El placer de viajar contra la corriente
Una manera de aprovechar la temporada baja es viajar contra la corriente. Como en los colectivos, en las horas pico, ir hacia arriba cuando todos vuelven hacia abajo. O al revés, salvo que haya huelga de subtes. Es la única manera de conseguir un asiento o por lo menos un lugar de parado.
Lo mismo pasa a la hora de viajar. Con la imprescindible advertencia que no existe una sola temporada baja (o fuera de temporada) sino que varía según los continentes y las costumbres. En Asia es de mayo a noviembre. En Río de Janeiro comienza después de Carnaval. En la Patagonia chilena es ahora porque en lugar de esquiar se hace senderismo en las Torres del Paine. En el Caribe coincide con los meses de huracanes (de julio a noviembre).
En Londres, como en Europa en general, de enero a marzo. Nadie recomienda esta época por el mal tiempo, pero es el mejor momento para los teatros, conciertos y salir de compras por las liquidaciones después de Navidad. A veces llueve y con paraguas se arregla. La frutilla del postre son los descuentos en los pasajes y los hoteles, aun los Bed & Breakfast, que bajan un 20%.
Abril es otra cosa. La primavera es tan linda que le dedican canciones en Portugal o Francia. Y entonces es temporada alta y los precios suben.
Igual que aquí porque a la hora de las vacaciones sólo pensamos en la playa. El sol y el agua son invencibles en lo suyo mientras uno quiera desenchufarse a pleno y transformarse en un lagarto. Lo que puede ser aburrido después de los primeros días cuando salimos a caminar por el centro lleno de gente en lugar de seguir quemándonos en la arena y nos metemos en un teatro con aire acondicionado para escapar de la rutina de no hacer nada que nos puede hartar.
Una solución para gastar menos y ponerse las pilas es pensar al revés con el mapa mundi a favor. Porque mientras en nuestro hemisferio sur es verano, en el Norte cantan Navidad Blanca y están en plena temporada invernal. Para nosotros es alta temporada para usar el short y para ellos es baja porque andan tapados como osos. Mucho más que en nuestro julio-agosto que suelen ser pasables en comparación con las tormentas de nieve y los aeropuertos cerrados que vimos en los noticieros.
A mí me gustan más las ciudades donde hay semáforos que los campos donde los animales están sueltos.
Soy un viajero urbano y estoy cómodo en Berlín bien al Este y, por supuesto, en el sur de Europa, que es menos frío. Reconozco que en Nueva York hay días donde la nariz se congela al respirar. No hablemos de los vuelos cancelados y un complicado etcétera.
La ventaja, por supuesto, está en los precios y en la actitud que uno prefiera para disfrutar de su vida. Por supuesto que el día termina temprano y a las cinco de la tarde ya es de noche. Si alquilo un departamento en lugar de hotel, como hice en Roma o París, me siento tan feliz como Woody Allen en sus películas. El primer desayuno en casa, luego un buen almuerzo en la calle y a callejear buscando provisiones para un banquete a la noche de quesos, fiambres, vinos. La diferencia está al comparar la cuenta entre el restó y el super. Con el agregado de que ir al mercado forma parte de vivir como los locales. Luego un rato de TV en otros idiomas o la conexión de Internet si extrañamos nuestro idioma.
Este programa no implica un estado de sitio ni obsesionarse con el dinero porque lo que más vale no tiene precio. Pero hacerlo con sensatez y aprovechando las rebajas de precios allá y las tarifas a dólar oficial aquí, es una alternativa inteligente. Es cuestión de pensar.
A estas alturas hay que preguntarse qué opinan los chicos que van a extrañar a los amigos que se quedaron en la Costa. La respuesta es una incógnita. Sin embargo, tiene su gracia estar en familia, compartir a tiempo completo experiencias de padres e hijos en un escenario diferente. Algo para recordar luego. Para mayores y menores que a veces no han podido siquiera pasar un fin de semana juntos en el año que se fue.
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