Flor Bertotti: “Todos los días de mi vida alguien me habla de Floricienta”
Charlamos con la actriz, convertida en una exitosa Youtuber y emprendedora full time, sobre sus nuevos desafíos y su objetivo de vida: bajar un cambio
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Antes que nada, la sonrisa. Siempre la sonrisa. Casi como si fuera su propia marca registrada, ese sello personal que lleva vaya donde vaya. Flor Bertotti la conserva y la exhibe desde que la conocemos, cuando vivía al ritmo vertiginoso de la televisión y de su carismática Floricienta. Y cuando llegamos al bar rodeado de árboles en el que nos había citado, nos recibió también así, con una sonrisa y diciendo: “Bienvenidas a mi oficina”.
El presente de Flor es bien distinto hoy: cambió los sets, las giras y los rodajes maratónicos por un estudio de YouTube, desde donde despliega sus ganas de hacer, de crear, de actuar; también le dio cauce a su pasión emprendedora y lidera el equipo de Pancha, su marca de indumentaria para chicos. Y se la ve liviana, feliz y abrazando nuevos desafíos.
- Hablemos de esta Flor youtuber y sumándose a un lenguaje diferente. Muchos dicen: “Me quedo afuera de esto, no es para mí”. Y por ahí vos dijiste: “No me importa nada, no sé si es para mí, lo hago igual”...
- Yo pruebo todo, no sé en qué momento de mi vida el concepto de decir “no” quedó afuera. No fue una decisión consciente. Vos me proponés algo y no te digo que no de entrada porque me parece que eso me deja un espacio de juego y de prueba. Por ahí después hago cuatro episodios y no sigo. De hecho, en TikTok me pasó: empecé para ver qué onda y no me resultó tan orgánico. Pero no le tengo miedo al boludeo ni a quedar expuesta. O sea, cuando me siento incómoda, me corro.
- La premisa es que vos no la pases mal.
- En realidad, está bueno que me represente lo que estoy haciendo, aunque siento que todo se puede capitalizar de alguna manera. En YouTube me metí sabiendo que no soy nativa de ahí, que el público que lo ve tiene mucho más YouTube que yo. Pero trabajo con una chica que tiene 20 que está mucho más aggiornada y ella me explica... Yo vengo de otro palo...
- ¿Ya tenías el objetivo de monetizar ese negocio o arrancaste a ver qué onda y recién después empezaste a ver que había un negocio?
- No, yo no tenía idea de que YouTube era un negocio, que se monetizaba. Igual, antes de meterme en esa información, a mí me gusta más saber si lo que voy a hacer me gusta, me representa, me divierte. Mi objetivo principal no era trabajar de eso, pero me fui dando cuenta con el tiempo de que es una plataforma donde puedo probar todo. Lo peor que me puede pasar es que haya episodios que no mire nadie, pero otros están buenísimos, y además puedo borrar alguno si no me representa.
- Lo bueno que tiene YouTube es eso. Cuando vos te comprometés en una producción que es de otro, eso no podés hacerlo.
- Para mí que tengo un gran miedo al compromiso. Suar durante muchos años me llamaba y me decía: “Vení, tengo este proyecto”, y nos juntábamos y lo charlábamos. “¿Y, estás adentro?”. “Dame tres semanas y veo si me organizo”. Y a las tres semanas, yo no podía contestar, porque él arma con mucha anticipación, pero yo qué sé si el año que viene voy a querer... A veces hablo en terapia que me retaceo yo misma porque sé...
.- .. que cuando entrás, entrás con toda.
- Claro. Me cuesta dosificarme. Cuando algo me gusta, me re apasiono, y me meto, y disfruto, es como que no sé poner el freno. A veces freno, pongo en la balanza y veo que es mejor estar un poco más tranquila.
- Este freno que encontraste, ¿con qué sentís que tuvo que ver?
- Creo que son muchas cosas, pero se lo podría atribuir a que estoy grande. Trabajo desde chica, hice un montón de cosas que me encantaron, disfruté un montón, estuve re expuesta y con la libido solamente puesta en el trabajo... Y después fui mamá. Me costó compatibilizar lo que me imaginaba de la maternidad con lo que pude manejar, siento que no salí tan airosa. Román tenía un año y pico y yo laburaba un montón. Me costaba bajar. Después empezás a ver cuál es tu prioridad de disfrute, con qué la pasás bien. Yo no soy ambiciosa. Hace poco le decía a la psicóloga que por ahí parece poco ambicioso bajar un cambio, pero ¡es un montón para mí! Siento que siempre estoy haciendo mucha cosa. Me parece que fue eso lo que me llevó a decirles que no a algunas cosas, a correrme, a escuchar mi pulso. Me parece que también con la edad empezás a darte cuenta de qué querés hacer. Yo, al revés de todo lo que sentía que era el medio, quería normalidad. Me encanta la rutina de ir a la oficina, armar equipo, trabajar. Me da cierta sensación de seguridad y tranquilidad, la organización.
- En algún punto, venís desde hace unos años bajando un cambio con el laburo de actriz, pero no en todo lo otro que hacés.
- Claro, porque hago mil cosas. Fede, mi marido, me dice: “Pará la Kawasaki”, porque, aunque por ahí no hago la tira o la película, tengo Pancha, las redes, YouTube, me junto a componer...
- Bajar un cambio es como tomar la rutina de laburadora, de emprendedora. Es un poco lo que nos pasa a todas...
- Yo, en realidad, quiero bajar un cambio porque soy una acelerada y porque tengo la suerte de que hago lo que me gusta. Cuando hacés lo que te gusta, te cuesta el límite porque sos tu propia jefa. En mí todo es tracción a sangre, y me encantan los desafíos. Por eso a veces me pasa que me aburro, quiero cosas nuevas todo el tiempo. No me importa si es un éxito o no, sino que me mueva algo a mí.
- ¿Y Fede cómo te acompaña en esta velocidad a la que vas?
- Bien. Él es mucho más tranquilo, mucho más calmo. Entonces, nos complementamos. Él sabe que a mí me encanta hacer todo lo que hago y me apoya. De hecho, cuando iba a hacer teatro, que no había hecho nunca teatro de texto, siempre había sido Floricienta o Son amores, él me re alentaba. En ese sentido es como re generoso, de apoyar y tapar agujeros.
- Es clave funcionar como equipo.
- Sí, nosotros tenemos mucha logística porque somos una familia ensamblada, tenemos miles de platitos en el aire.
- ¿Qué onda la familia ensamblada? ¿Cómo la llevan?
- Re bien, estamos juntos desde hace un montón. Cuando los chicos eran más chiquitos, éramos muy conscientes de darles condiciones iguales en la casa. Es el día de hoy que ellos se dicen hermanos, se divierten, se disfrutan, están los tres en el mismo cuarto y la pasan bomba.
- Hay algo de la energía masculina... Hay botines, medias...
- Hay de todo. Todas las zapatillas talle 42, porque ya son chabones. Y sí, son desordenados, pero son re buenos los tres. Son re masculinos en el sentido de que son activos y físicos, pero son muy “amor” los tres. Fluye.
- Lo interesante del “ensamblar” es compatibilizar formas de crianza.
- Desde que son muy chiquitos los tres, tratamos de establecer cierta autoridad. Si había que retar, se retaba. Pero era la misma bajada para todos. Igual, son muy buenos, nos queremos mucho, entonces es como que hay un ida y vuelta como, no sé, muy de amor.
- ¿Cómo es ser mamá de adolescentes?
- Y, bueno, es un viaje. Pero, como todo, cuando era más joven pensaba que me iba a morir cuando mi hijo fuera adolescente y se fuera solo y qué sé yo, pero vamos creciendo con ellos, todo es paulatino.
- Empezar a soltar es también un lindo desafío.
- Sí. Justo hoy a la mañana leí en Instagram un posteo que decía: “¿Tu hijo adolescente te responde con monosílabos?”. Me causó gracia. El mío me responde con monosílabos, pero como es muy de hablar también y yo soy re de hablar y poner en palabras qué sentimos, tenemos mucho diálogo.
- Pero eso es un lujo en una casa de varones. No sé cómo lo lograste: ¡tiranos una data!
- Había como una especie de parábola que decía que, en un momento, es como que lanzás a tus hijos al espacio y tenés que confiar en que van a cruzar y que van a volver. Todo lo que hacés ahora es darles herramientas, porque cuando salgan a la adolescencia vos podés hablar un montón de cosas, pero también habrá un montón de cosas que no te van a decir por mucho diálogo que tengas. Yo trato de estar encima, siempre quiero que mi casa sea la casa a la que vienen todos, que estén acá, yo llevo, yo traigo. Me gusta eso porque yo también lo viví en mi casa, era la casa donde nos reuníamos, la casa de todos, mis amigas venían a dormir, a almorzar, me copaba eso. Pero bueno, es un desafío, tenés que estar atenta.
- ¿Qué aprendés de ellos?
- De todo. Creo que ellos están mucho más avanzados que nosotros en un montón de cosas. Desde el prejuicio hasta la conciencia ambiental. Hace un par de días, Fede les dijo que tal tomate no se puede tirar porque lo cosecharon en Tucumán y vino en un camión que contaminó todo el camino para llegar hasta acá... Les hizo todo el recorrido... Entonces ellos preguntan: “¿Esto viene de Tucumán, papá, o de dónde viene?”. Pero siento que ellos vienen más aggiornados, con otra naturalidad para percibir y para internalizar. Están mucho más conectados con sus propios gustos también, con el disfrute. Tienen otra relación con el ocio que me parece que no es de nuestra generación. Yo soy un soldado, me llamás y vengo a las cuatro de la mañana, y si no tengo que comer, no como.
- Tenés el chip del trabajo de esa generación.
- De una generación que ya pasó. Con Romeo hablamos un montón y tenemos supercharlas y me abre la cabeza todo el tiempo porque él está en esta cosa de adolescente, de chumbar lo que vos pensás o lo que decís.
- La adolescencia es el momento en que el chico está buscando cómo separarse un poco de sus padres. Entonces te confronta ahí.
- Está buenísimo y a veces te baja de ese lugar de “yo tengo la razón y sé cómo es todo”. A veces es un descanso.
- ¿Qué dicen tus hijos de que su mamá es youtuber?
- Un poco se ríen. Me hacen un poco de bullying. Tengo mis cosas medio escondidas. A mí me da un poco de vergüenza con ellos.
- ¿No te miran?
- No, no me miran. Pero, por ejemplo, la otra vez a uno le apareció un video mío y me dijo: “¡Ay! ¡Un video tuyo!” (risas). ¡Qué vergüenza! Porque aparte no quieren que hable de ellos, entonces se ríen un poco de que soy youtuber. Romeo no tiene ni Instagram ni nada, tiene 13 y no le copa nada la exposición y no me deja. Los de Fede no, él les hace más fotos, las sube y a ellos les copa.
- ¿Romeo es tímido en general o en relación a la exposición?
- No, es re tímido en general. ¡Quién lo hubiera dicho, siendo hijo mío! No le gusta nada, quiere pasar desapercibido. Le da vergüenza cuando a veces le dicen algo de su mamá o su papá.
- Claro, no quiere que se relacionen con él por ustedes.
- Claro. Es más vivo que todos nosotros. Me mira y me dice: “Si no te conocen en realidad, ¿por qué te quieren tanto?”. Y yo no sé, un poco me conocerán, porque trabajo desde que soy re chica. Hay veces que se me acerca gente con un amor, un cariño o una emoción que vos te preguntás: “¿En qué punto llegué a ese lugar?”. Pero, bueno, también es real y sucede.
- ¿Seguís bajo los efectos de Floricienta?
- Sí. Nunca terminó. Todos los días de mi vida alguien me habla de Floricienta o me pide un saludito. Es algo que quedó.
- Hace poquito, en pandemia, ¿no se subió a una plataforma?
- No sé. Revivió en la cuarentena: lo volvieron a pasar por Telefe. Cada tanto lo vuelven a pasar. Ya lo pasaron como tres veces, pero siempre está ahí como medio vigente. Es medio vintage, pero la gente se acuerda y tiene mucho cariño asociado a un momento que era otro.
- Era un hitazo y hay una generación que creció con eso.
- Pero para mí también hay una especie de romanticismo que quedó asociado a ese momento; este es mi análisis, muy básico, pero yo lo siento así. Cuando fue Floricienta, los chicos volvían del colegio a ver la tele a esa hora, en la propaganda aprovechabas para ir al baño, no existía esto de parar o ver cuatro capítulos seguidos. Era el capítulo de hoy y el capítulo de mañana, y si llegabas más tarde, te lo perdías.
- Claro, era más un ritual.
- Mucha gente me dice que se acuerda de que volvía del colegio y se sentaba con su mamá y tomaba la leche, o lo veía con la abuela. Era ese momento, no había otro.
- Hoy los consumos culturales de los chicos pasan por los dispositivos, cada uno está en su propio rollo.
-Sí, antes coincidíamos más. Me parece que ya no existe esa cosa de “nos sentamos ahora todos juntos a tomar la merienda y vemos esto, y después hacemos otra cosa”. Mi hijo hace la tarea mientras ve un capítulo. Y me parece que algo de ese amor por el programa también incluye el amor por esos momentos que no tienen tanto que ver conmigo sino que tenían que ver más con una realidad del mundo, que era otra, muy distinta.
- ¿En algún momento dijiste “no quiero que nadie más me salude”?
- Apenas terminó se armó toda una cosa que no me aguantaba ni yo. No quería ver más las revistas, los carteles. Hubo un momento que fue como mucho para mí. Lo que me pasaba era que me daba vergüenza, porque de repente iba a una comunión y terminaba yo siendo el centro de atención. Fue un momento de mucha, mucha exposición. Después vino el cariño, un recuerdo ligado a algo lindo que, la verdad, sería muy injusta si no me abriera a recibirlo. Más allá de que a mí me da un poco de vergüenza, es lindo. Es un mimo. Es parte de algo que fue y quedó, consciente o inconscientemente, sembrado, y que vuelve, qué sé yo. Me parece que poder disfrutar de eso también es parte de crecer, y es parte de lo que hice, y es parte de mí también.
- Pero sí hay algo que te marcó en cuanto al freno.
- Sí, se abrieron muchas posibilidades, podía hacer otro programa para Televisa o programas de domingos, seguir explotando ese costado, hacer shows, discos... Pero terminó ganando esta cosa medio de vieja que tengo, de decir “no sé si quiero ser mega”. Aunque, en realidad, no sé si hubiera llegado a serlo o si tenía la pasión para alimentar esa dirección, porque requiere mucha energía... Son muy sacrificadas, estas carreras, y yo en un punto dije: “Esto ya está”. De hecho, se habló mucho de hacer la tercera temporada, pero yo no daba más, estaba re cansada... Eran los teatros, fotos, figuritas, meet and greet, giras... Hay que saber también decir que no.
- Es difícil decir que no cuando estás en el éxito.
- Cuando empecé con YouTube, un montón de gente me hablaba de Floricienta y yo no quería saber nada, pero después me fui amigando con eso. Aprendí a soltar la mirada del otro con respecto al disfrute de uno, al pulso de uno, a lo que te va naciendo, a lo que sí, a lo que no, a las dudas, a ir probando. Pero siempre me sentí muy bendecida, muy iluminada de poder haber hecho eso. Es algo que todos los días me vuelve de alguna manera, y lo agradezco.
- ¿Y tu emprendimiento Pancha cuándo nació?
- Ahora cumplimos 9 años. Siempre quise hacer algo en paralelo a la actuación, donde pudiera manejar mis tiempos. No sé cómo llegué a dedicarme a la indumentaria, creo que no fue tan planificado. Mi suegra tenía una fábrica de pantuflas y calzado, y a mí me encantaba la ropa, los pijamitas... Además, como mamá de varón, me frustraba que hubiera tan poquitas cosas para varones en los negocios. Y me copaba el ritual de bañarlo y ponerle el pijamita, el perfumito, que estuviera divino para irse a dormir. Y entonces, medio de kamikaze, decidí hacer unos pijamas. Mi suegra me pasó tres teléfonos, pero fue muy a los bifes, un error atrás del otro. Ir en el auto y googlear “modelista”, ir a Villa Adelina, tocar el timbre: “Pero ¿vos sos Floricienta?”, “Sí, pero vengo porque quiero hacer un pijama”, “Ah, no, pero yo hago ojal y botón. Acá tenés que venir cuando ya tenés el pijama cortado, cosido, bordado”, “Ah, bueno, ¿y vos sabés quién cose?”... Y así. Todo muy a pulmón.
- Aparte te metiste en un mundo que no conocías para nada...
- No sabía nada y es muy jodido. Me pasó que me venía el bordado en la espalda, la manga más corta, que el taller interpretaba mal una ficha que mandábamos... Y así mil cosas. Para mí fue toda una escuela de la frustración. Porque, desde que empecé a trabajar como actriz, siempre me había ido re bien, fácil, divino, todos éxitos. Pero con la ropa aprendí a enfrentar los problemas: esta cosa de que ningún escollo es definitivo, siempre hay una posibilidad aunque no la estemos viendo en este momento. ¡Porque encima yo soy re optimista!
- El optimismo y el positivismo lo tenés en la sangre...
- Sí. Fede me dice que soy un poquito negadora. Pero creo que la piedra no es tan grande aunque sea enorme, y entonces pienso que si no la voy a poder pasar por arriba tal vez por el costado, o si la hundo un poco... Tratar de resolver porque depende de vos fue la mejor enseñanza que me dio esto de emprender y de buscarle la vuelta. Para mí fue como hacerme de abajo, hacer el camino y putear, equivocarme, perder plata y mandarme todos los mocos habidos y por haber. Me curtió.
- Le encontraste la vuelta sin darte cuenta.
- Es que, aunque parezca un positivismo tóxico o algo de necia, hay veces que te das cuenta de que los escolllos son, en realidad, una oportunidad. En Pancha tuvimos varias crisis y te juro que de todas salimos fortalecidas. Siempre digo que, cuando te tirás a la pileta, no te queda otra que nadar. Te podrás cagar de frío, te podrás asustar, pero terminás nadando porque, si no, te vas al fondo. En esto del positivismo extremo hay una delgada línea, porque en casos puntuales de problemas serios, que yo te diga que sonrías a la mañana no te va a cambiar la vida. No es la solución. Pero si vos te quedás estancada en algo, me parece que la actitud es la diferencia entre pasarla muy para el culo o pasarla bien. Se lo digo a mi hijo: “La tarea la vas a tener que hacer igual, podés putear, pero la tenés que hacer. Podés hacerla puteando enojadísimo o sacártela de encima poniendo una musiquita”. Hay gente que hace de toda su vida una serie de pequeñas torturas, es como muy simbólico, en algún punto. Y depende mucho de la decisión de uno. Pero, bueno, es difícil para el que no lo puede ver así.
- ¿Sentís así la liviandad, casi como un estilo de vida?
- Sí, es como mi aspiracional permanente. Soy muy alegre y optimista. Nada me parece tan grave. Para mí, la clave de todo es dimensionar.
- No tomarse tan en serio ni a una misma a veces.
- Yo me río de mí misma todo el tiempo y me gusta porque me parece que es una herramienta enorme, sacarnos la solemnidad de tener razón, de estar en control de todo. Y me gusta ver que mi hijo lo re tiene también, lo de reírse de uno mismo.
- Se te ve superliviana.
- Bueno, ojalá, cada vez más. Porque yo siempre fui re cumplida y me gusta que el otro esté bien, y a veces también tiene que ver con mi signo.
- ¿De qué signo sos?
- Piscis, entonces es como que te vas con el deseo del otro. Mi deseo pasa a ser que vos estés bien. Entonces fue difícil para mí aprender a decir que no sin pensar si el otro se va a ofender. Mi mamá siempre dice: “El que se ofende se jode”. Porque no estoy haciendo nada para perjudicarte, es simplemente que no quiero avanzar con algo. Ser sincero con esa emoción.
- Y con la idea de bajar un cambio, ¿pensás en hacer yoga, ponerte a pintar, algo para descomprimir?
- Hacer nada no existe para mí.
- Claro, por eso, quizá bajar un cambio significa tener un hobbie más liviano o algo así.
- No. Quizás aprender a que si hay 12 horas de luz del día, no son 12 horas para trabajar. El ocio no productivo es el que a mí me cuesta, porque mi trabajo y mi gusto están muy relacionados. No es que hago algo que no me copa. Pero empecé a hacer un curso que me encanta que es de medicina china y de alimentación y estoy re contenta con eso. Igual, yo necesito hacer, me gusta. Ponele que son las cinco de la tarde, ya es tarde, pero a mí siempre me queda algo para hacer, la lista no se termina y está todo mezclado: me quiero anotar en esto, me quiero comprar dos frascos para la cocina, tengo que comprar para el acto... Es como que no termina más.
- Entonces la idea de un “año sabático” no es compatible con vos.
- No, quizá si evoluciono mucho pueda llegar, pero hoy por hoy no lo veo posible porque siento que me aburriría. Pero sí, aspiro a tener más momentos larva. Modo larva. Está bueno, es una buena búsqueda.
Maquilló y penó Vero Fox. Agradecemos a Experiencia Casa Living y a todo el staff de Revista Living por su colaboración en esta nota.
FOTOS DE GUSTAVO SANCRICCA. PRODUCCIÓN DE VIRGINIA GANDOLA.
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