De Hoorn al Cabo de Hornos, cuatro siglos después
El explorador chileno Cristián Donoso se planteó repetir la travesía que llevó al descubrimiento en 1616 del mítico peñón, navegando con vela desde el puerto holandés hasta el último confín de América del Sur; recorrió más de 15.000 km empujado sólo por el viento
Cuando estás en medio del Atlántico, flotando solo en un velero, a mil kilómetros de la costa más cercana, no tienes ninguna capacidad de reacción ni –menos– de recibir ayuda. Cualquier accidente, cualquier maniobra mal hecha, podría perfectamente costar la vida y condenarte a morir –con más pena que gloria– en la inmensidad del océano.
Cristián Donoso (39 años, abogado de profesión, aventurero por vocación) prefería no pensar en eso. Al contrario, mientras cruzaba el Atlántico en su goleta Ladrillero, su norte –o más bien su sur– era simplemente mantener el rumbo para acercarse cada vez más a su meta: el temido Cabo de Hornos. "Era espectacular sobre todo en la noche, cuando me tocaba hacer las guardias", recuerda hoy en Santiago, a pocas semanas de haber terminado su aventura. "Siempre hacía mucho calor y yo me tiraba en shorts sobre la cubierta y me ponía a ver las estrellas. En esas guardias me daba la sensación de ir como en una nave espacial, siempre en silencio, con el barco moviéndose. Era muy bonito."
El 24 de febrero último, Donoso concluyó una de las aventuras más extensas que haya realizado. ¿Donoso? Sí, el mismo que en 2007 ganó el premio Rolex a la Iniciativa con el que exploró, solo en un kayak, los desconocidos fiordos de la Patagonia occidental. El mismo que en 2010 atravesó íntegramente a pie el Plateau Herbert en la Antártida. Y el mismo que ahora se había propuesto navegar en velero desde el puerto holandés de Hoorn hasta el último confín de América del Sur, sin haber comandado una embarcación de este tipo jamás en su vida.
Una aventura que, entre idas y venidas, le tomó dos años y medio en completar. Pero que terminó justo cuando se aproxima un acontecimiento histórico: los 400 años del descubrimiento del hito geográfico que en buena medida definió el mapa del mundo. El mítico Cabo de Hornos.
El 29 de enero de 1616, el navío Eendracht, comandado por Willem Schouten y Jacob Le Maire, avistó el remoto peñón, en el último punto del continente americano, que desde entonces sería conocido como Kaap Hoorn –o Cabo de Hornos, en español–, en honor al puerto holandés de donde había zarpado meses antes. El descubrimiento de este remoto lugar, azotado por el viento y las olas del sur, no sólo significaría la apertura de una nueva ruta comercial entre Europa y las Indias, sino que también terminaría por darle una forma definitiva al mapa del planeta.
Antes del descubrimiento del Cabo de Hornos, el paso utilizado por los navíos para cruzar del Atlántico al Pacífico era el estrecho de Magallanes. Es más: se pensaba que más abajo sólo había un enorme territorio, la Terra Australis Incognita, por la que no se podía navegar.
Objetivo comercial
La expedición de Schouten y Le Maire tuvo un objetivo netamente comercial: debido al monopolio que la Compañía de las Indias Orientales Unidas (VOC) ejercía sobre el estrecho de Magallanes y el cabo de Buena Esperanza como vías para llegar a las islas Orientales Neerlandesas (actual Indonesia), un rico comerciante belga llamado Isaac Le Maire decidió financiar una aventura que fuera en busca de una ruta alternativa. Así creó la naviera Compañía Australiana, contrató al capitán Schouten y le pidió a su hijo Jacob que fuera con él. La expedición zarpó desde el puerto de Hoorn en mayo de 1615 y, siete meses más tarde, finalmente encontró lo hasta entonces desconocido, quedando así inscripta para siempre en la historia de la exploración humana.
Casi cuatro siglos después, el aventurero chileno Cristián Donoso se encontraba en Hoorn, específicamente buscando información en la sede de los Kaap Hoorn Vaarders (los capehorniers holandeses), una fundación donde se exhiben mapas, objetos náuticos y numerosas fuentes históricas sobre el Cabo de Hornos. Resulta que la idea original de Donoso no era llegar al cabo. Su objetivo era, simplemente, comprar un buen yate y a buen precio en Europa y traerlo a Puerto Williams (donde vivía por entonces; hoy está radicado en Santiago), para dar apoyo a expediciones científicas en la cordillera Darwin.
A fines de 2011 había ganado un fondo Corfo/Innova y, con la plata en la mano, se puso a buscar. Tras algunos meses encontró un velero alemán de 17 metros de largo, casi 5 de ancho y dos mástiles, que cumplía con lo que quería: que fuera de acero, que tuviera un salón con vista panorámica en 360 grados y una orza retráctil (una aleta bajo el casco que se puede subir o bajar).
Una gran excusa
La embarcación (a la que rebautizó Ladrillero, como homenaje a uno de sus máximos héroes: el español Juan Ladrillero, el primero que navegó el estrecho de Magallanes en ambos sentidos) estaba anclada en el puerto de Monnickendam, 15 kilómetros al nordeste de Amsterdam. Y fue esa circunstancia la que lo haría, finalmente, encontrarse con Rodrigo Waghorn, ex cónsul de Chile en Holanda y ex oficial de la Armada, quien le sugirió la idea de unir Hoorn con Cabo de Hornos, pues se avecinaba la efeméride histórica.
"Ahí empecé a investigar sobre este viaje y todo lo que había significado. Entonces fue una gran excusa para darle una épica a esta aventura", dice Donoso.
Con este nuevo objetivo zarpó en su flamante Ladrillero el 9 de septiembre de 2012. No venía solo: en esta primera etapa lo acompañarían su hermano David con su novia, Daniela Thomas. Los primeros integrantes de una tripulación que cambiaría varias veces (fueron casi 30 a lo largo del viaje, entre ellos su esposa, Fabiola Torres). Ese sería el primer paso de una travesía oceánica en la que navegaría más de 15 mil kilómetros, visitando tres continentes y 14 países. De Hoorn al Cabo de Hornos, empujado sólo por el viento.
En el mundo de Cristián Donoso, lo que parece difícil o peligroso, él lo cuenta como algo normal. Como si cruzar el Atlántico en velero fuera un simple paseo.
"Fui un poco loco porque nunca había navegado con vela", dice sentado en su oficina de la Universidad San Sebastián, donde coordina la carrera de Ingeniería en Expediciones y Ecoturismo. "Así que hice un curso de cuatro días en Almería, España. Con eso compré el velero y unos manuales, y llegué al Cabo de Hornos. Igual yo tenía experiencia con kayaks y sabía manejarme con las cartas y el GPS, pero en vela nada, aunque es algo que se aprende rápido."
Sólo con ese curso básico y decidido a aprender en terreno –o mejor dicho, en el mar– se lanzó a la aventura. Su plan original era viajar 7 meses. Demoró dos años y medio. "Podría haber hecho este viaje de una sola tirada, pero me hubiera perdido todo –explica–. Me tomé todo el tiempo del mundo, hice escalas largas. Entremedio mi esposa quedó embarazada y nació mi hija, lo que nos obligó a suspender el viaje. El velero quedó anclado un montón de tiempo en Recife."
Concebida en alta mar
Más allá de algunas dificultades (como navegar el Mar del Norte o cruzar el golfo de Vizcaya con vela, zonas temibles por sus vientos y corrientes, o el riesgo de piratas frente a Marruecos, que los obligaba a navegar con las luces apagadas en la noche), uno de los momentos más significativos para Donoso tiene que ver, sin duda, con su hija Marina.
En su bitácora del 30 de octubre de 2013, mientras el Ladrillero navegaba por Brasil, Donoso escribió: "A las 12.29 de hoy nació mi hija, Marina. Fue concebida en alta mar, entre cientos de tortugas, cuando perdíamos de vista el gran desierto africano. Cruzó el Atlántico en el vientre de su madre, meciéndose entre la espuma y la bóveda estrellada. Ahora navego en tus ojos, mi amada hija Marina".
Hoy, Donoso se emociona al recordar ese momento. "La Fabiola (su esposa) quedó embarazada cuando estuvimos navegando los dos solos entre Marruecos y las islas Canarias. Fue un día muy especial, me acuerdo perfecto: el mar estaba lleno de tortugas, yo iba esquivándolas. Cuando llegamos a Canarias ella sospechó que estaba embarazada, y así era. Ahí tuvimos que decidir si era conveniente que cruzara el Atlántico. Lo evaluamos y ella decidió seguir. La apoyé. Cuando desembarcó en Brasil tenía cuatro meses y medio."
Última etapa
Para la última etapa, de Recife a Buenos Aires y luego hacia el cabo, Donoso hizo una serie de reparaciones en el Ladrillero. "Yo le tenía mucho respeto a ese tramo. Había escuchado de navegantes que lo peor que pasaron fue en la Patagonia argentina, así que me preparé mucho –dice–. Los mayores vientos que enfrentamos en todo el viaje fueron en la Patagonia, de hasta 70 nudos. En cabo Dos Bahías, Argentina, llegó un punto en que no pudimos seguir navegando y tuvimos que cerrar las velas y esperar. Quedar flotando hasta que el temporal amainara."
Por esa época, comienzos de 2014, Donoso ya se había puesto a trabajar en Santiago. Así tuvo que resignarse a hacer varios tramos cortos, yendo y volviendo a Chile. "Estaba en mi oficina, veía la previsión del tiempo y si había tres días buenos, tomaba un avión y partía de inmediato hasta donde había dejado el velero. Mi jefe me apoyó. Así que llegaba a puerto en la noche y salía a navegar."
Finalmente, el gran día llegó. Tras alcanzar Punta Arenas, el 24 de febrero de 2015, Cristián Donoso y la tripulación que entonces lo acompañaba -entre ellos, los destacados fotógrafos Guy Wenborne y Nicolás Piwonka- dieron la vuelta al mítico Cabo de Hornos. Salieron desde Caleta Maxwell y lo rodearon en aproximadamente seis horas, navegando siempre con vela, entre olas que alcanzaban los 6 metros.
"Nuestra vuelta fue espectacular, porque la hicimos con muchísimo viento: pasamos con 40 nudos –dice Donoso–. Hubo un momento en que el palo (del Ladrillero) casi tocó la ola. Afuera íbamos amarrados con arnés a algún cabo firme en el barco."
Donoso todavía siente la emoción del momento. "Tenía los pelos erizados, la piel de gallina. No llegué a llorar, pero estaba muy emocionado por las dificultades que había tenido en el viaje, porque lo veía como algo tan lejano, que no iba a alcanzar nunca."
Tras rodear el cabo, la tripulación del Ladrillero se mantuvo algunos días explorando la zona, y finalmente volvieron a Puerto Williams, donde la embarcación permanece esperando la siguiente aventura.
"Lo que yo aprendí en este viaje es que el hito geográfico más conocido de Chile en el mundo, conceptualmente, es el Cabo de Hornos, aunque muchos creen que está en la Argentina –dice Donoso–. Además, como en un velero vas superlento, casi a la velocidad que lograrías caminando, pasás muy lento de un continente a otro, de un clima a otro. De zonas lluviosas a desérticas, de zonas de mucho calor como el Atlántico al frío de la Patagonia. Y así te va quedando la sensación de que el mundo es muy pequeño. Antes de este viaje tenía la sensación de que el planeta era de un tamaño y, cuando terminé, tengo la idea de que es mucho más chico."
Los favoritos de un largo viaje
1Camaret-Sur-Mer, Francia. "Rodeado de centros ceremoniales celtas, sus estrechas calles ofrecen un contacto espontáneo con su cultura de litoral."
2 Medina de Salé, Marruecos. "En esta medina aún se siente el Marruecos profundo y real, el de Las Mil y una noches."
3 Isla Santo Antao, Cabo Verde. "Entre sus habitantes reina la música, el baile y la paz social, y las personas hablan de sus gobernantes con respeto y cariño. Mi sitio preferido en este viaje."
4Fernando de Noronha, Brasil. "Llegar a este paraíso terrenal luego de 17 días sin ver más que cielo y mar acentuó nuestra percepción de su belleza."
5Cabo de Hornos. "Este enorme promontorio ofrece un espectáculo natural magnífico. Más aún visto desde un velero."