El sabor de la naranja siciliana
La Piazza del Duomo , en el corazón de Catania, estaba repleta de gente. La temperatura seguía subiendo y profetizaba uno de esos días bien tórridos, casi abrasivos, del verano siciliano.
A mi alrededor se encontraban los edificios más importantes del centro de la ciudad, cada uno de ellos con una historia longeva y particular para contar.
El símbolo de la ciudad, el Liotru (apelativo a la deformación del nombre Eliodoro), la famosa columna sostenida por la figura de un elefante de basalto negro, se erguía orgullosa al saberse parte indisoluble de esta ciudad.
Los gritos de la famosa Pescheria, el mercado del pescado, se escuchaban mezclados con los ofrecimientos de los vendedores ambulantes, guías turísticos ofreciendo algún que otro tour y las voces de los visitantes en una decena de idiomas diferentes.
Sin importar la temprana hora de la mañana, el sol ya se veía alto en el cielo y sus rayos comenzaban a hacerse sentir en mi rostro y en mis desprotegidos brazos mientras observaba con mucha curiosidad todo el genial movimiento que se desarrollaba ante mis ojos.
A mi izquierda, el comienzo de la vida principal de la ciudad, Vía Etnea, llamada así porque en tiempos de su creación se dirigía hacia el Monte Etna, llena de tiendas, negocios y rodeada de cientos de bares, restaurantes, birrerías y pizzerías. Por esta arteria siguen llegando docenas de personas, ávidas seguramente por recorrer las naves principales de la catedral de Santa Agata.
Estoy pensando que tengo un antojo… Sí, sí, en realidad son dos.
Primero, el de sentarme a la sombra. Salir del rayo de sol y encontrar un fresco rincón desde donde seguir espiando esta matina estival.
El segundo, tomarme una spremuta d’arancia, también conocido como jugo de naranja exprimido.
Lo sé, deben estar pensando que no es un antojo muy especial o particular, raro o extraño, pero es que la naranja siciliana roja… ¡me puede!
La historia de Sicilia y esta variedad de naranjas se remonta cientos y cientos de años en el tiempo, a las invasiones árabes, transformándose en uno de los productos favoritos de la zona. La famosa fiesta de la Sagra refleja el amor de los locales por sus arance.
Para darme el gusto, ingresé en el pequeño Baretto enfrente de la Fontana dell’ Amenano y me dirigí a la barra, donde veía las portentosas naranjas en unas simpáticas cestas.
La señora que atendía del otro lado del mostrador, una de las propietarias del establecimiento seguramente, me recibió con una gran sonrisa mientras charlaba amenamente con algunos locales que ya disfrutaban de los ya clásicos cappuccinos y ristrettos, acompañados por alguna brioche, discutiendo con mucha displicencia sobre los más variados temas de la actualidad.
Todo alrededor se veía increíble, ya que un gran mostrador mostraba las deliciosas producciones locales que iban desde tortas y canolis hasta las famosas arancinis, las croquetas de arroz rellenas.
Muy educadamente llamé la atención de la dueña del lugar y finalmente pude comandar la esperada spremuta y, luego de ver cómo ella elegía las correctas para ofrecerle al joven una prueba de la generosidad de la tierra siciliana, pude disfrutarla.
El sonido del exprimidor fue casi como el comienzo del más famoso Opus que podamos haber escuchado y el aroma de la naranja, el bouquet de un perfecto perfume.
Y ni hablar de la sensación cuando tomé posesión de la mesa situada bajo el toldo y decidí pasarme un buen rato dejando el tiempo pasar.