Hacen, denuncian y crean conciencia por un mundo más ecológico. Te contamos quiénes son y cuáles son sus formas de hacer activismo.
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Lejos de ser una moda pasajera, el movimiento sustentable toma cada vez más fuerza y requiere -sin lugar a dudas- de voces líderes que ayuden a seguir creando conciencia y promoviendo mejores hábitos, así como denunciando aquellas acciones que dañan el medioambiente.
Mientras que Greta Thunberg se convirtió en una enorme figura durante el 2019/20, en la escena local también tenemos voces poderosas. Mujeres que levantan la voz por la causa ambiental y lo hacen desde todos los frentes posibles. Ellas son: Agustina Besada, Nicole Becker, Dafna Nudelman, Maritza Puma y Soledad Barruti, cinco mujeres que hoy buscan que todos sepamos que ya no hay más tiempo que perder.
Agustina Besada
- Agustina “Tati” Besada tiene 36 años y es cofundadora de Unplastify. Estudió Diseño Industrial en la Universidad de Palermo, más tarde cursó una maestría en Sostenibilidad y cursó un programa ejecutivo en Negocios en la Universidad de Columbia. Sin duda, le cuesta quedarse quieta porque, además, dirige Economía Circular y es exploradora de National Geographic.
- ¿Cómo empezó tu vínculo con el océano y sus problemáticas? Me gusta mucho navegar en velero, aprendí inspirada por mi pareja, unos pocos años antes de largarnos a la aventura de navegar desde Estados Unidos hasta Buenos Aires. Al cruzar el Atlántico dos veces, pude ver con mis propios ojos la realidad del plástico en el medio del océano y comencé a explorar soluciones a la contaminación plástica. Así empezó Unplastify, con muchas preguntas y un desafío. Hoy paso mucho tiempo en el delta del Río de la Plata.
“Un mundo desplastificado es posible y, sobre todo, necesario”.
- Si bien el lema de “desplastificar” abarca muchísimas cosas, ¿cuáles son tus principales causas hoy? Nosotras definimos “desplastificar” como la acción progresiva de minimizar el uso de descartables. El foco está en la prevención y en la acción con relación a ellos. Prevención porque creemos que el reciclaje no es la solución mágica, sino que buscamos solucionar el problema desde su origen, que es el consumo, su uso a nivel individual y a nivel sistémico. Y acción porque no buscamos concientizar, sino invitar a la acción, guiar y acelerar procesos de desplastificación que cada persona puede activar para ser parte de la solución. Estamos usando un material indestructible de manera descartable, lo cual es contradictorio. El 42% de los plásticos que usamos son descartables. Si bien a veces pueden ser convenientes, muchas veces los productos de plástico descartable pueden ser reemplazados o eliminados.
- ¿De qué se trata Unplastify? ¿Quiénes son y qué hacen? Unplastify es una empresa social que tiene como misión cambiar la relación humana con el plástico. Lo fundamos con mi socia Rocío Gonzalez y hoy ya somos más de quince personas en el equipo. Trabajamos con jóvenes, empresas y gobiernos, acompañando y acelerando procesos de desplastificación, que busquen reducir, minimizar el uso de plásticos descartables de manera sistémica. Tenemos programas educativos en los que empoderamos y guiamos a jóvenes de toda Latinoamérica para que diseñen e implementen estrategias desplastificantes. Con las empresas medimos su huella plástica y trabajamos junto con los distintos equipos para identificar y aplicar oportunidades de desplastificación en su cultura, operaciones y productos. También trabajamos impulsando regulaciones a nivel nacional y municipal para promover una transición a un modelo desplastificado. También inspirando a la acción a través de compartir experiencias, invitar a la reflexión, brindar información y ayudar a implementar soluciones. Y amplificando el impacto, es decir, pensando en cómo escalar y llevarlo de lo individual a lo colectivo. Es importante pensar en grande.
Nicole Becker
- Nicole Becker es de Buenos Aires. Tiene 20 años. Hasta hace poco, el cambio climático no era un tema de su interés. Hoy, exigir una acción climática real y ambiciosa a través de Jóvenes por el Clima –parte del movimiento global Fridays for Future– es lo que moviliza cada una de sus acciones, es su rutina cotidiana, es su lucha permanente. Charlamos con ella mientras combina el preparar los exámenes de Derecho con el armar las valijas rumbo a la COP 26, el evento climático global que se celebra en Glasgow, Escocia.
- ¿Cuándo hiciste el clic de que tenías que empezar a activar? Hasta 2019, el tema me importaba cero. Tenía el mismo prejuicio de la mayoría de las personas: oso polar a miles de kilómetros de distancia, una lucha que no me convoca porque no se vincula con lo social. En 2019 vi un video de Greta (Thunberg) llamando a la primera movilización internacional. Me pareció curioso. Me puse a pensar por qué existía un movimiento en Europa sobre el cual acá no se hablaba. Cuando busqué “cambio climático” en la web, encontré un sitio de Naciones Unidas que decía que “la crisis climática es una cuestión de derechos humanos”. Teníamos que hacer eso. En un grupo de WhatsApp con ex compañeros del secundario, empezamos a organizar la movilización acá. Vi que yo era la única mujer y me quise involucrar. Cuando me quise dar cuenta, ya estaba recontra metida, estaba arriba de un escenario hablando frente a 5000 personas.
“Lo primero que hay que hacer ante la crisis climática es informarse”.
- ¿Qué considerás que está haciendo bien Argentina en materia de acción ante el cambio climático y cuáles creés que son los desafíos? Como positivo, diría que Argentina entendió que tiene el potencial de ser el líder de la región en estos temas. Sería lo más rescatable, aunque todavía no lo llevan a acciones reales. Por ejemplo, se viene hablando de la transición hacia energías renovables, pero no vemos políticas concretas de forma transversal. Ni siquiera te digo de alejarnos de los combustibles fósiles, voy más por la proposición de invertir en esa famosa transición. Hoy vemos que algunos ministerios empujan en un sentido y otros a la inversa. No hay un proyecto de país en materia de acción climática.
- ¿Cuál va a ser el reclamo de la juventud climática en la COP26? Hay dos temas. Uno más general: correr el límite de lo posible, que la ambición de la acción climática sea real, que los países presenten mejores compromisos de reducción de emisiones, pero que se implementen y no que queden simplemente en un número a cumplir. Otro más específico para la región latinoamericana: el financiamiento. Hay números de dinero que los países desarrollados deben movilizar para ayudar a los países en desarrollo que no se cumplieron y que se deben cumplir.
Dafna Nudelman
- Dafna Nudelman (34) es especialista en sustentabilidad y economía circular. Desde su proyecto “La Loca del Táper” promueve el consumo responsable para acompañar el cambio de paradigma desde las acciones individuales. También es consultora sustentable y trabaja acompañando a empresas en los procesos de transformación cultural hacia la economía circular. Cofundó la agrupación FADU verde, impulsó YoReciclo, una solución tecnológica para conectar recicladores y vecinos a través de una app que fue premiada por el Gobierno de Buenos Aires, entre otros, y da charlas sobre educación ambiental.
- ¿Cuál es la ley que creés que debería salir YA? Hay muchas leyes que deberían haber salido hace veinte años. Una fundamental es la de responsabilidad extendida al productor, que tiene que ver con que se hagan cargo del destino final de los productos que ofrecen al mercado. Debería estar contemplada la gestión del residuo que genera ese producto, tanto su packaging como lo que se hace con él una vez utilizado. En CABA, uno de los primeros antecedentes de esta ley tiene que ver con la gestión de pilas que obliga a las empresas productoras a armar un sistema de logística inversa, en el cual, así como un consumidor sabe adónde ir a comprar la pila, también conoce el lugar al que va a llevarlas cuando no sirvan más. La ley de envases apunta a lo mismo y también debería salir urgentemente, los productores deberían pagar un precio por poner envases descartables en el mercado. Otra ley urgente es la del derecho a reparar, es decir, que los productos electrónicos tienen que ser fácilmente reparables por el consumidor y deben tener repuestos disponibles en lugar de ser diseñados para romperse y tirarse.
“Nuestra forma de consumir es una de las causas de la degradación ambiental”.
- ¿Cuáles son tus principales causas hoy? “Zero waste” es para mí una puerta de entrada a un activismo cotidiano porque es un estilo de vida que implica pensar y hacernos preguntas acerca del origen de todo lo que consumimos. Está muy naturalizado tener todas esas cosas frente a la góndola, y no se toma dimensión de cuáles son los recursos naturales y ecosistemas de donde provienen las materias primas para fabricar estos productos. Nuestra forma de consumir es una de las causas de la degradación ambiental. Con mi activismo, busco que cada vez más gente se pregunte de dónde vienen los productos que consume y que esto genere una masa crítica de consumidores que haga que las empresas y las marcas que contaminan tengan que cambiar.
- ¿Cómo nos ves con relación a hace 10 años? A nivel conciencia, estábamos mucho peor. Desde hace dos o tres años la cantidad de personas que se sumaron al movimiento fue radical. Antes éramos pocos, siempre los mismos, y las empresas y gobiernos solo participaban superficialmente. Ahora hay más presupuesto y acciones reales por parte de los organismos. El informe de IPCC (Panel Intergubernamental de Cambio Climático) de 2018 puso el tema en agenda definitivamente. Sin embargo, estamos peor en todos los indicadores a nivel ambiental. La pandemia no ayudó: ni en la regeneración, ni en reducir plásticos ni en que la gente lleve sus residuos. Fueron varios retrocesos y ahora encima tenemos un montón de residuos patológicos por cuestiones sanitarias. Pero la pregunta es si tener más conciencia hoy es suficiente.
Maritza Puma
- Maritza Puma organiza su jornada diaria en función de los alimentos que produce. Si son días de cosecha, se levanta más temprano; si no, un poco más tarde. La mitad de sus 23 años la vivió en Bolivia, la otra en Argentina, donde hoy, en La Plata, provincia de Buenos Aires, mantiene el legado familiar de producir alimentos respetando los ciclos de la tierra, sin químicos tóxicos, en un vínculo diferente con el ambiente. Como productora agroecológica de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT), nos invita a repensar un poco cómo se elaboran los alimentos que llevamos a nuestra mesa.
- ¿Siempre produjiste alimentos bajo el modelo agroecológico? En Bolivia no había necesidad de utilizar agroquímicos. Con el abono de los animales se hacía un cultivo diverso. Esa diversidad fue generada en la tierra durante mucho tiempo, sumado a los saberes y a la cultura. Cuando llegamos a Argentina y tuvimos que alquilar la tierra, no teníamos toda esa diversidad. Todo es demasiado acelerado: alquiler de la tierra, inseguridad de cuánto tiempo estarás ahí, pagar la luz eléctrica, el acceso solo a semillas que no se pueden reproducir.
- Al llegar a Argentina, ¿cómo fue que decidieron sumarse a la UTT? El lugar donde nosotros vivimos está en una base conformada por unas 150 familias que tienen asamblea una vez por mes. Se discuten problemas en el trabajo, en la vida misma, en temas jurídicos. Mi mamá entró a la organización porque muchos de sus amigos ya lo hacían y le habían contado de las actividades que se hacían. Yo me sumé después de que terminé el secundario. Empezamos a participar de los talleres de agroecología.
“La agroecología es más sana para el ambiente, los productores y los consumidores”.
¿Cuál es el rol de la mujer en la producción agroecológica? En una familia que hace agroecología, buscamos que hombres y mujeres puedan dividirse las tareas, del hogar y del campo, de forma compartida. Cuando trabajas de forma convencional el campo, el hombre es el que maneja el dinero y el campo. A través de la Secretaría de Género de la UTT, se busca darles a las mujeres las posibilidades que aún no tienen.
Soledad Barruti
- De adolescente, Soledad Barruti, investigadora y referente en cultura alimentaria, desayunaba una Coca-Cola Light con un Beldent y se iba a la escuela. Cuando salía, muchas veces iba con sus amigas al McDonald’s que habían puesto en la esquina. “Sí, comía horrible, como todos”, dice la autora de Malcomidos y Mala leche. “Después de todo, la comida no era más que algo que nos engordaba o adelgazaba”, dice. Pero de a poco empezó a sentir curiosidad por el recorrido que había hecho una manzana hasta llegar a sus manos, por ejemplo. Empezó a leer investigaciones con relación al sistema alimentario en Estados Unidos, como Fast Food Nation, de Eric Schlosser, o El dilema omnívoro, de Michael Pollan. Luego decidió escribir su primera nota sobre cultura y alimentación. “Fue abrir un mundo, de repente había un monton de personas a las que les interesaba”, recuerda. Le propuso a Editorial Planeta hacer un libro y todo lo que siguió es una historia que muchas conocemos. En sus redes, cientos de miles de personas la ven militar por una relación más transparente y genuina con lo que comemos: ya sea apoyando la ley de etiquetado frontal, repudiando las granjas porcinas en Chaco o explicando en vivo por qué eso que llamamos “jamón” no solo implicó el maltrato de animales, sino que además es un ultraprocesado que no alimenta a nadie. Muchas personas la paran en la calle y le dicen que cambiaron todo lo que comen gracias a ella. “No es mi trabajo ese, es una ventanilla –dice ella –, pero muestra que un poco de información hace que las personas sientan ganas de cambiar”.
- ¿Y entonces cuál sentís que es tu trabajo hoy? Ayudar a informar, pensar y entender de qué manera establecemos un diálogo con lo que hay, con lo que existe. Ayudar a preguntarnos por qué comer bien y reconciliarse con el gusto, con el placer, con un tiempo propio, con plantas, con animales, con lo que está vivo, puede ser más hermoso que los paisajes horrendos que estamos reproduciendo cada vez que compramos cosas procesadas y empaquetadas. La comida que estás recibiendo y que atravesó tantas instancias de violencia, con tantos niveles de cosas que no querrías saber... Para comer lo que estamos comiendo, no tenemos que saber tanto.
“La comida es una forma de conexión o de desconexión total”.
- Lo que vos decías es esa necesidad de “cambiar las narrativas”, de decir “hoy no la estamos pasando bien, hagamos algo” Realmente la estamos pasando horrible, pero ¡está todo tan revestido de publicidad! Estamos tapando nuestros sentidos y nuestras capacidades de reacción con mensajes que nos confunden y nos hacen creer que esto sí tiene un sentido. Laburás todo el tiempo en algo que no te gusta y dedicándole tu energía vital a ganar dinero para comprar cosas que son una porquería que te hacen daño, que son superfluas, que se rompen. Te comés una tarjeta de plástico por semana en todas cosas que vas comiendo sin saber, estamos llenos de enfermedades que no sabemos por qué nos aquejan ni cómo combatirlas. Hacemos un montón de concesiones para que esto siga en pie. Darle una posibilidad a algo distinto empieza a abrir la puerta de cosas maravillosas. No conozco gente arrepentida de haber cambiado su manera de relacionarse con las cosas y salido del sistema enajenante, buscando desde bolsones agroecológicos hasta otras formas de consumo. Porque, por lo general, lo que se habilita ahí no es solamente una cosa más sabrosa o con menos veneno, es otra manera de estar, de adueñarte, de despertarte, de estar rodeada de cosas más copadas.
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