Éxito a medida
Frente al cursor titilante de la página en blanco del Word, demorada, le tipeo rápido a Agus Vissani, secretaria de redacción de OHLALÁ!: “Acá, peleando con el exitorial”. Borro en el chat de WhatsApp y corrijo “editorial”. Pero algo hace mella y, como me gusta encontrarles la sincronicidad a las cosas (y porque no sabía qué escribir hasta este momento), me pregunto: ¿qué tengo para decir del éxito?
Parecería que ser directora de OHLALÁ! es ser exitosa. Pero nunca se trata de la meta, sino de cómo plantes bandera, el disfrute del paisaje allí en lo alto, conocer el camino de vuelta, presupuestar las caídas y las personas que te encontrás en la ruta; lo que hace del logro una aventura. Si no, cuando llegás al punto del mapa que te trazaste, no hay mucho ahí: laureles el primer mes, y después solo más exigencia, quilombos y, claro, una nueva meta, porque ya te aburriste de esta.
Durante mucho tiempo le huí al poder. Una vez, Ana Bilsky, nuestra astróloga de cabecera, me dijo: “Vos no tenés miedo a no poder, tenés miedo a –justamente– poder”. Pero es imposible ser una fugitiva de vos misma, nadie le escapa a su fuerza.
Cuando sentís la potencia de un volcán, hay veces que deseás que se mantenga dormido, pero aunque parece inofensivo, saca humo, cruje, se cocina por dentro. ¿Te pasó eso alguna vez? Quisiste pasar inadvertida, quisiste mantenerte callada, quisiste guardarte lo que opinabas, quisiste bajarte de algún liderazgo, quisiste quedarte en el molde, y no pudiste. Algo humea, algo cruje, algo se cocina por dentro. Uno de los motivos por los que contuve mi naturaleza es porque sufría cuando alguna decisión mía enojaba o no le gustaba a otro. Tardé en reconocerme como una agradadora compulsiva. Debería ser la presidenta del club de Agradadores Anónimos, porque este patrón puede hacer estragos en nuestras vidas. No hay poder sin libertad de acción. Y no hay libertad si te amoldás a lo que los otros esperan que seas.
Esto se aplica a la maternidad, la pareja, la empresa, a donde sea, a cualquier espacio donde se ponga en juego tu esencia. Hoy, soy líder en varios ámbitos de mi vida, no solo en OHLALÁ!, y mis dos mayores aprendizajes son:
Bancate que a algunos no les guste cómo accionás. La diversidad de este universo nos enriquece con la crítica y las diferentes miradas ajenas, por supuesto, pero también pone así a prueba tus propias certezas. Está en una reconocer en cada caso esta diferencia. ¿Con qué me quedo?
Sabé que vas a equivocarte. No solo nunca les vas a gustar a todos, sino que hay una máxima que reza: el que hace rompe (inevitablemente). Atrás quedó la idea de que podía ser perfecta. ¡Qué ilusión! Y sé que ahí al frente, cuando todos esperan que vos sepas lo que tenés que hacer, también hay vacío, dudas, prueba y error, también hay “tortícolis” (o el dolor que tengas), cansancio infinito, etc. Por eso, no hay liderazgo sin compasión. Cada vez que me equivoco, procuro pedir disculpas –los jefes tenemos que saber pedir perdón, no creo que sea un signo de debilidad–, pero antes me miro con amor: “OK, te podés equivocar, ¿no?”.
Sri Sri Ravi Shankar, mi maestro, tiene una frase que me encanta: “El éxito con estrés no es éxito”. Ese es mi desafío por delante: mantenerme liviana. Me reconozco en cada momento hueca como el volcán –un instrumento– para que fluya lo que tenga que brotar de adentro. Mientras, encauzo mi lava para que no arrase, sino que construya y brille. En definitiva, el verdadero éxito es ser vos.
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