Había una vez una niña de ojos tan verdes que sus padres la llamaron Jade. En realidad, no fue tan así, porque de recién nacidos muchos bebés tienen los ojos traslúcidos. La verdad es que le pusieron Jade porque eran fanáticos de Spinetta, pero por una de esas vueltas del destino ella terminó teniendo los ojos del color del jade. Muchas cosas en la historia de esta familia terminaron dándose como estaba escrito.
Jade Sívori, fotógrafa profesional, nació hace 27 años en El Bolsón. Es la menor de tres hermanos. "Cuando tenía tres años, mis viejos vendieron la chacra y con esa plata nos embarcamos en un viaje por Latinoamérica. Vivimos un tiempo en Guatemala, a orillas del lago Atitlán. Después pasamos a México y vivimos seis años en un terreno sobre el mar en la playa Zipolite, en el estado de Oaxaca. Era un lugar muy alejado, pero otra vez estábamos al lado del agua. Mis viejos armaron un mariposario que también tenía iguanas, ranas extrañas... Me acuerdo de que todo era muy intenso en México en esa época y de que nunca pudimos dejar de ser los gringos, pero conmigo estaba todo bien porque yo tenía el pelo tan blanco de rubio que los locales me lo tocaban porque creían que les daba suerte".
Con el tiempo, todos menos Luz, la hermana mayor, se volvieron a vivir a Argentina y se instalaron en Epuyén, en la Comarca Andina del Paralelo 42, a orillas del lago Epuyén, que en lengua mapuche quiere decir "dos que van".
Otra vez agua. "Nos instalamos en una casita muy chiquita sobre pilotes y mi papá armó una cocina externa en el jardín con un entramado de ramas. Ahí vivíamos durante el verano y en invierno nos mudábamos a alguna casa que siempre alguien nos prestaba. Hasta que finalmente construyeron un círculo de adobe, que fue el comienzo de lo que es ahora la casa de mis padres, y nos metimos a vivir ahí", cuenta Jade.
Con el tiempo, en el mismo terreno ella y Juan, su hermano, se armaron cada uno su casita. Jade trabaja en Buenos Aires, así que en general la usa en el verano, porque el invierno siempre le resultó un poco hostil. Hasta que llegó el coronavirus, que la sorprendió en Epuyén, donde está ahora, observando como una espectadora de lujo el giro que está tomando su propia vida.
"No lo puedo creer, estoy copada con estar pasando estos días acá. Es como que de repente todo se fue dando para llegar a ese lugar adonde yo de alguna manera quería llegar, pero había algo adentro de mí que me frenaba. Siento que de repente todo me demostró que sí, que puedo quedarme acá en el invierno y consumir menos, y consumir productos regionales, y todo esto se fue dando por fuerza mayor. Hoy estoy repensando mis prioridades. Porque para mí estar en la naturaleza siempre fue fundamental y de repente acá estoy, compartiendo otra vez con mis papás y mis hermanos, pero de una manera nueva, porque ahora estamos todos felices porque podemos aportar algo cada uno. Siento que tengo un montón de tiempo, pero en realidad es la misma cantidad que tenía antes, solo que ahora lo disfruto más".
Refugio para dos
La casa donde Jade vive con Juanpa, su novio, que da clases de yoga y de filosofía, tiene 44 m2 y es un loft cómodo y económico, calentito y térmico. Es un diseño compacto de su abuelo, Pino Sívori, que pensó en el lenguaje de los materiales del lugar y en una planta que se calefaccionara fácil (por eso tiene orientación al Norte) y que pudiera ampliarse cuando llegara el momento. La construyó su hermano.
Es un rectángulo, la casa. Una biblioteca sin fondo separa el área social del cuarto, que tiene una cama baja sobre pallets en el piso. En el centro de la casa hay una estufa de bajo consumo, de madera por dentro y de adobe por fuera, que Jade pintó este verano con arcilla, agua y óxidos. La cocina, integrada al espacio, es de madera y microcemento, con luz natural y todo a la vista.
"Mi casa queda del otro lado del lago, así que tengo que venir remando o en lancha. En un año normal, para abastecernos vamos al Bolsón, pero ahora no podemos salir así que nos tenemos que conformar con lo que encontramos acá", dice Jade, que reconoce que para ella no es complicado porque se alimenta sano desde siempre.
En comunidad
La cuarentena armó naturalmente un modelo comunitario, en el que cada uno contribuye con lo que tiene y con lo que sabe. Entonces van a lo de la vecina, que los deja cosechar nueces y castañas y les vende queso y leche de las cabras que ordeñan. Otra vecina tiene miel y propóleo. Ellos, una huerta que los salvó, con lechuga, rúcula, espinaca, puerro, perejil, cilantro, muchos verdes. Históricamente era responsabilidad de su padre, pero les fue enseñando a todos. Y lo mismo pasa con otros trabajos de la chacra: dice Jade que Juanpa apenas sabía cómo usar la motosierra cuando llegó y que fue aprendiendo de otros porque todos comparten lo que saben.
Mientras su novio sigue con sus clases online, Jade hace fotos. "También prendo el fuego, busco leña para secar al lado del fuego, porque un día llovió y se mojó la que teníamos cortada, pelo y guardo nueces, junto hongos de pino, los pongo a secar, los que están secos los pelo y los corto, hago puré de castañas, lo envaso, riego el invernáculo y la huerta, salgo a remar por el lago, que es mi pasión, y también voy al bosque a sacar fotos de hongos o de lo que me guste".
Todo lo necesario para sobrevivir
"Mi viejo nos crió en la supervivencia, toda la vida nos preparó para tiempos difíciles. Y ahora que finalmente pasó algo, nos damos cuenta de que tenemos nuestros recursos. Contaminamos muy poco. En un mes entero hicimos un ladrillo ecológico del tamaño de una botella de plástico: todos los residuos plásticos los metemos en una botella y los vamos comprimiendo bien. El papel y el cartón los usamos para prender el fuego, y todo el resto es orgánico. Ah, porque también hago compost, un súper compost. Trabajamos mucho en equipo, con la leña, con la carretilla, cocinamos en el horno de barro, salimos a caminar por el bosque con mi sobrina, Juanpa dirige unas meditaciones y la invitamos a mi mamá, que le encanta, mi papá cocina rico, mi hermano es el que la tiene más clara en el trabajo de la chacra. Y así…".
"Lo que más extraño en esta cuarentena es poder abrazar a la gente. Cuando me voy a dormir los abrazo en mi cabeza, y eso me calma".
Cada cual atiende su juego a la hora de las tareas domésticas: "Mi papá es el encargado de prender el horno de barro y yo soy la que amasa. Ahí hacemos pan, pizzas y tartas de masa integral con espinaca, acelga y lo que haya en la huerta. También hacemos babaganoush con una receta del restaurante Hierbabuena: aplasto las berenjenas ya quemadas, les pongo cebolla cruda, sal, pimienta, aceite de girasol y una clara de huevo."
"Me gustan las palabras ‘salvaje’, ‘frontera’, ‘pliegue’, ‘distancia’, ‘temple’, ‘extremo’. Me gusta cruzar las aguas".
Dice Jade que el mayor desafío es la conexión a Internet, que es complicadísima. Y también el frío, porque ahora los días empiezan a acortarse y oscurece temprano. Cuando el sol ya no les pegue, porque eventualmente va a pasar del otro lado de la montaña, va a helar y la helada nunca se levanta ni sabe de cuarentenas. Entonces el calor será el hogar, el fuego y el amor de la familia.
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