Hablemos de argentinidad: 4 miradas bien diferentes sobre lo que nos define
De cara al aniversario de la Revolución de Mayo, reunimos algunas voces para pensar “la argentinidad”, un asunto sobre el que hay miradas compartidas, pero también experiencias muy singulares.
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Virginia Higa: Estar lejos
- Quién es y qué hace: es escritora y traductora literaria. Trabaja enseñando español en Estocolmo, donde vive desde 2017. @samuraivir.
Desde que vivo afuera de Argentina siento que puedo ver y entender muchas cosas de nuestra cultura y sociedad que antes eran solo intuiciones. Vivir en otro lugar te da necesariamente otra perspectiva, un contraste, y por eso ves lo bueno y lo malo con algo más de nitidez. Descubrí muchas virtudes en las que antes no me había fijado porque las daba por sentado: la enorme vitalidad y el placer por el pensamiento que tenemos los argentinos, por ejemplo, no son cualidades que se encuentren en todas partes.
Extraño la vida social, la curiosidad de la gente, a mi familia y amigos. También creo que la experiencia de ser inmigrante es algo que todos deberíamos tener, aunque sea una vez, aunque sea por un tiempo corto. Muchos argentinos tenemos un pasado de inmigración, pero eso se va borrando con el tiempo. Está bien que así sea porque significa que los grupos se integran y se crea una cultura nueva. Pero vivirlo en carne propia te hace más atenta a las dificultades que tienen los inmigrantes en todos lados, y es algo que no hay que olvidar. Vivir en un país rico también me abrió los ojos a las enormes desigualdades del mundo, a tramas muy profundas que hay que desentrañar para entender dónde estamos y cómo llegamos hasta acá. Algo que me molesta mucho es la distinción entre inmigrantes ricos (“expats”) y pobres (“inmigrantes” a secas).
Nuestra idea siempre fue volver eventualmente a Argentina y eso sigue en pie. Mientras tanto, para combatir el desarraigo trato de estar en contacto continuo con mis amigos y mi familia y también más o menos enterada de lo que pasa (en las noticias, la literatura, la escena cultural). ¡Escucho mucha más música argentina y latinoamericana ahora que antes! También aprendí a hacer medialunas, llevan mucho tiempo, pero son inigualables.
Gabriela Cabezón Cámara: “Las palabras se cuentan”
- Quién es y qué hace: es escritora, periodista y docente. Escribió las novelas La virgen cabeza y Las aventuras de la China Iron. @cabezoncamara.
No sé qué es la argentinidad: si el dulce de leche o el tango o Maradona o el mate o Boca/River o los civilizados o los bárbaros o Evita o Roca o la Quiaca o Ushuaia o Martín Fierro. Acaso, y cuando digo acaso pienso en Borges, que frecuentaba mucho este adverbio, acaso la patria sea el círculo vacío, esa “o” que hay entre todas estas palabras, que son estas, pero podrían ser muchas más y también otras. La patria es algo que pasa entre un montón de palabras y un montón de silencios. Algo del orden de la lengua: una serie de mitos, de discursos en pugna, de silencios que atronan. Historias que aprendemos en la escuela mucho antes de tener herramientas para cuestionarlas. Mitos. San Martín, la libertad, la vaca que nos da la leche y la carne, el desierto, la conquista, los indios, los españoles, los inmigrantes, el “río de sueñera y de barro [por el] que las proas vinieron a fundarme la patria” —otra vez Borges: Borges también es la patria–. La patria es, siempre, imaginaria: no hay nada en el mundo, fuera de la cultura, que indique que acá empieza y acá termina una patria. Ni siquiera que exista un país. La patria es un montón de convenciones, de historias. Algo que es inevitable para toda historia es el punto de vista, la perspectiva: ese lugar donde quien narra está.
Desde ese lugar se organizan las historias: no solo lo que se califica como “bueno” o “malo”; también la jerarquía, el orden de importancia de lo que se va a contar. Incluso lo que no se va a contar: ninguna historia puede contar todo porque entonces contar un día llevaría exactamente un día. No se puede, no nos alcanzaría la vida, no entra todo. Es completamente imposible contar una historia sin una perspectiva. Como mucho, se puede contar con varias. Entonces, esta historia que compartimos, que nos cuentan hasta el cansancio cuando somos escolarizadas, se puede contar desde otra perspectiva: por ahí el desierto no estaba desierto, por ahí la vaca no nos da nada sino que le sacamos todo, por ahí no venimos de los barcos, por ahí la conquista sería mejor nombrada como genocidio, por ahí la libertad no es atarnos el cuerpo al ritmo inhumano de un trabajo a destajo por “moderno” y “civilizado” que sea, por ahí la belleza y el saber no están solo en Europa, por ahí no fueron solo los varones quienes fundaron la patria. Y millones de posibilidades más: las patrias se cuentan. No se hacen solo de palabras, es cierto: hay guerras y matanzas en las constituciones de los países. Pero lo que se siente como pertenencia, en nuestro caso, “argentinidad”, es una historia. Necesitamos contarla, y escucharla y leerla, desde todas las perspectivas que sean posibles. Para que podamos empezar a imaginar una patria que sea amparo para todas, todes y todos.
Ximena Sáenz: La Argentinidad a la mesa
- Quién es y qué hace: es diseñadora y cocinera. Trabajó en varios restaurantes, fue una de las conductoras de Cocineros argentinos y es autora de varios libros de cocina. Da clases de cocina y comparte sus recetas en sus redes. @ximena_saenz.
La comida de nuestro país es muy diversa y yo tuve la suerte no solo de viajar y comer en restaurantes, sino de entrar en casas de familia que es donde yo creo que está la verdadera comida argentina: puertas adentro. Lo que más nos une en todo el país es el mate. A donde fui, a cualquier provincia y en cualquier situación, el mate derribó barreras. Llegaba a un lugar donde no me conocían y me ofrecían un mate y aceptarlo y compartirlo (cuando todavía se podía) eran gestos de confianza. Hasta me convidaron mate en un barco pesquero en el que me embarqué en Ushuaia. Ojalá que el Covid no cambie esa costumbre, ojalá que pronto se pueda volver a compartir.
También nos une el fuego. El que se prende en el horno de barro para hacer unas empanadas en Salta o en Santiago del Estero (cada región tiene las suyas) o el que se enciende en la Mesopotamia. Más allá del ritual de encenderlo, el fuego confiere un olorcito ahumado distintivo de todas estas preparaciones.
Obviamente también la carne es muy protagonista. Mucha carne, mucho pan, vino; y no tantas verduras: como país, no tenemos una tradición demasiado fuerte de cocina con vegetales, pero confío en que quizás eso con el tiempo y más conciencia pueda cambiar.
Por último, una tradición hermosa: la gente se junta a comer en torno a mesas largas, y compartir la mesa es una fiesta. Esto se ve poco en las ciudades grandes y mucho en las más pequeñas y en los pueblos. Alguien cocina para mucha gente y nadie toca al timbre, no es que “se armó” un almuerzo o una cena, sino que la gente cae y se come de a muchos. En nuestro país, la cocina y la comida siguen siendo sinónimo de reunión.
Mercedes Güiraldes: Bordar lo nuestro
- Quién es y qué hace: emprendedora, creadora de Paisana, un proyecto que produce objetos –como las escarapelas de esta nota– que revalorizan nuestra identidad. @paisana.argentina.
Devine emprendedora como resultado de una primera boina que me pidió mi madre que le bordara (yo no bordaba aún) con esas florcitas que yo dibujaba en papel en mis tiempos libres. Después me pidieron una mi hermana, mi abuela materna, una prima, una vecina y así empezó a rolar ese primer proyecto para family & friends. El nombre Paisana llegó también como un rayo, otra consecuencia segura de una investigación transgeneracional que yo venía haciendo de mis antepasados, y que cobró más fuerza cuando nació mi hija. Es literal y metafóricamente el hilo conductor de una historia que es más grande que yo, y que a veces honro y con la que juego y de la que me adueño, y que otras veces me posee a mí. Es de donde vengo y quien soy, con todas sus luces y sus sombras, que no son pocas.
Paisana nació con las flores, con la manualidad que desacelera y que conecta. Nació de la observación meticulosa y meditativa de la expresión más sublime y poderosa de la vida: la naturaleza, que yo ya observaba mucho a través de la fotografía, otra de mis pasiones. También nació porque vi y sentí el peso del desinterés y el desprecio por lo “nuestro”. Así, poco a poco, las flores, los oficios y la argentinidad empezaban a entramarse. En algún momento, y leyendo acerca de las mujeres de mayo, bordé una escarapela, y una clienta me pidió 10. A eso le siguió otra que me pidió el escudo nacional chiquitito en una boina… y seguí jugando con estos. Inventé cinco escudos más, algunos con imágenes e íconos más representativos: el primero fue el de las flores nativas, el segundo fue el de la luna en lugar del sol con dos manos apenas acariciándose (me da mucha paz), el tercero fue el del mate en alto (glorificando este ritualazo argentino), el cuarto fue uno literalmente agrietado (no necesita explicación), y el último surgió en la pandemia con unos horneros y otras flores nativas en lugar de los laureles (para que coloreen y aprendan les más chiquites).
Por eso, cada pieza que sale de Paisana intentamos que porte consigo el mensaje del amor por quienes somos y la belleza de lo que tenemos, si es de buena calidad, sustentable y colabora además con la recuperación del medio ambiente, mejor. Es un esfuerzo tremendo, pero es la mejor forma que conozco de hacer política, de decir lo que pienso, transmitir lo que siento y de cuidar lo que amo, con el deseo de que le haga tan bien a los demás como me hace a mí saber que estoy haciendo mi parte lo mejor que puedo en la (re)construcción de mi hogar: la Argentina.
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