Con la alegría y la resiliencia como banderas, la cocinera, emprendedora e influencer vivió un año intenso como pocos: fue mamá por tercera vez, le ganó la batalla al covid y aprendió a resignificar la vida.
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Kari Gao es una de las influencers más simpáticas de las redes: emprendedora empedernida, comenzó a sumar seguidores cuando combinó las recetas chinas que aprendió desde chica con cocina francesa (estudió en Francia, donde conoció al Franchu, su pareja) en platos pensados, en principio, para niños. Es que por esos tiempos estrenaba maternidad nada menos que con mellizos y en Monpetit Glouton volcó toda esa revolución con alegría, buenas ideas y mucha información para mujeres que, además de ser mamás, emprenden con energía.
A todos nos conmovió cuando, en febrero, supimos que Kari (entonces embarazada de 6 meses) estaba en coma inducido como consecuencia del COVID. Las redes se llenaron de palabras de amor durante los doce días que pasó intubada. “Me convertí en un símbolo de esperanza. La gente necesitaba que saliera. En ese momento no se habían escuchado tantos casos de mujeres jóvenes, además yo estaba embarazada”, recuerda sobre las repercusiones.
Kari finalmente fue dada de alta y en abril nació Teo, el verdadero símbolo de la resiliencia de esta mujer cuya constante en la vida fue la superación. “La cicatriz no me define, es solo la marca de un momento de mi vida. Haber atravesado la internación no me convierte en gladiadora, no siento ningún mérito propio por eso. En toda mi vida atravesé muchísimos momentos difíciles en los que sí sentí que me fui superando”, nos cuenta Kari, y remata: “Es cierto que aún tengo esta marca, y no sé cuánto va a durar, quizás en un tiempo ya no esté más. Pero la marca más fuerte que me llevo para siempre de esos días es el amor de la gente. Entendí que las redes también son un lugar de mucho amor”.
“La cicatriz no me define, es solo la marca de un momento de mi vida. Haber atravesado la internación no me convierte en gladiadora, no siento ningún mérito propio por eso” - Karina Gao
Sos muy querida en redes ¿también hay críticas?
Tengo un umbral de tolerancia muy alto, no me tomo los comentarios como algo muy personal. La crítica que me jode es cuando me dicen: “No, tenés que hacer esto. Esto está prohibido”. A mí esas son cosas que me hacen ruido, pero de rebeldía más que nada, ¿no? Después, lo que veo estos meses es que la gente está mucho más sensible con el tema de los chivos. Como hay mucha más escasez, cuando mostrás mucha abundancia molesta. Es complicado. Pero no entienden que no es un regalo, es un trabajo.
Tu público se volvió muy masivo, cuando arrancaste eran solo fans. Con la internación pegaste un salto en seguidores.
Me dormí con 320 mil seguidores y me desperté con 450 mil. ¿Qué pasó? Casi medio millón. Todos los años yo venía duplicando seguidores y pensaba cómo voy hacer para pasar de 300 a 600, ni de casualidad voy a poder. Y en febrero, esto...
Ojo con lo que pedís al universo.
Yo sentí mucho miedo en esos minutos cuando me dijeron: “En 15 te dormimos”. Pero después me desperté y no sentí nada. Pedí el celular y me lo dieron. Mala idea. ¡Cuando vi todos los mensajes que tenía! Soy de esas personas que se van a dormir sin ningún mensaje pendiente. ¿Te imaginás la cantidad que tenía? Cuando vi todo eso me abrumó y empezaron a saltar los aparatos que me monitoreaban, y entonces me confiscaron el celular. Para mí yo me había dormido y despertado como cualquier día.
¿Pero sabías el tiempo que había pasado?
Sí, el Franchu me dijo: “Hoy es el día 17″, pero no tenía noción. Me cayó la ficha hace poco. En el momento en que despertás sos pura adrenalina.
¿Cuáles fichas te cayeron ahora que pasó el tiempo?
Estoy más hippie.
No parece mucho, no parás.
Pero esto es hippilandia para mí. Bajé un montón de cambios. Estoy haciendo terapia ahora, antes no hacía nada porque para los chinos la terapia es mala palabra. Ahora entendí la función, al menos para mí, de alguien que te da un punto de vista al que vos no tenés acceso. Eso es lo que me ofrece el psicoanálisis. Hablamos de un montón de temas y, justamente, la pausa y los límites surgen mucho. Antes me costaba mucho poner límites en las redes sociales, en un montón de situaciones familiares, yo vengo de una cultura en la que los padres intervienen mucho en la vida de sus hijos... Siempre digo que el coma es la coma de mi vida, porque la vida me frenó. Antes vivía a pleno todo el día. De 5 a 8 me ocupaba de los chicos y, cuando se iban a dormir, yo comía y empezaba a trabajar de noche. Estaba pasada de rosca, que no es lo mismo que hacer las cosas rápido, como me dice mi psicóloga, es ese acelere que no te permite pensar. Yo re creo que las cosas pasan por algo: eso fue el coma, una pausa, muy irónico.
Interesante, nunca lo había pensado así.
Con la pandemia volví a poner en primer lugar a mi familia. De hecho, en aquellos 15 minutos, más allá de todo el drama, yo estaba re contenta porque repasaba mi vida y me daba cuenta de que había vivido. No pensaba en ese lugar que me faltaba conocer o en esa comida que no había probado, no me venía esa angustia. Tampoco me preocupaban mis hijos, estaba segura de que iban a estar bien y que no les iba a faltar nada. Sabía que Franchu los iba a educar muy bien, y que iban a ser personas de bien, al menos felices, que es lo más importante. Lo único que me preocupaba eran mis viejos, que iban a estar solos, pero también sabía que Franchu no los iba a dejar en banda. Y me daba lástima perderme los momentos importantes de los chicos. Quise grabarles un video para cada momento, para su graduación, para el casamiento, para el viaje de egresados, para cuando tuvieran hijos... Era lo único que me importaba, el resto era banal.
¿Y tu emprendimiento te preocupaba?
Le dije a mi asistente que les pagara a todos los proveedores, cancelara las deudas y le diera el resto de la plata al Franchu. Después, cuando me desperté, me enteré de que habían facturado el doble. Es que Lali pensó que si yo hubiera estado despierta, habría querido que pasaran las cosas y entonces se pusieron la camiseta y laburaron el doble. Yo solo siento agradecimiento hacia mi equipo. Es una cosa de locos. En Instagram también me re ayudaron, se armó una campaña muy hermosa para vender nuestros productos. Además los rezos, todo. Más que la cicatriz, esta es la marca que me queda. Instagram no es frío, al final. A mí nadie me conocía personalmente, y todas estas movidas que se hacen, todo ese amor es esperanzador. No es tan frío el ser humano, no son solo noticias de robos, de chorros, de todas esas cosas desastrosas que pasan. Hay mucho amor.
¿Tenés algo de conciencia del tiempo que estuviste en coma?
Sí, tengo registro de los sueños durante los días que estuve en coma. Al principio estaba de viaje, no estaba en mi cuerpo. En la última etapa, todo pasaba alrededor de la cama. Un día soñé que Franchu había muerto en un accidente en la ruta y sonaba una canción de fondo, muy de película.
Qué fuerte lo de los sueños.
Muy impresionante. De hecho, esa música que sonaba de fondo en mi último sueño triste fue la que me cantó mi marido cuando le dieron el alta a él y lo dejaron venir a verme en terapia intensiva justo unos días antes de que me despertara. Ese día yo estaba en estado crítico, ya me habían pronado, estaba todo mal. Me vino a ver, me cantó esa canción y a mí me entraba en el sueño como sonido de fondo de la película.
¿Cómo es tu historia de amor con el Franchu?
Él fue mi compañero en el máster que hice en Francia.
¿Te fuiste a estudiar a Francia?
Era un programa de doble diploma que ofrecía la Di Tella. Yo estaba estudiando Economía Empresarial, entonces rendías y podías aplicar para terminar la carrera allá. Era redondo, eran tres años: terminabas la carrera, hacías un año de pasantía y un año de maestría. Trabajé seis meses en L’Oréal y seis meses en una banca de inversión. A mí, en verdad, no me gustan las finanzas, pero me dije a mí misma: “Quiero odiar con fundamentos. Serán los peores seis meses de mi vida, pero al menos voy a poder decir con fundamentos por qué no me gusta”. Me postulé y nunca daba con el perfil. Pero apareció un departamento que estaba buscando alguien asiático, trabajaban sobre las acciones en China y necesitaban alguien que pudiera leer los diarios en chino y analizar si apostar o no. Y nada, yo te leo el diario. No les quedó otra que contratarme. Hay muchos chinos, pero querían de esa universidad y la única china –pseudochina– era yo. Y, la verdad, me gustó tanto la experiencia que no puedo decir que odio las finanzas. Siempre trato de amar lo que me tocó hacer para no aburrirme. Todas las cosas tienen su lado para amar. Es el yin y el yang, nada es siempre blanco, nada es siempre negro.
¿Ahí lo conociste al Franchu?
No, ahí no lo conocí, cambié de tema. Perdón, me voy por cualquier lado. Te termino de cerrar la idea: fue una gran experiencia, aprendí muchísimo, era súper interesante. Además, las reuniones las tenía en las mejores confiterías francesas, esa fue mi intoducción a la gastronomía.
Te enamoraste comiendo.
Igual, no lo conocí ahí (risas). Pero algo tiene que ver. Volvemos.
¿Vos ya hablabas francés?
No, todo en inglés. Después de las pasantías, decidí aplicar para la especialización en emprendedurismo, que tenía el ingreso más difícil. Todas las chinas hacen finanzas, es lo más seguro, después te sirve para todo.
¿Y cómo era la de emprendedurismo?
Para entrar, tenés que demostrar que tenés espíritu emprendedor.
¿Y cómo demostrás eso?
Después de algunas entrevistas, tenés que tirarte en paracaídas. Si te negás, te tenés que cambiar de carrera. El emprendedor se tiene que tirar.
¿Literal? ¿Te tirás en paracaídas de verdad?
Sí, con un instructor, pero sí. Después entré y todo el año se divide en distintos proyectos. En uno de esos proyectos lo conocí al Franchu.
¡Vamos! ¡Llegó el Franchu! ¿Vos no lo habías fichado antes?
Me da un poco de pudor decirlo, pero ¿viste que para ustedes los chinos son todos iguales? Bueno, para mí los occidentales son todos iguales. Yo lo confundía con otro compañero que no me caía tan bien. En ese momento lo veía como un vegetal, no me despertaba nada. Pero notamos que teníamos muchas cosas en común, por ejemplo, nos gusta comer bien a los dos. En el proyecto no nos fue muy bien, pero nos hicimos muy amigos.
¿Y cuándo llegó el amor? Qué suspenso esta historia...
El último proyecto era acompañar a un emprendedor durante tres meses. Yo me fui al sur de Francia con un vietnamita que tenía una cadena de restaurantes. Sentía que era un poco espiar cómo sería mi futuro.
¿Y el Franchu?
Nos hablábamos cada tanto, no había mucho, ni WhatsApp ni nada de eso. No nos vimos durante meses.
Vegetal...
Súper vegetal. Entonces, un día me escribió y me dijo que le habían encargado unas encuestas en el sur de Francia, que si me podía visitar. Vino, pero era vegetal. O sea, se quedó en mi único cuarto, que tenía solo una cama. Me puse un jogging y remera de mangas largas y dormimos en la misma cama, pero vegetal. Entendió el mensaje, aunque la verdad es que la pasamos tan bien...
Pero vos ya tenías pasaje para volverte, ¿no?
Tenía un pasaje para el 13 junio, y la noche antes había una fiesta, la última, con canilla libre. Yo pensé que en esa fiesta tenía que pasar algo...
Vos ya tenías ganas.
Sí. Ya había situaciones. El vegetal empezaba a florecer (risas). Entonces él me preguntó si se podía quedar en mi casa porque no se quería volver manejando. Le dije: “Sí, dale, no te preocupes, quedate en la habitación”. Fuimos a la fiesta. Entonces le empecé a llevar alcohol, ¡le llevé 12 destornilladores! Yo me tomé uno solo (risas). Así que ahí chapamos y arrancó. Salimos dos meses en París antes de que yo me volviera a Argentina.
¿Por qué vos te volviste a Argentina y él se quedó allá?
Yo volvía porque quería encarar mi emprendimiento, abrir mi restaurante. La despedida en el aeropuerto fue un drama, casi pierdo el vuelo...
Enamoradísimos...
No, para mí era un amor de verano. A las dos semanas, él me avisó que se venía a Argentina un mes de vacaciones. Vino, se quedó, miró un poco, lo estafaron con la seña de su alquiler, pero decidió quedarse a buscar trabajo. ¡Chan! Todo esto sin que mis viejos supieran.
¿Por qué? ¿Hay un mandato de que tenés que estar con un chino?
Y, sí. Nunca pensé que iba a casarme con alguien que no fuera chino.
¿Tenés hermanos o hermanas?
No, soy hija única. Pero no fue grave porque a mi vieja la agarré vulnerable porque, para los chinos, “antes de los 25 sos una flor, después de los 25 sos una flor marchita” (risas). Y yo justo estaba por cumplir 25.
Tremendo. ¿Tu mamá tenía miedo de que te quedaras soltera?
Claro, me vio con fecha de vencimiento, una locura. Mi viejo se había enterado antes porque me escuchó hablando por teléfono en francés. Y después una tía mía del lado de mi papá, que es china pero súper abierta.
Tu mamá fue la última que se enteró.
Sí, cuando el Franchu decidió quedarse, le dije a papá que me ayudara. Mis padres hacen unas caminatas digestivas todas las noches, entonces ahí charlan y mi viejo me dijo que le fue tirando de a poco: “Escuché un par de veces a nuestra hija hablando en francés. Para mí tiene un novio francés... Pero vos esta vez portate bien porque si no, se queda solterona y va a ser tu culpa” (risas). Le entró por ahí, la culpa de madre.
¿Y cuándo se lo presentaste?
A las dos semanas llega el Franchu. Lo fuimos a buscar al aeropuerto con mi papá y fuimos los cuatro a comer. Él había practicado cómo usar palitos, comía todo con palitos chinos porque les quería caer bien. Pero ¡ese día lo llevamos a Siga la Vaca! (risas). Es que tenía que ser un lugar neutral. De hecho, durante todo el primer año, que no sabíamos cómo iba a seguir lo nuestro, yo no podía ir a ningún evento de la comunidad con él. En la comunidad es como que hay una especie de ranking de solteras: yo estaba bien rankeada porque me gusta trabajar, había estudiado en Francia. Mientras estudiaba, incluso, algunos le ofrecían plata a mi mamá...
¿Cómo? ¿Todavía se hace eso?
Sí, había un hombre que quería “reservarme para su hijo”. Incluso le habían propuesto esponsorear mi carrera allá. Pero mi vieja nunca se metió. ¡Y eso que era uno de los millo de la comunidad! (risas).
¿Y cómo les cayó el Franchu?
Mi mamá enseguida le vio la cara de buen pibe. Aunque cada vez que lo ve le pregunta si no se quiere afeitar. Todos los días se lo dice. Bueno, entonces el Franchu vino y se quedó. Su plan era quedarnos tres o cuatro años emprendiendo y después volvernos a Francia. Pero nunca volvimos.
¿Él todavía tiene esa esperanza?
Ahora en pandemia a veces se lo pregunto. Pero él se quiere quedar acá.
¿Trabaja con tus emprendimientos o tiene el suyo?
Él tiene una importadora de gorros y sombreros, pero trabajamos juntos en todo. En Mon Petit Glouton está todo el tiempo presente.
Vivir en Argentina siendo china debe ser todo un desafío. No debe ser lo mismo que ser occidental.
Les confieso que estar en la tapa de OHLALÁ! es el sueño de mi vida, y no se los digo de chupamedias. Yo siempre visualizaba ese sueño, y pensaba que lo iba a lograr por ser inmigrante en Argentina. Por todo lo que pasé de chiquita: dormía sobre dos planchas de madera sobre dos banquetas... Vivíamos en el mismo espacio donde mi mamá tenía una regalería, todo era muy chiquitito... Me acuerdo de que yo me paraba arriba de la caja de leches La Serenísima para cocinarles, a los 10 o 12 años, esa fue mi primera cocina, y ahí mismo hervíamos agua y nos duchábamos. El lugar donde yo dormía, durante el día se convertía en depósito.
¿Tu papá y tu mamá dormían en ese mismo ambiente?
Ellos dormían atrás de un durlock, donde entraba justo una cama. Arriba había estantes y guardaban mercadería. Yo a veces pienso que eso es más meritorio que haber zafado del COVID. Esa vida que tuve. Uno pone el cuerpo, la verdad.
¿Cómo creés que trata Argentina a los inmigrantes?
Yo creo que es una sociedad que recibe muy bien a los inmigrantes. Entiendo que de chiquita sufrí algunos episodios de discriminación, pero lo tomo por el lado de que una cara oriental es realmente distinta y los chicos, cuando ven algo distinto, quizás al principio lo rechazan. Pero después todo progresó mucho. Yo viví tres años en París y no te creas que el primer mundo te trata mejor, ¿eh? Acá al menos te dicen cosas en la calle, allá te ignoran. Yo me sentí muy bienvenida en Argentina. Después siempre habrá gente que piensa que les robamos el trabajo, pero es la minoría y no hay que quedarse con eso. Yo siempre digo que soy una china que les enseñó a cocinar comida italiana y francesa a los argentinos. Más apertura que esto no hay.
¿En qué estás trabajando ahora?
Ahora estoy con la Tienda Mon Petit, tengo todo en el fondo de mi casa. La idea es en un tiempito mudarnos a un showroom. Estoy viendo un poco el tema financiero. Ahora estoy con un consultor para tener una mirada externa. Yo me manejo con la intuición. Intuitivamente me va bien, pero cuando me tengo que sentar a hacer bien los cálculos... En realidad, soy buena con los números, pero no me puedo ocupar. Necesito que alguien se ocupe, si no, me la paso haciendo planillas y no me divierto. Entiendo que hoy en día necesito ser creativa y para serlo –parezco hippie, estoy hippiando– necesito tiempo para pensar.
¿Te considerás una resiliente?
Entiendo que me convertí en un símbolo de esperanza porque mi caso explotó; como además estaba embarazada, la gente necesitaba que lo superara. Una nueva vida es siempre una esperanza. En cierto sentido, la gente necesitaba que yo no me muriera para creer que podemos hacerle frente a la pandemia. No era tanto por mí, sino por lo que simbolizaba. Aunque, para mí, los verdaderos héroes son el plantel de salud, los médicos que están en la primera línea de frontera. Los que me sacaron adelante fueron ellos, pero yo quedé como la gladiadora. Entonces, no solo no lo siento meritorio, sino que me siento un poco mal, porque los verdaderos resilientes son los profesionales de la salud. Son ellos los que luchan, ellos son los gladiadores.
Igual, la superación de obstáculos ha sido una constante en tu vida. ¿Cuáles te gustaría señalar?
Para una china es muy difícil decir “esto me lo merezco, esto no”, porque los chinos tenemos esa cultura un poco budista de que no...
No hay aplauso personal.
Tal cual, no estamos acostumbrados al aplauso personal. No sé si señalaría un evento puntual, me cuesta, pero sí aquellos en los que me esfuerzo. Yo desde siempre creo que en la vida hay una cuota de suerte. Hay gente que la rema en dulce de leche y tiene todas en contra y no le sale. Hay gente que rema un poco menos y le fluye. Si yo tengo un hashtag que me define, es #yetaconsuerte. A mí me pasan todas. Ejemplo: mi plato de comida es el que tiene un pelo (risas). Pero creo que tengo una vida interesante, que he vivido. Tal vez creo que un mérito es haber entrado al Nacional Buenos Aires sin hablar español. Hice el curso de ingreso, me aprendí todas las palabras del libro de memoria porque no entendía ninguna, literal, y no podíamos pagar un profesor. Y entré. Última, pero entré. Eso para mí sí es meritorio.
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