En tren de buen comer
Dos vagones impecables de 1900, con vajilla de época, el restó del Museo del Ferrocarril
COLONIA DEL SACRAMENTO.- El restaurante del Museo del Ferrocarril es un secreto a voces en Colonia, pero sigue siendo un secreto para la mayoría de los turistas que se quedan en los alrededores del casco histórico de esta ciudad uruguaya. Incluso para muchos de los que se aventuran un poco más lejos y llegan a la antigua Plaza de Toros, ahí enfrente del museo, pero sin percatarse de nada, siguen de largo.
Es que dentro del Museo del Ferrocarril, en dos vagones lustrosos circa 1900, espera un restaurante de película capitaneado por el cocinero chileno Julio Palacios. Se trata de un coche comedor y otro vagón dormitorio de primera clase, con barra y mesas clásicas, restaurados a la perfección.
"¡Yo viajé en este tren!", camina entre las mesas un señor de unos 80 años, elegante y emocionado, mientras recorre con su bastón uno de los vagones de punta a punta. Se entiende su emoción, ahora, los trenes uruguayos son poco más que inexistentes.
Afuera, en el parque, los chicos de la escuela pública también están entusiasmadísimos con esta excursión retro que ellos vinculan con el expreso de Hogwarts, el tren de Harry Potter. Los turistas también se conmueven: desde los escandinavos con borceguíes y cámaras sofisticadas hasta los argentinos en ojotas, todos dejan sus impresiones en el antiguo libro de actas.
Algunos mencionan al Orient Express, el tren de lujo, que tiene todo que ver con la barra de madera lustrada y las mesas tendidas junto a las ventanillas, con floreros y, sobre todo, con las lámparas encendidas. La mayor diferencia con el Orient Express es que aquí los precios son accesibles: una comida con vino puede salir 600 pesos argentinos. Tal vez menos que en Buenos Aires.
La carta es breve, pero más que suficiente: con la idea de fusión mediterránea, thai y criolla hay cuatro tipos de risotto (su especialidad), riquísimos ravioles y spaghetti, rolls de berenjena, profiteroles rellenos de helado de maracuyá con salsa de chocolate, y siempre hay algo nuevo. La carta de vinos es bien variada, con bodegas locales de Colonia (Los Cerros de San Juan), otras del resto de Uruguay (Stagnari, Don Pascual) y otras chilenas (Anakena, Casillero del Diablo).
Y todo sabe aún mejor sobre la vajilla antigua rescatada de remates y anticuarios: clásicos de la belle époque, porcelana de Limoges, de Bavaria... Los cubiertos son de alpaca y las servilletas, también antiguas, están bordadas a mano.
Por las ventanillas se ve la puesta de sol, el cartel de la ficticia estación Real de San Carlos, una pérgola y, al fondo, la falsa estación: ahí está el Museo del Mate y en la boletería venden suvenires. También esperan la Biblioteca del Ferrocarril, el Museo Mihanovich y el Galpón de la Remesa, donde se hacen espectáculos.
El complejo se llama Recrear la Historia (recrearlahistoria.com) y fue organizado por una historiadora argentina que prefiere quedar en el anonimato. Ella se encontró con los terrenos baldíos y consiguió los vagones en Peñarol, en un remate de la Administración de Ferrocarriles del Estado.
"Yo puse mi cocina y mis historias del jet set -sonríe Palacios-. ¡Colonia es un desafío en serio! Siempre había querido manejar un restaurante, y aquí tengo toda la libertad para crear y no sólo en la gastronomía, sino también en eventos culturales." Algo habrá tenido que ver su apellido en su camino gastronómico: también trabajó, justamente, en palacios: para la familia Swarovski, parte de la aristocracia española y algunos otros nobles de aquí y de allá.
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