Dejaron sus trabajos corporativos para viajar por el mundo y hoy son parte de la comunidad de nómades digitales: “La sociedad te trata de frenar un poco”
Acostumbrada a viajar desde chica, la chilena Tere Razmilic armó una vida en la que pudiera recorrer el mundo junto a su marido y sus hijos
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De padre chileno y madre española, desde que nació Teresa Razmilic anda con valija en mano. Pasaba seis meses en cada país hasta que con la escuela no pudo seguir esa dinámica. Pero las ganas de viajar nunca se le fueron. “Para mí mantener el vínculo y trabajar o estudiar, pero estar físicamente en otro lugar era súper normal. Antes del mundo online, yo partía con mis libros y me adelantaba por mi cuenta. Cuando terminé la universidad me fui un año a Asia. Estar tres meses en la India, con gente joven mochileando, fue lo que más me marcó”, cuenta Teresa.
Al regresar a Chile con veintitrés años, empezó a postularse a trabajos de ingeniería comercial, pero en el fondo sabía que no quería trabajar en una empresa. En los pocos trabajos que se postulaba, no quedaba. “Empezó esa frustración de pensar que a lo mejor no servía para esto. Pero era súper exigente, yo quería trabajos que pagaran bien, que fueran libres y flexibles para poder seguir viajando”, recuerda. Había algo –de escucha interna, aunque al principio no estuviera tan claro- que la detenía a elegir el camino corporativo. Finalmente, decidió hacerle caso a su intuición y armó con un socio una empresa de alquiler de vajilla y mantelería para casamientos.
Viajar en familia
A Francisco lo conoció en la universidad y a los veinticinco nació su primer hijo. Su marido había seguido el camino tradicional y apenas se recibió, entró en Cencosud. Era 2016 y Teresa seguía con el mundo de los eventos, pero estaba cansada del rubro, que no era muy compatible con la maternidad. Con Lucas de un año y medio, decidieron vender su parte del emprendimiento y con esa plata se fueron a Bali por seis meses.
“La sociedad te trata de frenar un poco. La gente nos decía que Francisco tenía un buen trabajo, que nos íbamos a quedar sin ahorros, que qué pasaba si nos enfermábamos, que no valía la pena. Yo no estaba de acuerdo. Entonces, partimos y la experiencia fue increíble, conocimos a un montón de personas. Teníamos nuestra motito, nuestra casa, el jardín de Lucas que era de una australiana, así que hablaban en inglés. Al final, nos dimos cuenta que la vida era fácil, porque yo venía con la visión de India que es una vida muy dura”, explica. Él cambió los zapatos por los pies en la arena y ella la mantelería por clases de yoga. Y ambos ganaron más tiempo con su hijo.
Ser nómade digital
No todo es año sabático, como se ve en las redes sociales. Durante su tiempo en Bali, Teresa aprovechó para hacer un Máster de Innovación y Emprendimiento, a distancia, con la Universidad de Barcelona. “Todas las mañanas me conectaba a mis clases, cuando Lucas se iba al jardín yo estudiaba en un café y Francisco se iba a entrenar a la playa”, relata. Y fue allí donde descubrió el concepto de “nómada digital”. Allí encontró un núcleo de profesionales, desde traders hasta diseñadores y programadores, que trabajaban coco en mano y en traje de baño. “Me di cuenta de que quería pertenecer a este movimiento. Ser una nómade digital me permitió seguir trabajando y no gastarnos todos los ahorros -como sí pasó en ese viaje- y abrirle las puertas a tus hijos, a ti mismo y conocer culturas”, asegura.
Al volver de Bali, volvió a emprender y creó una plataforma online para novios, donde hacen su lista para los regalos. “Eso me permite trabajar desde cualquier lugar del mundo. Es 100% online y cumplió ese deseo de tener algo propio y digital. Lanzamos en 2017 y hoy estamos mejor que nunca”, declara. Además, la nómada digital da clases de Creatividad e Innovación en la Universidad de los Andes y a través de talleres propios (que durante la pandemia fueron todas virtuales) y trabaja en marketing digital.
Con chupete y mochila
Como le gustaba escribir y sacar fotos, comenzó un blog y abrió una cuenta de Instagram, para contarle a su familia lo que vivía. Pronto creció y se convirtió en “Con chupete y mochila”. Aunque no era su intención inicial, empezaron a subir los seguidores y lo que eran experiencias personales se transformaron en un blog de viajes con consejos útiles y data, sin perder el toque personal.
Coincidencia o no, cada cuatro años ocurren grandes cambios en su vida. Ya con dos niños y en plena pandemia, decidieron mudarse unos meses a Costa Rica. “Después del viaje a Bali nunca más dejé de trabajar. La gente en redes no ve eso. Muchas veces me hacen comentarios sobre si tengo una espalda económica importante o mis papás me ayudan, pero no. Hay que ser organizado”, señala.
En Costa Rica a las seis de la mañana ya estaba dando clases, y cuando en Chile eran las seis de la tarde y la universidad cerraba, en Costa Rica eran las tres de la tarde y tenía todo el día por delante. “Eso es lo que muchas veces no se ve y todas esas cosas las he querido plasmar un poco en mi Instagram y en el blog. Tengo un post de cómo hacerlo. Ojalá me llovieran los billetes, pero yo trabajo de lunes a domingo y no tengo solo ese trabajo, tengo muchos trabajos. Trato de equilibrarlos todos como puedo y de eso se trata. También tengo un post sobre los ciclos, yo estoy segura de que cada cuatro años algo tiene que cambiar y, al final, analizando el mundo también me doy cuenta que es así. Creo que el nivel de motivación del ser humano puede empezar a caer y necesitamos salir a buscar estímulo. Yo me he convencido un poco de eso y ahora le digo a Francisco que en 2024 nos toca de nuevo”, concluye.
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