De los caminos para enfrentar la angustia
Juan,
De tus reflexiones del último post, lo que puedo decir es que elegí alejarme de mi última relación, no por mis palabras de amor dichas y no correspondidas, sino por los sentimientos y las sensaciones que estaba experimentando y que me estaban dañando. Creo que si hay algo que aprendí de mis vivencias anteriores, es que tenemos que escuchar a nuestro cuerpo y a nuestras emociones.
Estaba sintiendo angustia. Creo que, aun amando, no debemos quedarnos en lugares que nos angustian. Menos si son lugares que podemos reconocer y que sabemos que tenemos el poder de modificarlos.
Angustia. A veces te las dispara el amor, o el trabajo, las amistades o la familia, pero en general creo que se trata de nosotros. En nosotros se esconde la raíz. Muchas veces cuesta distinguir de dónde viene la causa, pero una vez que se devela, siento que podemos modificarlo y que nunca es tarde para ello.
Es buen momento para leer escuchando este tema:
Hay ocasiones, por ejemplo, que sin comprender del todo la magnitud de nuestros actos en su presente, cometemos daños irreparables que nos generan ese sentimiento.
Mami me contó una historia interesante en ese sentido. El sábado a la noche ella vino a casa, le cociné y charlamos por largas horas. Con papi viven en Uruguay, por lo que esa noche estuvo también invitada a quedarse a dormir.
Ahí estábamos las dos, con una copa de vino, cortando cubos de queso y verduras de varios colores. Afuera se sentía el sonido de las gotas. Vivo en una calle adoquinada con faroles estilo antiguo que iluminan la intersección. La luz, en días de lluvia, le otorga un brillo especial a las piedras lustrosas de la calle. Es realmente hermoso. Estoy convencida que ese tipo de atmósfera dispara charlas diferentes.
Con mami, empezamos a hablar de cómo ciertas experiencias de vida te vuelven frío, distante, reservado. Ella es finlandesa y la charla la llevó inmediatamente al padre. Mi abuelo, a los diecisiete estaba piloteando un avión de la fuerza aérea. Por esos años, nuestra Tierra atravesaba la Segunda Guerra Mundial y a su vez Finlandia estaba en guerra con Rusia para defender la independencia finlandesa. Alemania les prometió ayuda contra la invasión rusa a cambio de que los escandinavos se aliaran con ellos. Aceptaron. Así fue como varios puntos del país fueron tomados por los alemanes, que precisaban estar cerca de la frontera.
Cuando la derrota del nazismo se hizo evidente, los germanos emprendieron su retirada y en ese acto, destruyeron y quemaron varios pueblos en el camino. Finlandia, como muchos países, había quedado en ruinas. La traición y la brutalidad fueron tan difíciles de remendar, que las relaciones diplomáticas entre ambos países recién pudo retomarse en 1976, más de 30 años después de finalizada la Segunda Guerra.
Pero como sucede en todos los grandes acontecimientos, también hubo historias mínimas.
Mi abuelo, desde la Fuerza Área, y mi abuela como enfermera en el frente, vieron mucho dolor, sufrieron la pérdida de amigos y sabían que detrás de todo, había seres humanos únicos, como cada una de sus historias.
A mami y a mi tía no le hablaban de la guerra, por supuesto, y por eso ella no supo durante mucho tiempo quién era el hombre extraño que cada año visitaba su casa.
"Un señor alto, para mí era altísimo, pero quizás lo recuerdo así porque yo era muy chica", me contó mamá, "Hablaba raro, rígido y para mí era un personaje absolutamente misterioso que llegaba de alguna tierra lejana con algún regalo y mucho agradecimiento. No era un amigo, no era un pariente, no era por negocios, por lo que mi imaginación volaba. ¿Quién era este extraño?"
Ese hombre enigmático había sido un soldado alemán, un aliado convertido en enemigo. Formaba parte de un ejercito signado por la atrocidad. El hombre gigante había caído en batalla y estaba considerado casi muerto hasta que mi abuela, con sus manos mágicas le devolvió la vida (creo que ya te conté que ella hacía el merengue más blanco y perfecto del universo, ¿no?).
Y en esos largos días de recuperación, los voluntarios conocían a la persona atrás del deber. La sensibilidad, los sueños, las esperanzas. En esas camillas de guerra, yacían hombres títeres, esclavos de intereses ajenos sedientos de poder.
Y él, soldado pero hombre ante todo, jamás olvidó a mi abuela. Juraba que si no hubiera sido por ella, habría muerto. Y así, año tras año, viajaba de Alemania a Finlandia - países enemistados - a sentarse a la mesa, sonreír y agradecer una y otra vez, ante la mirada extrañada de esa pequeña niña que sería mi madre.
"Eso resultó que era. Un soldado alemán que venía todos los años a agradecer a casa.", concluyó mami.
¿Por qué te cuento esto? Porque creo hay dos formas de manejar la angustia, una es acostumbrándonos a ella y otra es haciéndole frente para dejarla atrás.
Este soldado seguro que sentía una culpa inmensa por haber formado parte de una de las facetas más oscuras de la historia del mundo. Pero estuvieron aquellos que decidieron olvidar, y así vivir en una angustia constante que se vuelve inexplicable por el bloqueo emocional. Y estuvieron los soldados del cuento de mamá, que decidieron hacerle frente para encontrar el camino del perdón propio y la creciente felicidad.
Este hombre podría no haber hecho los viajes, él podría haber caído en la comodidad del olvido. Pero supongo que distinguió que eso le provocaría angustia, que así no era él, y que otro tipo de comportamiento no lo haría feliz.
Creo que, salvando las distancias - de la magnitud de las culpas de la guerra-, en la vida, cada vez que no somos fieles a nosotros mismos, o desdibujamos nuestro ser, o cada vez que enterramos nuestros anhelos y comenzamos a cumplir sólo los sueños ajenos, nos llenamos de una culpa invisible, que se traduce en angustia.
Pasa en el trabajo, pasa con amigos, pasa en los mandatos familiares, pasa en la guerra y pasa en el amor.
No siempre logro distinguir por qué me angustio, pero sí me doy cuenta que me sucede cuando mi identidad, mi esencia y mis sueños están siendo vulnerados.
Si puedo reconocer qué es lo que tengo que hacer para reencontrarme con mi paz, ojalá tenga siempre el coraje que tuvo este extraño alemán que llegaba alguna noche fría a una casita finlandesa: el coraje de actuar en consecuencia.
Beso,
Cari