Dejó la vorágine de la ciudad para mudarse a un pueblo de 10.000 habitantes. “Necesitábamos aire”
Pamela Aguirre Leonetti decidió dejar atrás la agitada vida en Buenos Aires y se mudó con su familia a Uruguay.
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Son las tres de la mañana. Mientras la gente duerme, Pamela Aguirre Leonetti se levanta para ir a trabajar al canal. Desde hace seis años es productora televisiva. A los dieciocho dejó su Olavarría natal para estudiar en La Plata y luego terminó en Buenos Aires. Trabajó como traductora, periodista, estilista para marcas. Pero hay algo que le falta, cuando llega cansada a la una de la tarde y lo único que puede hacer es dormir la siesta con su hijo.
“Desde que nació Bauti no queríamos que se criara en la ciudad, queríamos que tuviera un lugar donde correr. A mí me encantaba mi trabajo, pero era muy estresante. Yo en ese momento no me daba cuenta, pero ahora miro las fotos y tenía unas ojeras tremendas. Necesitábamos aire”, relata Pamela.
Cruzar el charco
La pandemia acelera todo. Después de casi dos años, la idea de dejar la ciudad se hace más fuerte. En julio viaja su marido, productor agropecuario, a buscar casa y un campo para trabajar. Como en toda ciudad costera es difícil alquilar casas para todo el año. Le lleva un mes y medio encontrar un hogar. Pamela espera en Buenos Aires con su hijo a que lleguen los papeles.
El 3 de agosto, se suben al Buquebus para empezar su nueva vida. “Queríamos un cambio, salir de la vorágine, estábamos cansados. Tampoco nos animábamos a ir muy lejos por la familia”, cuenta Pamela y agrega que los vaivenes económicos de Argentina, sumado a la imposibilidad de comprar una casa propia, hicieron que se decidieran por Uruguay.
“Queríamos un cambio, salir de la vorágine, estábamos cansados. Tampoco nos animábamos a ir muy lejos por la familia”
Ella de Olvarría y su marido de San Pedro, querían algo más chico. Desembarcaron en un pequeño pueblo costero en el partido de Rocha, que antes de la pandemia contaba con solo cinco mil habitantes. “La pandemia nos mostró que estábamos encerrados en cuatro paredes y quisimos salir todos. Creo que muchos vinieron buscando eso. Hay unos ingenieros de Córdoba, familias de Francia, de Canadá, de un montón de ciudades grandes vinieron a vivir acá”, explica.
Cambio de vida
Cuando llegan a La Paloma llueve tres semanas seguidas. El frío del invierno, más la soledad del nuevo hogar hacen que Pamela se pregunte si tomó la decisión correcta. “Los dos queríamos estar cerca del mar. Pero cuando llegás el cimbronazo es grande, porque a uno que le gusta ir al cine, al teatro, la librería. Acá no hay una librería. Esas cosas uno las extraña. Pero en este momento priorizamos la vida en la naturaleza. Aprender a vivir más lento, a disfrutar, a organizar el trabajo para no privarme de ir a caminar. Tener un ritmo más lento, tomar pausas para disfrutar”, asegura.
“Aprender a vivir más lento, a disfrutar, a organizar el trabajo para no privarme de ir a caminar. Tener un ritmo más lento, tomar pausas para disfrutar”
Atrás quedó el reloj de madrugada. Ahora la despiertan los pájaros. Cuando se levanta, ve y siente el aroma de los pinos desde la ventana. Sale a caminar a la orilla del mar, que está a solo ocho cuadras de su casa, y respira ese aroma puro que renueva. Vivir en La Paloma es aprender a transitar otro ritmo, disfrutar de la naturaleza y también mirarse para adentro. “Hay días que una extraña. Si llueve mucho tenés que estar más encerrada. Pero también aprendés a disfrutar de otras cosas. Leo y escribo mucho más que antes, que no tenía tiempo antes por la vorágine de la rutina”, señala.
Las primeras semanas cuestan más, sin cervecerías ni heladerías abiertas todo el año, sin delivery y cafeterías al regreso del jardín, pero donde todos los vecinos saludan por la calle. “En el cotidiano es aprender a vivir así. Es armarte tu pequeña rutina dentro del pueblo. Cuando tenés un hijo nunca estás solo, es vida pura. Pero creo que la gente que no tiene eso puede sentirse sola. Pero para mí también tiene que ver con no poder disfrutar de la soledad, con un vacío interno. Porque acá cuando caminás en la playa es un paraíso, es todo muy bello”, confiesa.
“Para mí también tiene que ver con no poder disfrutar de la soledad, con un vacío interno. Porque acá cuando caminás en la playa es un paraíso”
Naturaleza viva
Entre pinos y aromos en calles de arena, Pamela encuentra el lugar ideal para su hijo de cuatro años: la Escuela Viva del Bosque. A ella llegan familias de todo el mundo para brindar una educación libre. “Iba a ser mucho más fácil trabajar en Montevideo, pero queríamos que Bauti corra y juegue en el patio, vaya al jardín a tres cuadras. Acá es una vida bastante en comunidad, muy cooperativa. Entonces se vive realmente lo que se dice”, declara.
Y aunque extrañan a los afectos, ya se sienten instalados en su nueva vida. “Todos los días Bauti se despierta y dice ‘vamos a la playa’, habla de ‘tú’ y dice ‘tá’”, relata Pame. Hace unos días volvieron a Buenos Aires de visita, pero Bauti quería volver a casa. “Nos hizo bien saber que ya considera que este es su lugar”, concluye.
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