Hice nudismo por primera vez
Pre-iniciación: topless
No pude sacarme la malla ni bien legué a la hermosa "platja naturista" de San Pol. Aunque todos a mi alrededor, parejas heteros y gays, personas solas y hasta familias con niños, estaban desnudos, yo no pude seguirlos. Pensaba que iba a ser más fácil. Hacía menos de una semana, mi primer topless en Sitges había sido más fluído. Esa tarde, la presencia de mis amigos no me había intimidado, ellos estaban entrenados en el lujo de pasar el verano saltando de cala en cala por el Mediterráneo español. Si había algo que ya no los sorprendía, eran los pechos femeninos. Fue lindo, me sentí liberada y sin la parte de arriba de mi traje de baño, todo continuó con normalidad, excepto cierto deseo en mí: mi primer pecheo de frente con el mar, calmo y fresco, me terminó metiendo en la cabeza (¿o en el cuerpo?) la idea de que, lo que seguía, era desprenderme también de la parte de abajo. Y sentir, más aún, ese mar.
Desnudos en los parques
Para ser honesta, no fue el Mediterráneo lo que me sembró la intriga. Fue la mucho menos sexy Alemania, dos años atrás, la que me dejó pensando. ¿Qué clase de tara mental hacía que el nudismo me pareciera algo tan incomprensible? ¿Qué clase de creencia me convertía en la única que se reía infantilmente ante la presencia de personas sin calzones ni bombachas en los lagos de Berlín? ¿O que se tentaba con agarrar el celular para robar imágenes de bañistas "al natu" en la orilla del río Rin en Koln? ¿Por qué yo era la única que seguía hablando acerca del "shock" de ver, en un sauna de Munich, familias enteras desnudas junto a sus hijos pequeños y decenas de desconocidos? ¿Y por qué en los lagos de Bavaria, mi primer pensamiento al descubrir adolescentes y adultos tumbados sol únicamente en piel fue "qué peligro"? Tal vez era hora de preguntarme qué diablos pasaba en mi cultura para que yo terminara decodificando violencia y amenazas latentes, donde solo había cuerpos disfrutando.
Traumas argentinos
Días antes de mi intento nudista, mi amigo argentino Fernando y su amiga argentina, Alejandra, fueron a otra playa nudista en Catalunya, pero ninguno pudo sacarse la ropa tampoco. El problema, dijeron ambos, no era la desnudez en sí. Era la desnudez en presencia del otro, de un conocido. Aunque todos en el mar estaban sin ropa, ellos se confesaron su pudor y resolvieron nadar vestidos, es decir, con traje de baño. Ya al anochecer, a la hora de tomar el tren para volver a Barcelona, quisieron cambiarse sus mallas para viajar secos. Sin vestidores a la vista, negociaron algo ridículo que ahora me cuentan entre risas. Se sacaron la malla de espaldas uno del otro, pero en presencia de todo el resto de la playa. Se dispusieron de un modo tal que todos los vieron desnudos (aunque seguramente ni miraron) excepto ellos. Sé perfectamente que solos, cada uno por su lado, días después, se animaron a concretar la fantasía de saber cómo se siente el mar en la piel. En toda la piel.
Lo logré
Finalmente, ese día en la Cala de San Pol yo también me animé a sacarme la ropa. De una manera un poco cobarde, pero me animé. Lo hice desde adentro del mar. Me metí en topless. Y una vez cubierta por el agua, me saqué la parte de abajo. Las playas del Mediterráneo tienen la característica de tener orillas angostas y de hacerse más hondas de golpe, a pocos metros. En esa zona más profunda empecé mi operación libertina. Pero justo cuando intentaba bajar mi traje de baño hacia los talones, en un estado de equilibrio precario, vino una ola y me arrastró de vuelta a la orilla. Me dejó tirada, desnuda y enredada en la bombacha, de la misma forma que estaba enredada en mis prejuicios. Me levanté rápido para mirar si alguien me miraba, incluso antes de ver si los raspones lucían tan mal como se sentían. Nada. Realmente nadie reparaba en mí. Mi desnudo no causaba ninguna conmoción. La gente estaba simplemente viviendo su vida bajo el sol. Avergonzada de mi ego, me levanté y volví a entrar al mar desnuda. Lo disfruté mucho, pensé en los naturistas y en su reivindicación. Pensé en el desperdicio de pasar tantos años de mi vida sin sentir un mar de esta forma. Salí con la bombacha en la mano. Me había desenredado.
Playas naturistas de Europa para marcar en el mapa
Más allá de Alemania, el movimiento naturista existe en toda Europa, países como España tienen sus propias federaciones que invitan a realizar múltiples actividades desnudos. Existe también un día especial, el "Día sin bañador" que se celebra en julio cada año y permite a las personas presentarse como Dios las trajo al mundo, en cualquier playa, pileta pública o privada de España.
Sylt, Alemania. En una de las Islas Frisias, muy cerca de la frontera con Dinamarca. Se considera la cuna del naturismo.
Friesland, Holanda. Casi todas las playas de las islas de Friesland son nudistas.
San Pol de Mar de Catalunya, España. Solo hay que bajarse del tren, caminar por la playa, y elegir una cala.
Playa Porto Ferro, Cerdeña, Italia. En la punta noroeste de la isla de Cerdeña está esta joya de Italia, país en el que el nudismo no es tan usual.
Playa Pampelonne, Saint Tropez, Francia. Francia y el naturismo viven en continua luna de miel.
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