En Tigre. Dos amigas y su casita de fin de semana para vivir en comunidad
Con Sofi nos conocemos desde hace 15 años, hicimos juntas la formación para convertirnos en instructoras de El Arte de Vivir. Nunca pensamos que podríamos compartir una casa, pero hace un poco más de un año unos íntimos amigos terminaron la suya, y mi amiga Kenta compró un terreno a la vuelta. Yo también había empezado a ver lotes para "algún día construir", porque me gustaba la idea de una comunidad de gente querida, pero no terminaba de cerrarme la idea, lo sentía un poco esforzado hacerlo sola. Hasta que Charlie, el artífice de este universo natural, que vivía en el barrio desde hacía tiempo ya, nos contó que iba a vender su casa, hecha con materiales de demolición, para construirse otra. Ese día, el 31 de diciembre de 2019, mientras brindábamos, nos miramos con Sofi y nos dijimos: "¿Estás pensando lo mismo que yo?". Y así arrancó esta aventura. No solo implicó endeudarnos en dólares durante un año –con devaluaciones en el medio–, sino también abrazar la idea de comprar no sola ni en pareja, sino con una amiga. Para ambas implicaba salir del paradigma de con quién se supone que tenemos que compartir hogar y abrirnos a un modo más flexible que nos permitiera financiar mejor la inversión y compartir las tareas de mantener una casa. Nos mudamos para Navidad y ya pasamos nuestro primer verano en este oasis que nos enseñó a desacelerar, conectarnos con la naturaleza y armar una sociedad distinta, con mucho diálogo, códigos de convivencia y, sobre todo, muy divertida.
Espacios comunes
Sofi vive en Chile, así que se las ingenió para venir un mes en el verano para armar juntas la casa. Arrancamos de cero, porque tuvimos que comprar desde un pelapapas y una escoba hasta colchones y armar una cocina entera. No había nada. Así que fue muy colaborativo el proceso y encontramos maneras de hacerlo simple, como elegir unos acolchados (Arredo) y convertir colchones en sillones. Fue un trabajo en equipo, pintamos paredes, nos donaron cosas, pero sobre todo, aprendimos a pedir ayuda. No fue simplemente una mudanza, sino que implicó armar una casa, manteniendo nuestros departamentos. Tenemos el living-comedor-cocina todo integrado y es el lugar donde compartimos, especialmente a las mañanas, cuando hacemos yoga, nuestros ejercicios de respiración y después meditamos, o cuando nos juntamos con amigos o nos colgamos viendo el fuego en nuestra salamandra. Eso sí, cuando queremos un poco de intimidad, cada una tiene su cuarto. Pero nos dimos cuenta de que nos hace bien acompañarnos y que, lejos de "querer estar solas", queríamos un espacio para conectarnos, ponernos al día y cuidarnos.
Amamos cocinar
La buena noticia para las dos es que nos copa cocinar. Si bien la cocina es chiquita, nos aseguramos de tener un horno eléctrico grande (¡que casi nos ocupa toda la mesada!), porque no queríamos el típico hornito donde solo te entran dos milanesas de soja. En eso hacemos un buen matching, porque las dos somos bon vivants, nos gusta la buena comida, tenemos siempre la heladera llena y ninguna pijotea en el supermercado. Esa es la única cuenta que no compartimos, cada una va haciendo las compras que cree necesarias y siempre es parejo. Por suerte, Sofi es una freak de la limpieza y yo, del orden y la estética, así que mantenemos todo siempre impecable.
Nuestros amigos la bautizaron "Casa FOA", y se convirtió en el lugar de encuentro para todos (¡todavía estamos seteando los códigos para que no se aparezcan sin avisar!). Incluso hicimos reuniones de más de veinte personas y siempre nos las ingeniamos para ser buenas anfitrionas, y en el tumulto nos buscamos emocionadas para corroborar que a ambas nos pasa lo mismo: no podemos creer que tengamos nuestra propia casa y que sea fuente de felicidad para tantos.
Scons de Doña Petrona
¿Qué llevan? 400 g de harina leudante, 100 g de manteca (temperatura ambiente), 4 cdas. de azúcar, 1/2 cdita de sal fina, 1 huevo, media taza de té.
¿Cómo se hacen?
- Colocar en un bol la harina junto con la manteca hasta lograr una arena gruesa. Agregar el azúcar y la sal. Batir en una taza la leche con el huevo y volcarlo en la preparación. Unir todo. ¡No amasar mucho!
- Estirar con un palote y dejarlo de 1 dedo aproximadamente. Cortar con cortapastas.
- Colocar sobre una asadera limpia, pintar solo la parte de arriba con huevo mezclado con un poquito de agua o leche. Colocar en el horno precalentado (10 minutos) a temperatura media alta.
- Hornear hasta que estén doraditos; ojo, que no se pasen. Retirar con espátula con cuidado.
- Servirlos tibios acompañando un té o café con mermelada, dulce de leche, miel.
Mi cuarto
El de Sofi no lo fotografiamos porque todavía lo estaba armando: el mío es el más chico, pero tiene balcón, y el de ella es mucho más grande y está abajo. Cada una eligió cuál quería sin problema, ni siquiera llegamos a hacer sorteo. Mi cuarto es como de cuentos, mantiene la cama que le construyó con una biblioteca de respaldo nuestro amigo Charlie. Es bien alta, porque está pensada para guardar cosas abajo, así que –¡petisa!– uso un banquito para subir. Le puse pocas cosas, como una minibiblioteca, y uso la cabecera (como es ancha) de apoyatutti. Cuando me quiero aislar del mundo cierro la puerta del piso, que tapa la escalera, y disfruto de mi casita del árbol, con vista al río y al sauce que libera un algodón-semilla, generando una atmósfera como de nieve, al mejor estilo de la película Avatar. A mí me parece encantador, mientras que a Sofi le parece una mugre, porque es altamente difícil de barrer. La escalera, con vista al living, muchas veces funciona de tribuna cuando la casa está llena.
Las galerías
Heredamos de Charlie esta placa gastronómica a gas, la típica que se usa en restaurantes para hacer hamburguesas, pero como nostras somos vegetarianas, hacemos verduras salteadas, pizzas o huevos a la plancha, entre otros platos que nos salvan cuando las comidas son multitudinarias. Lo mejor de esta casa son las galerías que tiene, donde podés disfrutar de la magnificencia de una tormenta o de un juego de mesa entre amigos o simplemente sentarte a ver cómo se pone el sol. Tenemos una minipileta muy profunda, ideal para darte un chapuzón cuando no te dan ganas de meterte al río.
Eso es lo lindo de este espacio, que podés disfrutar de la belleza salvaje del Tigre sin tener que tomar una lancha colectivo. Hay algo especial en el ambiente, quizá sea su tierra pantanosa o el aire extremadamente puro, al que le hacen honor los bichitos de luz por las noches, o tal vez sea el mito del "mal del sauce", pero el que llega disfruta de un relax inmediato, quizás a veces sea contraproducente, sobre todo cuando voy y vengo a la ciudad todos los días para trabajar y me subo al auto en pantuflas. Es como un desplome de la exigencia, con el que empieza a sonar un tempo más pausado y amable, es la aventura que estamos viviendo en esta velocidad porteña, que a veces se hace inaguantable.
"Creo en la comunidad"
Por Sofía Valerga Aráoz.
No me pareció rara la posibilidad de comprar una casita con una amiga. Era la única forma en que era posible tener un espacio así, no solo por la plata, sino también por lo que es. No se me ocurrió pensar que podía ser arriesgado hasta que alguien me dijo "¿Con una amiga?, ¡qué jugado!", y enseguida me vino la pregunta: ¡¿por qué eso sería más jugado que con un marido?! Me gustó hacer esta apuesta, y cada vez que entro a la casita sé que fue una buena decisión.
El espacio me da la sensación de raíz. Hace mas de 10 años que viajo a varios países y ciudades a enseñar técnicas de respiración y meditación, y La Casita me generó esa sensación interna de que ahora puedo volver siempre al mismo lugar. Fue muy lindo abrir cajas con libros que estaban guardadas desde hacía como 13 años o reencontrarme con las fotos de mi adolescencia. Me había olvidado de lo lindo que se siente llegar a casa.
Todo el año que nos llevó pagarla fue un proceso de dudas y certezas constantes. Lo mejor fue que cuando una de las dos dudaba, la otra tenía un ciento por ciento de seguridad.
Creo en la comunidad, creo que la familia es ese espacio amoroso que nos sostiene venga lo que venga, que a veces nos pincha un poco para crecer y a la vez no te suelta la mano, y eso lo tenemos.
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