Desde cero. Cómo fue mudarse en familia a Sevilla y descubrirla en plena pandemia
Si tuvieras que irte a una isla desierta y elegir solo tres cosas para llevar, ¿cuáles serían?". Hice este juego miles de veces en mi vida, y siempre pensaba que elegiría algo de música, un cuaderno y una lapicera. Pero jamás pensé que un día iba a tener que hacerlo de verdad. En realidad, no fueron tres cosas sino tres valijas que, a la hora de pensar en mudar a una familia, es un poco poco, ¿cierto? Así empieza esta historia que arrancó en enero de 2020, cuando a Pato, mi marido, le ofrecieron un trabajo en Sevilla, España. Hacía años que fantaseábamos con la idea de irnos. Por las dudas, los tres, con nuestro hijo, Lucio (4), teníamos el pasaporte italiano y los papeles al día. ¿Ley de atracción? Ponele... Veníamos de vivir un año en Pinamar, decidimos regresar a Capital por cuestiones laborales y, de golpe, el día en que colgaba el último adorno, supimos que íbamos a volver a mudarnos. Fue muy fuerte sentir que esto estaba pasando y que teníamos solo un mes para cerrar todo y volar. La cabeza me estalló de preguntas que iban desde si iba a soportar la distancia o cómo sería la vida lejos de la familia grande hasta si me iba a poder hacer buenos amigos y si el dinero nos iba a rendir como para estar mejor que donde estábamos. La única manera de responderlas era dar el paso.
PREPARARSE PARA SALTAR
Tuvimos la suerte de que, en ese momento, una pareja de amigos que vivían en Sevilla estaban de visita en Buenos Aires. Les contamos cómo era la propuesta y, con el presupuesto en mano, analizamos todas las variables: cuánto costaba un alquiler, la escuela, un seguro de salud, el supermercado, en qué zona convenía instalarse teniendo un niño... La lista era eterna, pero, gracias a la paciencia y a la buena onda de Caro y Manolo, nos dimos cuenta de que hacerlo era posible. Entonces, decidimos saltar.
Como no sabíamos bien a dónde nos íbamos –ninguno había visitado la capital de Andalucía–, lo primero que hicimos fue recorrerla con Google Street View y averiguar el clima. Entonces nos enteramos de que este destino apostado a dos horas y media de Marruecos, en África, es un infierno durante el verano, cuando el sol calienta la Tierra a unos 42°C. Primera etapa de descarte al armar las valijas decidida: llevaríamos solo dos abrigos para recibir al invierno. Parte del resto la regalamos y otra la atesoramos en la baulera. Lo mejor era irnos con lo mínimo y, con el tiempo, rearmarnos. La prioridad fueron las cosas de Lucio. El único bolso extra que pagamos estuvo destinado entero a sus juguetes. Pato y yo sacamos toda la ropa del placard y elegimos solo las prendas que más usábamos o queríamos. El resto también se fue a los placares de vaya a saber quién y a la baulera, donde también guardamos todos los objetos de la casa que no queríamos que se dañaran cuando la alquiláramos. Esta parte fue especialmente desafiante: amo los objetos y la deco, pero no sabía cómo sería nuestro próximo hogar ni podía pensar en una caja inmensa llena de cosas. Así que hice tripas corazón y solo me traje algunas cositas de mucho valor sentimental.
Algo muy loco fue que, antes de comprar los pasajes, teníamos una duda: ¿nos vamos juntos o primero va Pato? Queríamos asegurarnos de que todo estaría en orden. Finalmente, decidimos que lo mejor era mantenernos unidos como familia. Estar juntos ante todo lo bueno y lo malo que pudiese venir. Y el destino nos confirmó la importancia de esa decisión: a 15 días de llegar, se cerraron las fronteras por el brote de covid-19. Si no hubiésemos elegido esta opción, Lu y yo estaríamos todavía en Buenos Aires.
SALIR A SEVILLA
A los 15 días de llegar, encontramos el departamento que sería nuestro hogar y, una semana después, con el confinamiento, este espacio se convirtió en lo único que conocíamos de la ciudad. Fue muy extraño desembarcar en un lugar desconocido y tener que esperar dos meses más para descubrirlo. Pato, que es médico, pudo ver algo más porque iba al hospital. Pero con Lu, recién empezamos a conocerla hace un mes y descubrimos que Sevilla es una ciudad, por sobre todas las cosas, alegre. Acá la gente es súper callejera. Ama los bares (de hecho, fueron unos de los primeros negocios en abrir después de la cuarentena), tomar una cañita (como le dicen a la cerveza; la favorita es Cruzcampo) en cualquier momento del día y comer.
Nos sorprendió que Sevilla huele: sus calles están perfumadas con azahar porque acá la mayoría de los árboles son naranjos que, en primavera, se tapizan con frutos y florcitas blancas súper aromáticas.
Una de las cosas más hermosas que tiene la ciudad es que el casco histórico, que es el más grande de España y es un laberinto de calles angostísimas, está delineado por el río Guadalquivir y conectado con el resto de los barrios por distintos puentes. La arquitectura es soñada, porque conviven distintos estilos que dejaron las distintas civilizaciones que pasaron por estas tierras. Un ejemplo perfecto es el ícono de la ciudad: La Giralda, el campanario de la catedral que fue el minarete de la mezquita que existió allí antes de que se levantara el templo gótico más grande del mundo. Ambos fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y la visita a las cubiertas del edificio es imperdible. Al otro lado del puente Isabel II, hay que recorrer Triana, el barrio de raíces gitanas, donde se respiran la poesía y el ritmo flamenco. Y, si para terminar un recorrido querés ver la ciudad como si fueras un pájaro, el plan perfecto es subir al rooftop bar de Torre Sevilla, el edificio más alto de Andalucía, construido por el famoso arquitecto tucumano César Pelli.
La capital de las tapas
No vengas a Sevilla con planes de hacer dieta. Esta ciudad es, de verdad, la capital de la tapa y esa oportunidad de probar muchos platos en raciones pequeñas hace que pierdas la cuenta. Siempre hay espacio (y ganas) de descubrir uno más. Acá, todos coinciden en que las croquetas deberían ser declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, y un buen lugar para probarlas es Casa Ricardo.
MIS FAVS DE SEVILLA
- La calle Betis: en el barrio de Triana, hay una callecita junto al río donde se despliegan montones de mesitas para disfrutar de una cañita (como le dicen acá a la media pinta de cerveza) y unas tapas con vista al río.
- La Plaza de España: es uno de los sectores más imponentes del poético parque María Luisa. Podría decir que es el lugar donde, definitivamente, podés disfrutar de la sombra en Sevilla. En la Plaza de España hay una fuente inmensa que sopla una bruma reparadora y un canal para recorrer en botecitos que es una dulzura.
- El Mercado de Triana: amo los mercados, en cualquier parte del mundo. El de Sevilla también, porque sabés que cualquier producto que compres o cualquier plato que pruebes en sus puestitos va a ser de buena calidad y riquísimo. Las tortillitas de camarones del bar La Muralla son de muerte.
- El Real Alcázar: el palacio real en uso más antiguo de Europa es un sueño. Las construcciones de estilo morisco son alucinantes, pero más lo son sus jardines, con fuentes en cada rincón y una arboleda súper tupida que genera un efecto de oasis en la ciudad.
3 lugares para fotear
- La calle Alfarería en Triana. Este barrio es históricamente alfarero y en esa calle se reúnen la mayoría de los talleres, que, además de vender objetos divinos, tienen las fachadas recubiertas por cerámicas de no creer.
- Las Setas de Sevilla. Preparate para descubrir la mayor estructura de madera que existe en el mundo. Conocida también como Metropol Parasol, esta suerte de inmensa pérgola queda en la Plaza de la Encarnación, en el casco histórico.
- El puente de Triana. Es el puente de hierro más antiguo conservado en España. Es uno de los mejores spots para ver el atardecer sobre el río Guadalquivir y llevarte una buena postal.
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