿Qué?! No puedo creerlo. No solo porque me tocó vivirlo, sino porque es indeseable, ¿cómo puede ser? Vivimos en un mundo binario: luz/oscuridad, yin/yang, hombre/mujer. Se habla mucho de si somos iguales. Yo realmente no creo que lo seamos, y me copa. Está claro que hay diferencias sistemáticas en las que las mujeres estamos en inferioridad de condiciones. Necesitamos igualdad de oportunidades, pero no somos iguales. Hay algo de la mujer hacia adentro, de gestar vida, y algo del hombre que es complementario. Está bueno. El problema para mí es cuando entrás en el binomio femenino/masculino. Si es un tipo y es débil, es afeminado; si es una mina y es fuerte, es viril. El poder se puede ejercer solo desde lo masculino y la debilidad, solo desde lo femenino. Para mí, hay que dejar de hablar de la femineidad y la masculinidad y hablar de hombre/mujer. Después está cómo te percibís, que ya es otra cosa.
Tu abogada dijo: "Sabíamos que esto podía pasar" cuando tu hermana salió a hablar sobre tu historia familiar, ¿igual te pesó?
Es ridículo que para poder hablar estés obligada a no tener deudas, ser intachable, no tener una borrachera, no ser humana, ser otra cosa...
Otra vez es el pensamiento binario, la víctima es aquella impoluta, la siempre débil.
Y que solo sufre. Me sorprendió que después de la conferencia, lo que más se reproducía era el video y no la conferencia... Lo que estaba bueno era la conferencia, las mujeres unidas, plantadas, fuertes. Yo no pensaba hablar después del video, pensaba guardarme, pero pensé: "¿Qué le estoy diciendo a la que empatizó conmigo?". Por eso decidí dar algunas notas más. Fue muy fuerte la repercusión, las denuncias aumentaron. A los pocos días, me crucé con una de las chicas que atienden el 144 y me dijo que había atendido a las 3 de la mañana a una señora de 87 años que era la primera vez que contaba que había sido abusada a los 7 años. ¡87 años! Se tarda, promedio a nivel mundial, 33 años en poder hablar. Sin embargo, después te vienen a decir: "Che, pero ¿nueve años tardaste?". Tuve suerte, hay gente que tarda 80 años.
¿Hubo que habitar la víctima, para después poder soltarla?
Por eso hice el video, para no tener que estar cayendo una y otra vez en contar una situación de mierda. Decidí que fuera contundente, elegir el contexto, sostenida por las personas que yo quiero. Por supuesto que no fuimos ingenuos del tipo "agarro el teléfono, me filmo y vomito", porque no tengo por qué hacer eso. Fue una de las cosas que criticaron, "está muy producido el video". Pero sabíamos que para que se escuchara el mensaje tenía que estar todo ese cuidado. La luz, el encuadre, la cara, la ropa, todo está cuidado, sí, pero lo que estoy contando es una mierda y es crudísimo: soy yo poniendo el cuerpo y metiéndome en un lugar que es horrible, con el que ya solo me conecto si tengo que tratarlo en terapia o en las pericias, porque una vez por semana tengo una pericia.
¿Cómo hacés para salirte de la víctima?
Ya desde el último año no estaba en víctima. Mi momento de víctima fueron los 9 años de silencio. Y miro mi vida y digo: "Hice de todo", porque siempre fui recontra inquieta. Viví en Italia, en España, me fui a México, viví en Uruguay, fui y vine, pero todo el tiempo buscando un lugar. Me iba como si en ese irme estuviera la solución. Pero siempre volvía con el caballo cansado, porque extrañaba, no porque me fuera mal, sino porque yo estaba como el orto. Esos 9 años sí fueron de víctima, hasta que la escuché a Anita. Primero me partió el alma, porque dije: "¡Ah, no puedo creerlo!, me pasó como a un montón de mujeres y yo lo guardé andá a saber en qué lugar". En un mes bajé casi 10 kilos, estaba raquítica. Todo este proceso te pega por un montón de lugares, en mi caso fue por el cuerpo, la ropa, mi aceptación. Por todos lados tenía inseguridades. Yo no me sentía bella, pero no tiene que ver con lo que vos ves de mí, sino con cómo yo me siento. Entonces fui a una médica psiquiatra. Le tenía prejuicio porque creía que eso no me iba a permitir ser yo misma. Me colapsaba esa idea. Ella me dijo: "Te tenés que volver a la Argentina, vos acá no tenés red de contención. Si no, no te podés meter en esto, es suicida". Me costó un montón, pero lo acepté, armé mis valijas –de hecho, tengo tres valijas todavía en México–, agarré a mi gata, me gasté lo que me quedaba de ahorros en volverme y me vine.
¿Volviste a tu casa familiar?
Volví a lo de mi mamá, estuve un mes. Ella tiene un departamento chiquito, era medio incómodo. Yo vivo sola desde los 18 años, volver a vivir con tu mamá, más allá de que la amo con todo mi ser... Me daba un poco de pánico la convivencia porque yo estoy muy acostumbrada a mi espacio. Me acuerdo de que estuve dos semanas en las que me levantaba temprano, hacía yoga, ¿viste cuando te conectás? Al toque me llamaron para trabajar y dije: "Ya estoy". Empecé a laburar y me empecé a meter de lleno en tomarme un café con Luciana Peker o juntarme con Darío Sztajnszrajber para que me hiciera una lectura de la situación, con mis amigos, mis amigas.
Ya estabas más entera.
Claro. Ya había tomado la situación como "yo voy a hacer algo con esto". Ya el último año me fui sintiendo muy fuerte. Por eso, el día del video estaba a las puteadas diciendo: "¡¿Por qué tengo que mostrarme así?!". De hecho, estuvimos mucho tiempo para poder articularme, porque no había manera, me quebraba. Llegó un momento en el que dije: "No puedo más". Me pasó igual en el viaje a Nicaragua, el último día yo tenía que ir a ratificar todo ante la fiscal de la unidad de género, estaba sola –mi amiga se había ido antes porque no había pasajes– y no podía más. Estaba tirada en el baño de la fiscalía llorando (me doy cuenta de que lloro mucho en baños) y diciendo: "No puedo más, mi cuerpo llegó hasta acá, no sé cómo vuelvo, me van a tener que llevar a upa y subirme a cada avión (eran tres escalas)". Siempre hubo momentos de "no puedo más, llego hasta acá". Y siempre pude un poco más. Es importante que salga a decirles a todas esas mujeres y hombres –porque me han hablado hombres también–: no es que nos tenemos que quedar tiradas y llorando, la herida está, pero ya no es una herida abierta. Al contrario, cuando hablás la estás sacando, en ese sacarla permitís que empiece el proceso de cicatrización. Yo, de hecho, tengo una cicatriz de una operación, toda la vida tuve vergüenza, no quería que se notara, y ahora incluso esa cicatriz me gusta. Cuando volví de México me tatué una cosa que se llama kintsukuroi, una técnica japonesa que revaloriza un objeto roto, uniéndolo con oro.
A cara lavada
El segundo encuentro que tenemos con Thelma es en el estudio fotográfico. Al cruzar la puerta, la sensación es como de entrar a un templo. El espacio está completamente en silencio, a oscuras, y, solo iluminada por el flash, Thelma posa tranquila y cómoda frente al lente de Inés Auquer, nuestra editora de fotos. Nos conmueve el amor y el cuidado que logramos generar; y en el aire se respira la emoción que solo tienen los momentos trascendentes. Ahí nomás, nos abrazamos emocionadas. Cada vez estábamos más cerca de nuestra tapa de marzo. Sin embargo, hay algo en el look de Thelma que llama la atención: para la tapa y algunas tomas, sacamos el flequillo y le alisamos el pelo con un efecto mojado. Creíamos acertado que para ese primer plano su cara estuviera despejada. Y cuando proponemos volver a su look natural, la peinadora se resiste con varios argumentos. Thelma se incomoda porque quiere que las fotos tengan el menor artificio posible, por eso casi está sin maquillaje y con prendas que podrían ser de su propio guardarropa. Entramos en una zona de confusión, de no saber por qué no logramos volver a su peinado original, hasta que ella se planta y dice cortante: "Yo quiero cambiarme el pelo, pero si es tanto lío...". Ese tono molesto cambia el rumbo de los acontecimientos y en 20 minutos logramos recobrar ese peinado que la convirtió en ícono esa noche del 11 de diciembre en la que se puso su remera naranja nueva (que nunca más volvería a usar). Y cuando llega a mi departamento para la entrevista final, tres días antes del cierre, después de habernos cancelado una cita previa por un ataque de migraña, se acuerda del episodio del pelo. Mientras le mostramos el diseño de la nota, constata cómo a veces hay que poner un límite incómodo para lograr lo que una quiere y cómo, después de esa molestia inicial, todo fluyó con armonía y normalidad: "Yo tenía esta cosa, que nos inculcan, de ser siempre amorosa y sentir que si sos terminante y ponés un límite, no cae bien. Y a mí antes me preocupaba caer bien". La charla continúa entre mates y scones caseros mientras nos acompaña el horizonte, desde un 25° piso.
¿Te sentís un ícono, un símbolo de un despertar de conciencia?
De repente, hay momentos en los que realmente me siento con una tranquilidad que no reconocía en mí en otras facetas de mi vida. El otro día, un amigo que estudia los fenómenos sociales (por ejemplo, por qué tal imagen le genera tal cosa a la gente) me decía: "Con vos pasa algo que es que tu cara es muy similar a cuando eras más chica, se te sigue viendo no sexualizada". Yo tengo una vida sexual, no es que soy inmaculada o Santa Thelma, pero algo pasa con la construcción que se hizo de mí en mi vida que permite esto.
Entiendo que es muy típico de la víctima pensar en los otros, por ejemplo, "¿qué le va a pasar a mi mamá cuando lo haga público?".
Fue lo primero a lo que le puse el ojo, incluso antes de saber que tenía que viajar a Nicaragua para denunciar, porque no tenía idea de qué era lo que había que hacer judicialmente. Yo pensé que porque soy argentina se podía hacer en Argentina, realmente no sabía. Una de las primeras personas con las que hablé fue con mi mamá.
Una a veces quiere proteger al otro, porque es un dolor grande...
Y más con la historia de mi familia. Para mi mamá iba a ser muy duro, pero a la vez eso era lo que hacía que yo lo dijera con más razón... Que esa temática haya estado cerca en tu vida y sea algo de lo que sabés, que sea otro lugar por el que me quieren pegar, por eso es muy delicado, yo sabía que me iban a pegar por ahí. La manera en que sucedió no me la esperaba.
¿Cómo lo tomó tu mamá?
Confía mucho en mí y me dijo: "Hacé lo que quieras y lo que necesites, yo te voy a apoyar". Ella es una mujer muy fuerte, pero este tema la bloquea, la deja en un lugar muy difícil. Yo me di cuenta de que durante muchos años lo único que tuve fue a mi mamá y de repente ella podía estar ahí haciéndome la tortilla el domingo a la noche, pero no iba a ser la que me acompañara a la fiscalía. Esa parte...
No la iba a poder asumir.
Y yo no quería exponerla a eso. También pienso que esto me pasó a una altura de la vida en que yo tengo armado un circuito de amistades, una personalidad, todo. Si esto me pasaba más de chica, tenía que hacer todo ella. Porque hasta legalmente, técnicamente, necesitaba la representación de mi mamá. Ella siguió estando ahí y apoyando, pero no tuvo que poner el cuerpo. Ya bastante lo pone con su historia, con lo que le tocó vivir.
¿Y creés que tu poner en palabras la sana también a ella?
Habría que preguntarle a mi mamá. Yo quiero creer que sí, pero eso es muy de cada uno. No sé si ella llegó a sentirlo como algo que la sana. Es una cosa que a mi vieja la toca muy de cerca, muy desde una herida propia, entonces yo no le podía exigir: "Hacé vos, acompañame vos, poné el cuerpo, vení a esto". Ella está súper presente y me súper apoya, pero yo trato de preservarla lo máximo posible. Creo que va a llevar mucho tiempo porque es muy dolorosa su sensación de no haber podido protegerme, pero no es que ella es la excepción. Mirás el panorama y es así el sistema, siempre. Todas las víctimas tenemos madres. Y los victimarios también. Eso es fuerte: ¿por qué se habla de la madre de la víctima y no se habla de qué pasó con esa madre que crió un hijo que tiene este tipo de conducta?
¿Y con tu hermana hablaste antes de hacer la denuncia?
Sí, le dije: "Cabe la posibilidad de que quieran ir por acá, ¿qué onda?". "Te apoyo", respondió. Y bueno, después a cada uno se le juega otra cosa que no es conmigo sino con su historia personal. Ahí no me puedo meter.
Además, vos tuviste poco vínculo directo con ella desde chiquitas.
Sí. Dejó de vivir conmigo cuando yo tenía tres años. Prácticamente no nos conocemos.
¿No quisieron construir ese vínculo? ¿O sí y no salió?
Sí, viajé unas seis veces a Bariloche... Es muy difícil porque tenés el antecedente sanguíneo, pero el vínculo no tiene nada que ver con eso. No compartimos prácticamente nada. No se pudo. Siempre intenté porque, de hecho, también tengo hermanos por parte de mi papá.
¿Con ellos sí tenés vínculo?
Con el más grande de todos sí, vive en Bariloche y me llevo bien con esa parte de mi familia.
¿Tu apellido es el de tu papá? ¿Pensaste en cambiártelo?
Tuve un momento en que me puse a investigar la historia de ese apellido... Es vasco francés. Yo no me sentía identificada, pero mi nombre tiene algo tan particular..., casi que es artístico. Y sonoramente me gustaba. Tuve mi momento de decir "me lo cambio" y ahora me lo dejé. Igualmente, cada vez uso más solo el Thelma. Es un nombre tan particular... Y me lo puso mi mamá. Ya casi no uso el Fardin, cuando firmo pongo solo Thelma.
¿Tu hermano funcionó como una suerte de figura masculina?
No, nunca.
¿Cómo fue crecer sin la imagen de un papá más protector?
Andá a saber. Creo que también mi vieja es una mujer tan potente, fuerte... En una época, con mi mamá tuvimos toda una discusión por el matrimonio igualitario, había algo ahí que a ella no le cerraba, hablaba de la naturaleza. Una vez, hablando de eso, me dice: "Lo normal es que tengan madre y padre"; la miro y le digo: "¡¿De qué me hablás?! Yo te tengo a vos y estoy fantástica". Ella me miró y me dijo: "Tenés razón".
Debe ser difícil para una pareja acompañar estos procesos. ¿Cómo lo vivió Tomás, tu novio?
A Tomás trato de exponerlo lo menos posible. Él es parte de ese entorno íntimo al que tengo que cuidar. Nosotros empezamos a salir cuando yo estaba en el medio de meterme en el pantano y le dije: "Me estoy por meter acá", vino conmigo y de repente, a la mitad del camino, dijo: "Con esto no puedo" y se fue. En el momento fue re doloroso, pero a su vez yo tenía que estar entre lo público y lo privado. En lo privado, quería estar tirada en mi cama llorando por la situación, y en lo público, tenía que grabar el video, volver de Nicaragua, organizar la conferencia, dar notas... Toda una cuestión que no me permitía hacer mi proceso privado de duelo. Cuando bajó la locura volvimos a encontrarnos, empezamos a hablar. Él aprendió cosas y yo aprendí cosas. Pero para mí fueron fantásticas esas noches en las que se quedaba a dormir una amiga, a cuidarme, o me iba a dormir a la casa de Dani con su novio... Pero yo estaba sola, me iba a dormir en soledad y sin el abrazo del otro. Por un lado, era duro, durísimo, pero por otro lado, hoy lo veo y digo: "Está buenísimo". Una primero se vincula desde la carencia, desde el "necesito al otro", y después hacés un clic, primero te amás vos y después te encontrás con el otro, para que te potencie.
¿Sos consciente de que estás siendo parte de un cambio en la sociedad de una manera muy concreta?
Sí, pero la situación es muy angustiante, porque cuando se destapó todo, Paula Wachter, de Red por la Infancia, me decía que ellos sabían que el sistema no estaba capacitado para recibir todo esto. Yo no sabía que no había suficientes personas atrás del 144 para atender, tampoco sabía que éramos tantas las que necesitábamos que nos atendieran. Siempre es la humanidad y después las leyes. No es que se crean las leyes y nacemos nosotros, siempre vamos armando después de una evolución. Estamos en esa situación ahora. Actrices Argentinas es un espacio que está bueno. Con mi grupo de amigos estamos todo el tiempo craneando cosas; el 8 de marzo vamos a lanzar con Change y con Red por la Infancia un proyecto de ley para modificar la prescriptibilidad.
O sea, que exista la posibilidad de denunciar siempre, por más que hayan pasado 80 años como le pasó a la señora.
Ahora lo que tenemos es lo que se aprobó recién en 2015, que es la Ley del Respeto al Silencio de las Víctimas, así como al tiempo para hablar de las víctimas. Pero solo aplica si te sucedió siendo menor de edad. Está muy limitado tu proceso interno. La ley no contempla muy bien lo que sucede humanamente. Vamos a trabajar sobre eso, porque a muchas nos pasó en la infancia y en la adolescencia y a muchas otras no. En la Justicia no hay otra denuncia hecha contra la misma persona porque no se puede, no porque no queramos, no porque no quieran ir y decir: "Che, a mí me pasó esto". Me parece perfecto que él tenga una herramienta judicial, pero dale espacio a la víctima. Porque después dicen: "¡Que vaya a la Justicia!". ¿A cuál? Decime si inventaste una en la que yo pueda ir a hablar, porque hasta acá no hay. Además, tenés que elegir cuál de todas las batallas vas a dar, porque son un millón. Mirás y está por todos lados. ¿Yo qué herramienta soy? Soy la cara visible.
¿Sentís que esta es tu responsabilidad más fuerte hoy?
Sí, encima me compromete, me moviliza, me satisface el compromiso y siento que esto se convirtió en mi motor de lucha.
¿Qué esperás de la Justicia?
No se puede solo esperar, hay que ir y hacer algo. Yo, por ser Thelma, el ícono, toco la puerta, me junto con expertos, armamos una propuesta para que le llegue al Senado. Lo otro que sería fantástico es que en mi caso hubiera justicia, porque así le estoy diciendo a una persona: "Hablá porque va a haber un resultado". Yo no me animo a hacerlo en este momento, en el video no digo "hablá", yo pude hablar porque alguien lo hizo antes... porque Calu habló, Anita habló, y yo hablé. Eso lo digo y se me pone la piel de gallina porque me parece alucinante. Siento que tengo que seguir siendo herramienta para el cambio. La única manera que siento coherente conmigo es "yo hago algo, y si eso te sirve de ejemplo, genial", pero yo no te puedo decir "hacé tal cosa" porque es recontra personal.
Lo que es hermoso de ver es que hay luz al final del camino. Quizá sea un mensaje que vos traés, que, a pesar de todo, hay sanación.
Más allá del sistema, de si hay justicia en la Justicia, si lo hacés por ese camino, es poco probable que te sanes. Yo, desde este, ya siento –incluso en otras áreas de mi vida– una seguridad que antes no tenía, iba con pies de plomo pidiendo permiso. Ahora es con tranquilidad, creo que eso está bueno, cómo estamos repensando los roles de poder. Pero siento que todo se va a ir acomodando en un lugar y yo me voy sintiendo cada vez más libre de ser yo, como soy yo.
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