Fracasos con moraleja: 2 historias de emprendedores de las que aprender
Porque cuando nos equivocamos no estamos perdiendo el tiempo, solo estamos ensayando para hacerlo mejor la próxima vez
A partir del lanzamiento en Argentina del mapa del fracaso a nivel mundial (el Global Failure Index –GFI-), encarado por The Failure Institute, el organismo que lleva adelante las Fackup Nights, te contamos 2 historias de negocios que terminaron en desastre y que al mismo tiempo dejaron valiosas moralejas. Prestá atención, porque tener en cuenta los desaciertos de otros emprendedores alrededor del mundo puede convertirse en una excelente guía para saber lo que NO hay que hacer al encarar nuevos proyectos.
APRENDER A ESCUCHAR
A los 33 años Erin Rothman era vicepresidenta de una exitosa empresa de consultoría ambiental. Pero un día decidió renunciar y abocarse a una idea que tenía en la cabeza desde hace un tiempo: desarrollar un pluviómetro con sensor que le enviara mensajes de texto a los ingenieros ambientales cada vez que llovía. Así iban a poder tomar muestras a mayor velocidad y dejar de perder tanto tiempo. Se juntó entonces con varios expertos especializados en desarrollar nuevos proyectos (aceleradores) que le dieron toda clase de recomendaciones, entre ellas, enfocarse en el software (el programa digital que iba a hacer funcionar el sensor) más que en el hardware (el aspecto físico del aparato). Desarrollar el segundo, le dijeron, era difícil y demasiado arriesgado. El problema es que a Erin no le importó demasiado lo que le dijeron y se dedicó a construir también el hardware. Mientras que el primero entró rápidamente en fase beta (un proceso de desarrollo previo al lanzamiento) la producción del hardware tuvieron que postergarla por problemas técnicos. En el interin los precios se dispararon y, debido a los altos costos, finalmente terminaron construyendo una sola unidad del modelo. Mientras tanto Erin ya se había reunido con todos sus potenciales clientes, asegurándoles que solo era una cuestión de días para que el sensor estuviera terminado. Finalmente, como el producto no estuvo desarrollado a tiempo, los clientes no pudieron probar la propuesta y finalmente los inversionistas abandonaron el proyecto. Erin perdió todo lo que había invertido y defraudó a un montón de gente, en especial al equipo que había trabajado tan duro junto a ella para desarrollar el producto.
Lo que aprendió Erin
-A no hacer promesas que no sabés si podés cumplir.
-A prestarle más atención a la comunidad de inversionistas y a pensar que tal vez, cuando muchas personas experimentadas te dicen que algo es difícil, está bueno fijarse por qué lo dicen y no solo contestarles: "Si fuera fácil, todo el mundo lo haría".
-A armar sí o sí una propuesta de negocios de antemano, previendo los riesgos.
-A no presionar hasta el límite a tu equipo para lograr cosas imposibles.
-A no dedicarte durante meses a un proyecto que no estás en condiciones de financiar.
DEJAR LA SOBERBIA DE LADO
Raúl de Anda es un ingeniero industrial que desarrolló una empresa para darle empleo a los recién egresados de las universidades. Su idea era entonces ser un nexo entre las compañías y los universitarios, para que los alumnos egresaran con un trabajo en puerta, y al mismo tiempo, él mismo hacer algo de plata por sus servicios prestados. Se dedicó junto a sus socios a armar una gran red de empresas a las que ofrecerles su programa, y después de siete meses de trabajo y más de 100 reuniones y 50 presentaciones entregadas, terminaron no cerrando acuerdo con ninguna. Estaba tan seguro del producto que tenía y tan orgulloso de su modelo, que nunca se fijó por qué fallaba, y en vez de mirarse al espejo se dedicó a pensar que quienes rechazaban sus propuestas eran unos inútiles que simplemente no reconocían una buena oportunidad.
Los 2 principales errores que cometió Raúl
-Necedad: reunión tras reunión, decía y vendía lo mismo, pensando que sus interlocutores no sabían lo que se perdían, sin pensar jamás que el error estaba en su propuesta. Nunca se dio cuenta de que no estaba ofreciendo nada que tuviera valor agregado, ya que ese mismo servicio lo otorgaban de forma gratuita las universidades.
-Orgullo: nunca fue lo suficientemente humilde como para preguntarle a los demás cuál era el problema con su proyecto. Quizás si les hubiera dado la oportunidad a sus interlocutores de explicarle por qué no aceptaban su propuesta, se hubiera enterado mucho antes de que el proyecto era inviable.
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