Hay que pasar el invierno... ¡boreal!
En invierno allá, como en verano aquí, hay días buenos, regulares y malos. Es cuestión de aprovecharlos porque nada se gana con quejarse. En Europa, desde las Navidades y hasta Pascua, son frecuentes los cielos nublados, los días lluviosos y la nieve. Aunque el escenario no es el mismo en el norte y en el sur. Una cosa es el clima cerca del mar Báltico y otra al borde del Mediterráneo. Pasear por Noruega o Portugal son placeres diferentes. Para prepararse es útil consultar promedios de mínimas y máximas, porcentajes de humedad, registros de lluvias.
Al margen de las eventuales variantes, en todos lados las horas de luz son cortas y a las cinco o seis de la tarde es de noche mientras que el sol por la mañana sale tarde.
A partir de este cuadro de situación, que conviene charlar en familia para negociar entre preferencias distintas, ante un viaje a Europa hay que prever para disfrutar al máximo y gastar lo menos posible con los precios de la temporada baja para pasajes, hoteles y cuando abundan promociones por la crisis que golpea al viejo continente.
Es época para estar poco afuera y mucho adentro. Aunque si le gusta la naturaleza al aire libre tiene surtido para hacer esquí de travesía o senderismo, caminar por playas desiertas, hacer muñecos de nieve con los chicos.
Pero, especialmente en las grandes ciudades, las atracciones son los espectáculos y conciertos con los mejores artistas, museos con exposiciones excepcionales y liquidaciones en las grandes tiendas. Para perderse sin apuro en las tiendas calefaccionadas, almorzar con descuentos y seguir mirando y o comprando.
La gastronomía es la compañera de ruta del turista invernal que no cuenta calorías sino platos contundentes que le devuelvan el alma al cuerpo. Con recetas e ingredientes no habituales que engordan sin culpa porque el simple frío y la caminata queman calorías.
Hay que pensar en la ropa. El abrigo habitual, salvo que uno sea patagónico, no es suficiente y ocupa demasiado espacio para hacer las valijas con los regalos del regreso.
La estrategia de la cebolla
A mí me da resultado el ejemplo de la cebolla, el método de los andinistas: varias prendas livianas de algodón, más que lana, que superpuestas son capas aislantes que mantienen nuestros 37 grados corporales mientras afuera está bajo cero. Y le pido a mi mujer una vieja panty, medibacha, para reemplazar el calzoncillo largo que no me gusta.
Para el afuera salgo de compras con el mismo criterio con el que alquilo un auto. Para usar y descartar igual que un paraguas que deshecho cuando deja de llover. Busco zapatos todo terreno y dejo los mocasines de lado, salvo cuando vuelvo al hotel o al departamento alquilado. Elijo un sacón de los que usan ellos y por supuesto guantes, sombrero, gorra, pasamontañas, bufandas, orejeras para disfrazarme de oso. Si es posible los busco en la mesa de saldos o al precio normal y sumo estos artículos de primera necesidad al presupuesto del viaje.
Con el frío y la nieve, hay que cuidarse porque cuando se derrite y transforma en un piso invisible y resbaloso, un resbalón no es caída sino drama. Por supuesto armo mi botiquín con remedios acostumbrados porque allá no venden nada sin receta. Y saco seguro de viaje para no enfermarme sin médico a mano.
En general elijo un solo lugar hasta la hora de volver. Las mudanzas implican despilfarrar tiempo y dinero. Cada traslado, aunque sea en la misma ciudad, exige medio día para las valijas, uso de taxis, reinstalación y acostumbramiento a la nueva ubicación, un complicado etcétera. Si estoy cómodo me quedo sin moverme. Especialmente en un departamento.
Si, por el contrario, me atrae el turismo itinerante, parto desde otra idea. Viajo con lo mínimo eligiendo los costos para pases de trenes (que son excelentes) y hasta puedo dormir en el vagón. O elijo ómnibus que a veces ofrecen alojamientos en escalas por una noche. Duermo y luego vuelvo a bordo para acomodarme en la ventanilla disfrutando de postales para el recuerdo.
Le cuento lo que me resulta útil. Especialmente cuando viajo solo porque acompañado es algo diferente. Sin olvidar que las cosas lindas de la vida, como un invierno en Europa, son para compartir.
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