Era monja de clausura, dejó los hábitos y ahora es escritora: “La vida del convento me elevaba hasta que se convirtió en algo opresivo”
Sintió el llamado religioso y se consagró como monja, pero su verdadera vocación estaba fuera del convento. Conocé su historia
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Los monasterios son lugares donde abundan las misas, cruces y altares, pero sobre todo, muchos secretos. Lo que sucede puertas adentro es un mundo al que raramente tenemos acceso. ¿Cómo es el día a día de las monjas? ¿Qué está permitido y que no? ¿Por qué alguien elige ese estilo de vida? ¿Qué consecuencias tiene abandonar los hábitos? Estas preguntas son respondidas por Florencia Luce en El canto de las horas, novela de ficción inspirada en hechos reales. Lo que distingue a este libro de otros que retratan la vida en el convento es que Luce la conoce de primera mano ya que fue monja desde los 20 hasta los 32 años. Luego se dio cuenta que la vocación religiosa no era lo suyo, se mudó a Estados Unidos y estudió literatura. En una charla íntima con Ohlalá la autora nos comparte cómo fue ese recorrido.
¿Cómo era tu vida antes de decidir tomar los hábitos? ¿En qué momento emocional te encontrabas?
Ni mi familia ni yo éramos muy practicantes, pero por algún motivo estudié en una escuela donde la religión pisaba fuerte. Esa educación encontró tierra fértil en mi durante mi adolescencia porque yo era muy idealista. Por otro lado, como mi familia era muy numerosa sentía que muchas veces no había espacio para mí, que no era vista o escuchada. Esto colaboró en parte a que estuviese en la búsqueda de una individualidad entre dios y yo. Paradójicamente ese deseo de individualidad me llevó a entrar al mundo monástico donde prácticamente te perdés.
¿Cómo fue la decisión de hacerlo? ¿Cómo reaccionaron las personas a tu alrededor?
Yo sentía que tenía un llamado de Dios muy palpable y quería dejar mi vida por una causa mayor. Profesé en un monasterio de clausura porque las personas con las que me contacté pertenecían a esa orden, pero también podría haber sido misionera en África. Mi familia me suplicó que no lo hiciera, incluso me ofrecieron pagarme un viaje a Europa. Fue muy duro para ellos. Cuando entré al convento podían visitarme una vez por semana, luego cada vez con menos frecuencia. Eventualmente mis amigos y hermanos dejaron de venir porque no soportaban verme así. Los encuentros eran muy breves y siempre los dejaban con ganas de más o con la sensación de que les ocultaba algo. Los únicos que no dejaron de visitarme fueron mis padres.
¿Cómo era la vida monástica? ¿Cómo era tu día a día dentro del Monasterio?
Básicamente el día transcurría entre rezos, misas, momentos de meditación personal, estudio y labores domésticas. El silencio marcaba prácticamente todo. Mientras comíamos solo se escuchaba la voz de una monja que leía salmos y durante las horas de trabajo solo podíamos hablar sobre cosas relacionadas a lo que estábamos haciendo. El único momento en el que podíamos charlar libremente entre nosotras era durante un recreo diario. En algún sentido estábamos aisladas del resto del mundo. La superiora recibía el diario, recortaba las partes que podíamos leer y las colgaba en una cartela para las leyesen quienes quisieran.
¿Qué sentís que aprendiste en esos 12 años y qué cosas crees que seguís aplicando en tu día a día?
Además del conocimiento teológico, aprendí el hábito de mirarme interiormente. Ese amor por la lectura y la meditación me quedó. También a ser tolerante, en el convento convivís con una multiplicidad de carácteres diferentes veinticuatro horas al día todos los días del año. Ese aprendizaje fue a costa de una vida muy dura.
¿Cómo fue la decisión de dejar los hábitos? ¿Qué te impulsó a hacerlo?
Al principio me gustaba la vida comunitaria y el estudio, también disfrutaba mucho la música en los rezos cantados. Creo que a fin de cuentas me llamaba más la atención el costado estético que el vocacional. Con el transcurso de los años empecé a tener dudas sobre mi fe —no de dios— sino de todos los componentes de la vida cristiana y los mandatos de la Iglesia. Para mi lo que marcó un antes y un después fue darme cuenta que me estaba afectando al punto de enfermarme. En algún sentido fue como estar dentro de un matrimonio en el cual sos infeliz pero seguís y seguís sin entender por qué hasta que un día tomás coraje y decís basta.
¿Te arrepentís de haber tomado los hábitos?
Me arrepiento de haberme quedado tanto tiempo, eso es algo con lo que no puedo reconciliarme. Estuve ahí desde los 20 hasta los 32 años, me perdí de muchas cosas. Sin embargo, no me arrepiento de haberme consagrado, era joven y tenía que sacarmelo de la cabeza. Además, fue una experiencia muy rica que inspiró mi libro. Tal vez me hubiese gustado permanecer ahí cuatro o cinco años máximo.
12 años es mucho tiempo para ‘reincorporarse’ a la vida civil ¿Cómo fue ese volver? ¿Con qué te encontraste?
Podría decirse que me adapté bastante rápido. Esto se dio así porque mi familia me ayudó mucho, ellos me brindaron contención económica, emocional y psicológica. Cuando salí no tenía herramientas para buscar trabajo, mientras estaba en el convento se empezaron a utilizar las computadoras y yo nunca había aprendido a manejarlas. El apoyo de mis padres y hermanos fue fundamental ya que me dio un colchón donde aterrizar. Poco después conseguí empleo, conocí a quien es hoy mi marido y comencé a viajar. Fue como si mi vida hubiese estado en una especie de paréntesis.
Te fuiste, estudiaste Letras y empezaste a escribir ¿Qué te impulsó a seguir ese camino?
Desde siempre me gustó leer. En el convento solo se permitía la lectura que estuviese relacionada con la teología, nunca ficción ni lo que hoy llamo “buena literatura”. Poco después de salir me puse a estudiar porque era algo que me llamaba la atención. Luego me casé, nos fuimos a vivir a Estados Unidos y acá me anoté en la carrera de Literatura Comparada con el objetivo de narrar mi experiencia. Para mí no se trataba simplemente de contar mi vida sino de escribirla bien, para eso tenía que leer mucho y formarme.
“El canto de las horas” no es autobiográfico pero está fuertemente inspirado en tu vida ¿Por qué decidiste contar esta historia?
Los primeros años fuera del convento me alejé lo más posible de ese pasado, quería vivir y disfrutar. Con el tiempo me surgió la necesidad de reconectar con esa vida que de algún modo me parecía que no había sido mía. Necesitaba entender por qué hice lo que hice y por qué lo sostuve durante tanto tiempo. Ese fue mi motor, revivir para comprender.
¿Cómo vivís hoy tu espiritualidad?
Sigo creyendo en Dios aunque ya no soy practicante. Me quedó cierto rechazo a los ritos, lo que no me termina de cerrar es la obligación de cumplir con las mismas prácticas todas las semanas.Yo quiero ser libre, por eso le tengo aversión a todo lo que sea impuesto. La vida del convento me elevaba al principio pero después cada vez menos hasta que se convirtió en algo opresivo. Hoy en día mi espiritualidad pasa por otro lado, la encuentro en la literatura y la música. Creo que ahí hay un dios más puro, más humano y más real.
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