Filosofía erótica: ¿cómo nació el amor?
Nuestro nuevo columnista, Darío Sztajnszrajber, nos cuenta cómo fue el salvaje nacimiento del amor
Cuenta el mito que se estaba celebrando el nacimiento de Afrodita en el Olimpo con una gran fiesta y que todos los dioses habían sido invitados. Todos menos uno: la gran ausente era Penía, la diosa de la indigencia, de la pobreza, de la falta. Y mientras todos festejaban, reían y bebían, Penía –con su aspecto de linyera, de solicitante– observaba envidiosa la escena. Sin embargo, uno de los dioses, Poros –el de los recursos, de las herramientas, de la disposición a resolver cualquier cosa–, comenzó a sentirse mareado de tanta bebida. Salió de la fiesta y, cuando pasó al lado de Penía, se desmayó a sus pies. ¿Qué habrá hecho Penía con Poros desmayado? ¿Lo habrá ayudado? ¿Lo habrá despertado? ¿Lo habrá dejado tirado fruto de su envidia y enojo? No, ninguna de estas tres opciones. Hizo algo mucho más radical: lo violó. Y fruto de ese acto, Penía se embarazó y así concibió a Eros, el dios del amor.
Salvaje nacimiento del amor, según el relato de Sócrates en El banquete, de Platón. Salvaje para nuestra idea tradicional del amor asociada a la bondad, a la paz, a la armonía, a la felicidad. O peor aún, asociada a la idea de plenitud y de poder alcanzar, a través del amor, un estado de cierta completud. Es claro que Eros lleva en su germen el contraste de sus padres.
ASPECTOS EN PUGNA
El amor es, por un lado, Poros, o sea, la vocación decidida de ir con todos los recursos en busca de su objetivo; pero es al mismo tiempo Penía, la insoportable sensación de que cuanto más me acerco, más se me escapa. Como un círculo interminable donde la falta origina la búsqueda, y la búsqueda nunca se completa.
¿Cómo lidiar con esos dos aspectos? ¿Cómo conciliar que en el amor se superpongan un ideal de plenitud absoluta con la conciencia de nuestro carácter finito que siempre va a estar en falta? Quiero decir, ¿no es lo humano deseo abierto desde el momento en que necesitamos alcanzar un estadio de tranquilidad frente a la evidencia de que nacemos para morir? ¿Y no es el amor ese gran mito que hemos sabido elaborar como un gran pharmakon que nos provee la tranquilidad anhelada?
La palabra pharmakon, en griego, significa tanto "remedio" como "veneno". Y claro que los mitos son también una dimensión de la verdad. Y es más evidente aún que las idealizaciones solo generan frustraciones. Por eso, Eros es la evidencia de esta estrategia inconsciente que intenta apaciguar lo abierto de nuestra existencia. Se supone que el amor calma, llena, completa. Se supone. Pero Eros es también Penía, su madre, su carencia y, sobre todo, su origen violento que nos revela que, en el fondo, no hay origen sino búsqueda infinita.
La filosofía, según la famosa etimología, es amor a la sabiduría. Durante siglos, el ser humano creyó que ese deseo por saberlo todo iba finalmente a alcanzar un estado de conocimiento pleno. Pero si frente a esta definición no ponemos tanto el acento en la sabiduría sino en el amor, nos encontramos con que hacer filosofía, en su radical cuestionamiento de todo lo que nos rodea, no es tanto el intento de hallar una respuesta sino todo lo contrario: comprendernos como la paradoja de quien busca algo que sabe que nunca va a alcanzar, pero que no puede dejar de buscar.
¿Conocías este mito griego del nacimiento del amor? ¿Qué opinás acerca de su naturaleza salvaje? Además, más sobre Darío Sztajnszrajber, un rockstar filosófico y una entrevista que le hicimos en El blog de la mamá.
Temas
Otras noticias de Sexo y pareja
Más leídas
"Chicos de la vergüenza". Frida, la cantante de ABBA que se convirtió en la cara más conocida de un plan racial nazi
Mensaje a Occidente. Putin hace temblar a Europa con un misil y evoca una guerra mundial: ¿qué busca?
"Eliminar lo ordinario". Escándalo por la nueva campaña publicitaria de una marca de lujo
Últimos registros. ¿A cuánto cotizan el dólar oficial y el blue este sábado 23 de noviembre?