¿Encontraste a tu media naranja?
Nuestro filósofo ahonda en el mito griego de que Zeus inventó el amor para que cada mitad sobreviviera buscando por el mundo a la otra.
Tal vez uno de los relatos más famosos sobre el amor sea el de la búsqueda de la "media naranja", la idea de la existencia de un otro exterior que en algún lugar nos está esperando y cuya presencia completaría de manera absoluta nuestra falencia originaria. El amor, entonces, se constituiría en la búsqueda de esa otra mitad, de ese otro cincuenta por ciento necesario para alcanzar una supuesta idea de totalidad: el cien por ciento.
Pero si se trata de naranjas y de mitades, el otro tendría que ser exactamente igual que uno, casi como si fuera una proyección nuestra en el otro, que de otro ya no tendría nada. O peor, nunca habría búsqueda, ya que estaríamos encontrando en nosotros mismos lo que se supone que buscamos en el otro. El problema es que siempre hay un otro y la idealización de esa otra mitad idéntica termina con una violencia proyectiva que disuelve la diferencia del otro para hacerlo encajar en el ideal de pareja propio que siempre coincide con nosotros mismos.
En búsqueda de la mitad
Por eso es interesante volver al mito que parece haber dado origen a este relato, tal como lo desarrolla el personaje Aristófanes en El banquete, de Platón. Aristófanes cuenta que en su origen el ser humano tenía forma esférica, como si fueran los cuerpos de dos individuos unidos entre sí con una cabeza, pero con todos los órganos duplicados: cuatro ojos, dos bocas, cuatro brazos, cuatro piernas, dos genitales (tres combinaciones sexuales). Las esferas eran muy poderosas, tanto que desafiaban todo el tiempo a los dioses. Zeus se cansó y, para maniatarlas, decidió partirlas por la mitad. Las mitades comenzaron a morir de ausencia, pero Zeus –un poco conmovido– inventó el amor para que cada mitad sobreviviera buscando por el mundo a la otra, incluso sabiendo que la restauración de su naturaleza original es imposible.
Este mito, un poco más sofisticado, tampoco resuelve los problemas, ya que no se corre de la idea del amor como pasaje hacia un estado final de totalidad cerrada. Como si la existencia misma del amor tuviera que ver con una falla de origen que se busca suturar en el encuentro con el otro. ¿Y si esa falla no tuviera que suturarse? ¿Y si el problema está en creer que hay una totalidad? ¿Y si las frustraciones vinculares tuviesen más que ver con una idea del amor como plenitud nunca alcanzable? Y de nuevo, ¿no estaríamos más pendientes de hacer encajar al otro en nuestra falencia que de poder relacionarnos, aunque no cierre, con su diferencia?
Una naranja amarga
Este ideal del amor, tal como explica el filósofo francés Comte-Sponville, supone que el amor es definitivo (la otra mitad nos cierra para siempre), que es exclusivo (solo hay una otra mitad para cada uno), que es pleno (una vez alcanzado el amor, ya no hay problemas), que es una fusión (se pierden las diferencias en pos de una unidad superior). Todos estos rasgos hacen al ideal romántico del amor como búsqueda de la otra mitad. Una mitad que nunca es real, sino la proyección idealizada de un individuo más deseoso de permanecer en su más puro y cómodo absolutismo ensimismado. Esto es, en su convencido cien por ciento, como si solo se bastase a sí mismo e hiciera siempre del otro algo a su medida. Por suerte, a las naranjas las disfrutamos solo cuando se parten... •
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