La diferencia entre ayudar e involucrarnos
Hola Juan,
Me gustaron varias de las reflexiones de tu último post. En especial, me quedo con la frase: "ninguno es un ser perfecto y simple, sino que es todo lo contrario: lleno de imperfecciones y de una complejidad única."
Tal vez suene a obviedad, es cierto, y sin embargo me quedo con estas palabras porque hace unos días pude sentir la complejidad humana de manera intensa.
Cada uno de nosotros tiene su rutina, su cotidianeidad familiar, su transcurrir de la semana sin demasiadas sorpresas. Pero de pronto, la existencia te da vuelta el tablero casi sin aviso y te recuerda de un sacudón que somos complejos, sensibles, humanos.
Por varios motivos, que no sólo tienen que ver con las palabras que siguen, te dejo este tema (keep on trying till the end of time, dice Freddy):
El martes pasado fue uno de esos días, esos que sacuden. Una amiga me invitó a ayudar en una comida a beneficio para recaudar fondos. "Viene muchísima gente", me dijo, "Y hay que laburar. Se trata de recepcionarlos, ayudar a ordenar, y de coordinar la mesa que te asignen."
Julieta, amiga reciente y hermosa mujer en los sentidos más profundos de la palabra, tiene una hermana que es sordociega: Fátima. En el país (y muy poco en el resto del mundo), no había un espacio para Fátima. Su situación era demasiado especial. De a poco, en ese camino por descubrir formas de integrar de manera plena a su hermana a la vida social, la familia descubrió que había otros casos como el de ella, y así, un buen día, crearon un instituto que lleva su nombre.
Sin embargo, no es mi idea compartir lo que hace específicamente la institución, ni comentar la complejidad de su trabajo inmenso, o las titánicas búsquedas que emprenden sin descanso para encontrar senderos menos espinados y lograr dibujar una mayor cantidad de sonrisas. No tengo la capacidad para explicar ni si quiera mínimamente la realidad de esta labor. Aparte seguro me equivoque.
Pero puedo compartir lo que sentí, y transmitir de alguna manera aquello que invadió mi corazón en esos instantes y en los días venideros.
Supongo que te imaginarás que a la comida no fueron los chicos con sordoceguera. Son momentos que se organizan para sensibilizar a las personas invitadas - y que tienen recursos- , mediante charlas en cada mesa, videos emotivos y palabras desde el escenario.
Pero de pronto, sin que lo supiera, subió a hablar un hombre joven. Calculo que tendría mi edad, unos cuarenta años. Él es sordociego, pero a diferencia de muchos de los chicos que asisten a la institución, él perdió la audición más o menos a los veinte años y la vista a los treinta. Por eso, pudo contarnos su historia de vida. Una vida, como bien pusiste en tu última carta, llena de imperfecciones y con una complejidad única.
"Cuando perdí la vista, ya no quise vivir", lo oí decir. "Ya no podía escuchar, ya no podía ver, estaba aislado, profundamente deprimido. Ya nada tenía sentido. Y, sin embargo, había algo. Algo enorme. Tenía un hijo. Aunque costara, tenía que seguir por él."
Mientras escuchaba sus palabras salir con esa cadencia extraña y característica, todo mi entorno se transformó. Julieta ya no era Julieta, la que hace un trabajo increíble, ni muchos de los ayudantes del evento eran simplemente los familiares de los sordociegos. No, de pronto sus miradas, el movimiento de sus manos apoyadas en los hombros de alguna madre o un padre, sus ojos vidriosos, todo pero todo aquello generó una bola de energía invisible de una intensidad aplanadora.
Ahí lo entendí: ellos, todos los que cada día acompañan a sus familiares con sordoceguera, son personas tan complejas, imperfectas, únicas y especiales, como ese ser querido y necesitado de una ayuda extra. Porque para una parte, siempre está la contraparte; una contraparte que sostiene la otra fracción del peso para que todo se vuelva más liviano. ¡Vaya responsabilidad! En otras escalas, eso nos pasa a todos cuando somos una parte real y comprometida en la vida de otro.
"Me di cuenta que vivir para poder transmitirle el valor de la vida a mi hijo era mi deber, mi motor. Transmitir lo valioso y enriquecedor que es involucrarse. Que no es lo mismo ayudar, que involucrarse."
Las palabras me llegaron como un latigazo desde el escenario: "no es lo mismo ayudar que involucrarse."
En este mundo hay muchas pero muchas problemáticas. De hecho, no es necesario ser ni sordociergo, ni ambas cosas por separado, ni paralítico, ni tener una enfermedad degenerativa, ni nada parecido, para tener una vida compleja, problemática y muchas veces llena de dificultades. La experiencia del martes tomaba una situación específica y, sin embargo, me sirvió como metáfora de la vida. De cómo vivimos la vida.
Saliendo del plano de las necesidades especiales, la diferencia entre ayudar o involucrarnos, es algo que creo que a cada uno de nosotros le toca de cerca. Incluso hacia nosotros mismos. Y no hablo sólo de la solidaridad, del dar.
Hablo de si nos involucramos de verdad con nuestras metas. Si nos involucramos de verdad con nuestros sueños, con el amor, con nuestra vida. Creo que a veces nos ayudamos un poco, nos damos empujones, nos apuntamos en causas diversas (medio ambiente, animales, médicos sin fronteras), nos anotamos en un curso de baile, o de escritura, o de canto, o de lo que fuera, como si fueran pastillas para calmarnos y sentir que algo estamos haciendo por esos sueños profundos.
Pero involucrarse es otra cosa. Y es intenso, y pone en juego todas las emociones, expone el cuerpo y el alma, requiere de tantas lágrimas como sonrisas. De tantos éxitos como fracasos. Cuesta involucrarse, dijo este hombre sordociego y padre de un hijo.
Claro que cuesta. Porque cuando uno se involucra, siente. Y en este mundo turbulento, a veces eso –sentir-, nos da mucho miedo.
Desde ya que ayudar y ayudarnos ya es muchísimo. Pero creo que debemos animarnos a involucrarnos de verdad. No sólo con lo que nos rodea, sino con nosotros mismos. Es cierto que no es posible hacerlo siempre y para todo; y tampoco es sano, ya que requiere de demasiada intensidad y exposición emocional. Con una causa que realmente nos apasione, basta.
Porque al involucrarnos siento que ya no estamos de paso, sino que realmente vivimos.
Beso,
Cari