“Ella no me cae bien”
Juan,
Sinceramente, las historias de tu amiga en tu último post me sacaron un par de risas. Puestas por escrito rayan casi en lo absurdo.
No es la primera vez que escucho que un hombre actúa totalmente enamorado cuando está lejos -ya sea de viaje o desde una red social-, pero desaparece cuando la cercanía se concreta. Creo que es una actitud que simplemente responde a la idealización sobre las personas en la que todos algunas veces caemos: lejos puedo imaginar la relación ideal, cerca tengo que accionar un vínculo real.
Acá, en esta ciudad mística y compleja llamada Buenos Aires, mis días transcurrieron introvertidos. Me levanté más temprano que de costumbre para desayunar con calma, vestirme con movimientos lentos y respirar ese momento, como suspendido en tiempo y espacio, que te puede brindar la mañana. Todo esto antes de dejar que el frío me golpeé la cara y de pisar el cemento con paso acelerado; ambos, indicadores de que el día acaba de arrancar, incansable.
Este es el tema que te dejo para que leas lo que sigue:
No sé si fue el martes o el miércoles. Me disponía a emprender mi ritual de la vuelta de la oficina a casa. De la editorial al tren me separan veinticinco cuadras. Podría tomar el subte –cosa que a veces hago-, pero si no llevo mucho peso prefiero caminar. A las cinco cuadras ya entro en calor, y es entonces cuando desacelero mi paso y dejo que mi lista de canciones que suena en mis auriculares se funda con el pulso de la ciudad. Que se funda con las caras, los autos, los gritos, las risas, los colores, las luces y la efervescencia constante de la metrópoli. Disfruto esa caminata. Disfruto atravesar la Plaza San Martín, divisar los árboles ya centenarios y el reloj de la Torre de los Ingleses.
Todo se transforma cuando piso la estación de Retiro. Aun a pesar de las reformas en los techos y la pintura, no puedo evitar sentir una oleada melancólica invadiendo todo el espacio. La densidad del aire húmedo me oprime el corazón y mi humor automáticamente se transforma.
En la penumbra de los andenes, las estructuras arqueadas de hierro oscuro me resultan tan majestuosas como deprimentes. No hay día que no sienta esa opresión lánguida en Retiro. Aunque este escuchando Sunshine Reggae.
El tema es que ese martes (o miércoles), encontré un vagón bastante vacío y pude apoyarme en uno de los descansos azules al lado de las puertas. No son espacios muy anchos, pero aun así procuré no ocuparlo todo por si alguien más quería reclinarse ahí.
Al minuto entró una chica y se apoyó en el espacio libre. "¿Me das más lugar?", lanzó de pronto. A mi costado derecho había un caño; no podía comprimirme más y sin embargo lo intenté. "Realmente no ocupo tanto espacio. Y podrías haber pedido por favor.", pensé fastidiada pero sin decir nada.
De pronto esta chica, de unos treinta años y pelo castaño por los hombros, sacó una bolsita de garrapiñadas, se puso un puñado en la palma de su mano y empezó a comerlas con la boca semiabierta. "CRANCH CRANCH CRANCH". En serio, sentí que había encendido una motosierra al lado de mi oreja. "¿Cómo puede alguien generar ruido a trituradora de madera cada vez que mastica?", pensé mientras subía el volumen de mi música.
Definitivamente esta mujer no me caía bien. Quizás fuera la actitud corporal, el olor a garrapiñada invadiéndome, su motosierra incorporada y su carencia de "por favor" mientras me empujaba hacia el barral. No me caía bien.
Entonces entró otra chica al vagón. Resulta que se conocían del trabajo. En dos segundos arrancaron con una conversación laboral llena de críticas a tal o cual compañero, y a la actitud del jefe que no sé qué macana se había mandado. "Lo que me faltaba, ahora son dos, y dedicadas a hablar mal de los que no están." Podría haber soportado un poco la charla, si no hubiera sido por las malas palabras constantes de la chica de la garrapiñada (que por suerte se le habían acabado).
Ya no me cabían dudas, todo mi cuerpo rechazaba la presencia cercana de ese ser. Se me hizo sencillamente inevitable.
Fue entonces cuando traté de concentrarme en mi libro. En él, el protagonista estaba manteniendo una conversación con su mejor amigo. En un momento el amigo le contó que su cuñado lo había invitado a comer después de años sin verse. "Pensé que me iba a aburrir como una ostra. Él siempre me resultó una persona mediocre", le decía, "Su momento de gloria fue un breve instante en el secundario jugando al básquet. Nunca tuvo muchas aspiraciones. Su vida es ver deportes en la televisión con comida chatarra. Pero resulta que nos encontramos a cenar y me sorprendí gratamente. Ahora está casado y tiene hijos. Me contó una historia maravillosa de unas fotografías para ver con un aparato 3D. Son de su infancia. Desde que las descubrió, no puede parar de mirarlas. Resulta que todos en las fotos están muertos menos él. Verlos a través de esa máquina, es como volverlos a la vida, me dijo. Ahora el aparato se rompió y es como si él sufriera la muerte de todos una vez más. Tiene que arreglarlo."
Levanté la vista de mi libro para observar una vez más a mis compañeras de vagón. Ahora se reían con ganas. Baje la vista de nuevo para terminar mi párrafo:
"Te das cuenta, él tiene un mundo interior que yo desconocía.", le decía el amigo al protagonista de mi libro, "Por supuesto que sigue viendo tele con comida chatarra y tiene su casa, su auto, sus hijos promedio y su perro. Sin embargo parece feliz. Creo que lo prejuzgué. Y casi que sentí envidia."
Cerré el libro. Me sentía mal. Mal conmigo misma. ¿Sabés qué? La verdad es que no conocía a mi compañera de viaje, no tenía ni idea de su mundo, su realidad, sus sueños, sus tristezas, sus logros. Tal como el relato del libro, la estaba prejuzgando.
¿Acaso yo no tengo actitudes que pueden fastidiarle a alguien que no me conoce? Seguramente que sí y no me gustaría que me prejuzguen por ello. Porque somos tan diversos, somos tan complejos, que lo que le molesta a uno le puede caer bien a otro.
"Tengo que tratar de no prejuzgar. A pesar de que a veces cueste.", pensé en ese instante.
Finalmente me bajé del tren y dejé que el hechizo opresivo de Retiro se rompa.
Beso,
Cari