Juan Gil Navarro: “El trabajo del actor es medio chamánico”
El actor que protagoniza Closer en el teatro nos habla de sus propios motores del deseo, de las huellas del paso del tiempo, del amor y de los desafíos que plantea la pareja hoy
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-Estrenaste Closer. ¿Qué te atrapó del proyecto?
-El proyecto llegó de la mano de mi representante, Mauricio Catarain. Cuando me contó que estaba armando esto, recordé lo que me había pasado viendo el estreno. Closer es una obra inglesa que se estrenó en el 97 en Londres y aquí en el 99, y me acuerdo de haber visto ese trabajo. Siempre me había gustado. El tema de la obra me parecía que era bárbaro. Porque habla de sexo, de amor, de soledad y del egoísmo en el que a veces uno cae cuando se enamora. Eso sigue siendo un tema actual y relevante. Es un texto que te plantea preguntas.
-Y estas preguntas que plantea la obra sobre la pareja, sobre el deseo, ¿cómo te interpelaron a nivel personal?
-Estos personajes transitan emociones por las que uno pasó o está atravesando o en algún momento va a pasar. Porque es algo que tiene que ver con la dinámica de las relaciones y de los vínculos. Hay situaciones puntuales en mi personaje y en otros personajes en las cuales me veo reflejado en situaciones de pareja que tuve o en situaciones que no quise tener. Hay otro actor que quiero mucho, Pompeyo Audivert, que dice que “el teatro es como irse a mirar a un espejo roto”, porque uno se ve reflejado en fragmentos. No ves una imagen uniforme de eso que llega. Es una imagen rota y te ves a vos mismo en distintas cosas.
-Tu personaje, Larry, es pulsional e impulsivo a la hora de relacionarse. Vos, ¿sos más racional o sos más de dejarte llevar por lo irracional, lo animal?
-Me pasé gran parte de mi vida siendo muy racional y ahora estoy dejando la cabeza afuera de la alfombra, fuera del escenario. Para establecer un vínculo con alguien, es más importante “escuchar” que “contestar”. Con eso, la cabeza se corre de estar pensando, y entonces lo que hacés es responder automáticamente porque estás escuchando bien.
-Y estar atento al registro del otro. Eso es clave para los vínculos de pareja en general.
-Lo que pasa es que el sexo y las relaciones amorosas no son una actividad razonable. Por eso uno va al psicólogo. Te tenés que construir herramientas, nadie te las regala. Lo que yo aprendí es que se trata a lo largo de los años de construir herramientas para escuchar mejor, para saber pedir mejor y para entender que hay cosas que no tienen que ver con la mucha voluntad que vos le pongas. Hay cosas, personas y situaciones que son lo que son y no van a cambiar por más que pongas empeño. Aceptar eso y bajar la omnipotencia te permite vivir un poco más relajado, un poco mejor.
-¿Cuál fue el clic en vos para dejar de ser tan racional?
-La edad. Y perder a mucha gente que he querido mucho. Perdí a un gran amigo director que quería, Juampi Laplace, y eso me afectó muchísimo. Después perdí a mi viejo y fallecieron otras personas en el medio, pero la muerte estuvo en primer plano durante mucho tiempo y vuelve a estar ahora, no solo por el covid, sino porque hay una guerra dando vueltas. La muerte está más cerca que antes.
-Es más palpable y eso hace que te caigan fichas.
-Sí, yo no usaba reloj, pero un poco antes de la pandemia me compré uno porque era como un símbolo de recordar que el tiempo pasa. Es más como recordatorio de alguien que te dice “¿qué estás haciendo?”, “¿en qué estás usando tu tiempo?”. Y hay días que la utilización del tiempo o el placer para mí es tener un tiempo ocioso para poder pensar y poder ver qué quiero, qué necesito, qué no quiero más, cómo puedo encontrar la mejor manera de decirle a alguien lo que quiero o lo que no quiero. Creo que estaba mucho más inflamado antes y ahora me fui serenando un poquito porque no me hacía bien estar tan punk.
-Actúas desde chico. ¿Tu familia siempre te acompañó o hubo algunas resistencias que tuviste que surfear?
-Lo que pasa es que lo que yo tenía en la cabeza con el universo de la actuación tenía que ver con haber ido a un colegio donde me contaban muchas historias. Por cada letra que nos enseñaban las maestras, había una historia sobre mitología. Y en esa época, en el 78, 80, 82, salió toda la saga de La guerra de las galaxias, que iba a la par de las cosas mitológicas que a mí me contaban. Mucho después, a través de un tipo que se llama Joseph Campbell, de El camino del héroe, que lo asistió a George Lucas en la construcción de La guerra de las galaxias y otras cosas, entendí por qué era tan importante para mí y por qué me gustaba tanto todo eso. Y lo que me gustaba era todo ese universo de dioses y de personajes tan distintos. Que no es distinto a lo que pasa en el teatro y el ritual del teatro. A partir de los 15 o 16 años empecé a tener la fantasía de eso. Cuando dije que quería ser actor, ¡se armó un quilombo...! Lógico. “Te vas a morir de hambre”, “¿por qué no hacés esto de hobbie y vivís de otra cosa?”.
-¿Y ahí qué? ¿Te rebelaste?
-No, no me rebelé tanto porque terminé el secundario y, mientras hacía talleres de teatro, me metí en el CBC de Administración de Empresas. No lo terminé. Me gustaba mucho escribir y la creatividad publicitaria, entonces estudié eso y trabajé un tiempo de eso. Y a los 23, 24 años, acompañé a un compañero de teatro que estaba yendo a un casting y –esto es de manual – yo quedé y él no. Ahí arrancó todo. Ahí quemé las naves y dije: “Es esto”. Pero tuve mucha suerte, además, muchísima. ¿Viste que nadie habla de suerte? Está lleno de gente muy talentosa que no ha tenido suerte.
-¿Te gustaría volver a estar en pareja?
-Me casé dos veces y estaba muy comprometido y muy enamorado. No sé si se elige eso, eso pasa y lo que me pasó, me pasó. Tanto con Melania, mi primera mujer, como con Natalia, mi segunda, fueron experiencias muy buenas y afortunadamente pude terminar muy bien, lo cual es bárbaro, porque también se puede terminar bien. Con mucho dolor, pero se puede terminar bien. Me han enseñado mucho, me mejoraron, me refinaron. Yo era muy rústico con algunas cosas y aprendí. Espero yo haberles enseñado otras cosas.
-¿Qué aprendiste sobre vos estando en pareja?
-Aprendí a pedir. No porque me enseñaran ellas, sino porque me di cuenta de que pedía mal. Terapia mediante, me di cuenta de que el otro no tiene una bola de cristal, no tiene que adivinar lo que vos querés y está bueno tener las mejores formas para pedirlo. La primera vez que lo entendí fue porque una de ellas hacía una torta muy rica y se la hacía a todo el mundo... menos a mí. Y un día yo lo contaba en terapia y el terapeuta me preguntó: “¿Nunca pensaste en comprar la harina, el azúcar y las manzanas y acercarte de manera amorosa y decirle?”.
-Esperabas que el otro se diera cuenta...
-Pero el otro no se puede dar cuenta de nada, no tiene por qué darse cuenta de eso. Es una obligación ridícula. Ni uno puede andar atento a todo lo que el otro puede llegar a querer o lo que le puede molestar, lo que no le puede molestar. Eso no digo que venga directamente con la edad, pero si tenés ganas de pasarla mejor y de crecer, son cosas que llegan con el tiempo. Pero hoy tengo menos ingenuidad, tal vez. Para enamorarse así perdidamente hay una edad y una ingenuidad que después se pierde. Por ejemplo, si me enganchara nuevamente, no sé si volvería a convivir.
-Para vos, en una relación de pareja, ¿son suficientes el deseo y el amor? ¿Qué más hace falta?
-¡Va a durar una hora y media la entrevista hasta que lo encuentre! No lo sé, iba a decir la honestidad, pero puede haber honestidad en el deseo y en el amor. Pero no. Creo que hay otro componente que tiene que ver con algo que no se puede racionalizar. No sé qué es. Hay una electricidad que dura en el aire un tiempo y que a veces dura más y a veces dura menos. No sé si tiene que ver con el deseo y con el amor. En muchos casos no tiene que ver con el otro, tiene que ver con uno. Todos nosotros elegimos al otro en función de cosas que necesitamos o de cosas que creemos que nos van a hacer bien. Pero no porque el otro las tenga, sino porque es una construcción de uno. ¿Si son suficientes? No, hace falta un psicólogo, siempre. Un buen psicólogo e inteligencia por parte del paciente para querer encontrar algo.
-¿Qué sentís que hoy motoriza tu deseo?
-¿Hoy? El trabajo. Mi libido está puesta ahí.
-¿Sos un poco workaholic?
-Sí, pero no porque no pueda parar de laburar, sino porque me gusta lo que hago. Viste que los músicos por ahí terminan de tocar el instrumento y lo guardan, lo llevan o lo dejan ahí. Yo soy mi instrumento todo el tiempo, entonces me pongo a mirar qué es lo que pasa con la gente que tengo a mi alrededor o voy escuchando música. Voy observando. Me gusta mucho escribir. La verdad es que me divierte pensar historias o alguien me cuenta algo y pienso. Son más trabajosas un montón de cosas de la periferia de la actuación que la actuación en sí misma. Los mejores maestros de teatro dicen que hay que olvidarse de la actuación si uno quiere ser actor. Que lo mejor que podés hacer es leer, escuchar música, caminar, comer, enamorarte, llorar, desenamorarte, viajar, mirar galerías de arte, pensar, observar, porque vas a necesitar de esas cosas cuando te encuentres con un buen texto, en el mejor de los casos. Cuando te encuentres con un mal texto, también vas a necesitar más de eso. Es como un jardincito, en algún punto, hay que andar sacando los yuyos, porque si no, se te llena de malezas y te oxidás.
-¿Qué encontraste en la escritura?
-Encontré una voz propia. La pandemia me obligó a no chamuyar la introspección y a hacer activa la introspección. Ahí sí puse el culo en una silla y empecé a escribir cosas que me pasaban en serio y eso tomó cuerpo. Nació una miniserie que escribimos con un amigo productor que puede llegar a salir, vamos a ver. Tengo dos “corchos” enormes en la cocina y lo que aprendí es a jugar con unos papelitos. Lo que hago es poner la línea de la historia entera, dividirla en tres y cada línea es un acto distinto y sobre eso trabajo. Pongo música, me planto delante del corcho y empiezo a mirar la línea. Me pongo a hablar, pienso, vuelvo para atrás, veo dónde están los “puntos de giro” de la historia.
-Y en tu propia vida, ¿cuál sería un punto de giro?
-Tuve varios. Pero el último, el gran punto de giro, fue la pérdida de mi papá. Ese fue un gran cambio.
-¿Reconfiguraste algo dentro de tu rol familiar?
-No sé. Pero me acuerdo de que me estaba por ir a hacer teatro afuera, con una obra a Francia, y él no estaba bien. Faltaban dos semanas para que yo me fuera y le dije que me daba mucho miedo irme y que le pasara algo y su respuesta fue: “Acordate de que, pase lo que pase, la vida continúa”. Y se murió una semana después de decirme eso. Yo iba a cancelar eso y durante esa semana organicé toda una cantidad de cosas aparte de su entierro. Mi terapeuta me dijo: “Te liberó y te avisó eso. Lo mejor que podés hacer para empezar tu duelo y para entender que se inicia un nuevo ciclo es irte de viaje y hacer eso porque es cierto que la vida continúa”.
-Y fue una forma de honrarlo también...
-Sí, porque continúo por él y por mí. Es una continuación de los dos. Además, me estoy viendo la jeta de mi viejo todas las mañanas en el espejo, porque es algo que nos empieza a pasar: “¡Che, pero la puta madre! ¡La cara de mi viejo!”. Sus gestos, su forma de hablar, la manera de usar las manos.
-Hablaste mucho del paso del tiempo..., ¿te preocupa?
-No, cuido la máquina más que antes, mi cuerpo, quiero decir.
-¿Y cómo lo cuidás?
-Comiendo mucho mejor, haciendo ejercicio. Antes me podía acostar a cualquiera hora, podía tomar cualquier cantidad de alcohol y me la bancaba, estaba todo bien. Un día me di cuenta de que la forma en que me levantaba no era la mejor y dije: “Puedo tener un descontrol o un permiso cada tanto, pero yo quiero levantarme a la mañana y estar operativo, creativo”, me interesa sentirme bien. Creo que es eso, tratar de cuidarme de la estupidez. Cuento esto de la estupidez porque tuve la suerte de conocer a Alfredo Alcón, trabajar con él y tener una pequeña amistad. Me acuerdo de que cuando falleció, a los tres días tuve un sueño con él. Estábamos los dos sentados en la mesa de un bar, él se inclinaba hacia adelante, me miraba y me decía: “¿Qué estás haciendo con tu estupidez?” y se empezaba a cagar de la risa. Se reía y se reía. Cada vez que estoy por hacer una estupidez, me acuerdo de ese sueño y me pregunto: “¿Qué estoy haciendo con mi estupidez?”. Porque no es qué estás haciendo con tu inteligencia, es “¿qué estás haciendo con los yuyos de tu jardín?”. Porque hay que sacarlos y la estupidez, como los yuyos, crecen siempre. El tema es estar atentos a eso. Hablo por mí, no tiene sentido perder el tiempo en cosas en las que ya no creo porque, además, se me nota. No puedo actuar eso.
-¿Cuáles son, entonces, las rosas de tu jardín? Las cosas en las que sí ponés el foco, las que sí querés cultivar...
-Creo que es la armonía, la rosa que busco. Es estar en armonía con trabajos que me guste hacer, que me parezca que tengan sentido, con relaciones que me parezca que estén buenas y con tratar de ser un puente para otros.
-¿Te considerás espiritual? ¿Creés en energías?
-El trabajo del actor es medio chamánico. Estás en dos realidades al mismo tiempo, las dos son intensas, fuertes y reales. Para volver a La guerra de las galaxias, un mundo posapocalíptico supertecnológico en donde la fuerza sigue siendo lo que junta toda la materia, es una idea romántica –y de física cuántica– que siempre me gustó. Y que para mí es lo que pasa cuando te parás en un escenario, porque lo que estás haciendo es invocar fuerzas, que a veces vienen y a veces no. Para que la fuerza te acompañe, tenés que hacer mucho trabajo, tenés que ser merecedor de eso.
- ¿Dónde verlo? Closer es una historia en la que cuatro extraños se dejan llevar por el deseo. Dirigida por Corina Fiorillo, está de miércoles a domingo en el Multiteatro Comafi. $2800. plateanet.com.
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