“El primero como papá”
La paternidad es como un reseteo, una vuelta a cero. Hasta antes de ayer, el día en que cumplí 34 años, venía contando cada uno de mis aniversarios de nacimiento como se supone que hacemos todos los que no somos Mirtha Legrand y nos sacamos años: uno tras otro, sin quitar ni agregar. Para explicar la gran diferencia entre este 34 y los 33 anteriores recurriré al cine: así como muchas veces el título de una película viene acompañado de una tagline o bajada (por ejemplo, Terminator 2: El Juicio Final), en casi cada saludo que recibí encontré un agregado, una línea de texto que sirvió para identificar, aumentar, explicar y clarificar qué era lo importante acá. Porque ya no se trata sólo de cumplir años (al menos no hasta que Ben tenga ¿quince? ¿veinte?): el tagline de mi felicísimo último cumpleaños fue "El primero como papá". Y fue muy distinto, créanme.
Los que cumplimos años en el período comprendido entre los últimos días de diciembre y el final de febrero, tuvimos infancias más tristes que el resto de las personas, nacidas entre marzo y noviembre. Es un hecho irrefutable que no acepta cuestionamientos. No haber podido compartir fiestitas con los compañeritos del colegio porque estaban todos de vacaciones nos hizo personas más duras, con menos autoestima y tortas más pequeñas que alimentaban sólo a unos pocos familiares que no viajaban ni a la costa ni a la montaña. Y mejor ni hablar del tema regalos. "Te lo debo", decían desde el otro lado del teléfono. Me hubiera gustado anotar esas deudas para mandar intimaciones después. Entonces, de ahí a decir (ya de grande) "a mí no me gusta cumplir años" hay sólo un paso. Quizás sea una respuesta simplista, pero es la que tengo. Nunca me gustó cumplir años.
En ocasiones fui tentado y cedí ante la presión de festejar. Mi dama es una mujer dichosa que cumple años cada 7 de diciembre, por lo que nunca tuvo problemas para convocar gente, porque al día siguiente es feriado. No hay situación más perfecta que esa. Yo, en cambio, supe festejar junto a unos pocos yendo a comer a un Pumper Nic, me reuní para conmemorar algunos veintipico, celebré mis treinta ("el cambio de década hay que festejarlo") y tuve noches de bares hasta los 33, pero nunca festejos plenos y disfrutables. Así sobreviví. Sé que muchos me entienden.
Pero este lunes pasado fue diferente. Si algo hace uno cuando tiene un hijo es resetear y empezar a contar de nuevo. Y en mi película titulada "Feliz cumpleaños" el tagline fue "El primero como papá". Me lo dijeron casi todos y me lo dije yo mismo, cuando prioricé acomodar todo a los tiempos de Ben. "Algo tranqui, que vengan los que puedan y quieran venir". Sin invitaciones ni obligaciones para nadie. El plan era disfrutar un día libre en familia, y sentir que gran parte de lo que quiero y necesito estaba ahí mismo, conmigo, despertando en la misma habitación que yo.
Recibí saludos virtuales y analógicos, regalos personalísimos y bien pensados, buenos deseos y fuertes abrazos. También llamados de voces relajadas con sonido a mar de fondo. Algunos otros se olvidaron de saludar, como siempre. La cena fue simple pero rica, junto a mis viejos, mi suegra, dos grandes amigos, Naty y Ben, que no llegó hasta el momento de soplar la velita, pero que estuvo todo el día conmigo, desde el desayuno que preparó con su mamá hasta en el afiche que pintaron juntos, en el que dejó sus inconfundibles huellas de colores. Al final, antes de dormirme, pensé en que siempre hay diferentes formas de ver las cosas, y finalmente pude encontrar la manera de sentir que un cumpleaños me hizo sentir feliz. "El primero como papá" fue el tagline perfecto.
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