De arriesgarse a decir lo que sentimos
Juan,
¡Disfruté mucho leer tu último post! Pude imaginar tu fastidio ante la lentitud de Salsipuedes, un ritmo que marcha con freno de mano puesto.
Ya sabés, yo prefiero el pueblo. Es cierto que gozo de la maravillosa invisibilidad que te da la ciudad, del anonimato en el andar citadino, de la diversidad de gestos, sensaciones, expresiones y emociones. Y sí, por algo sigo en la ciudad. Sin embargo, siento que mi lugar en el mundo está en un pueblo; en un espacio de horizonte amplio, con mucho campo para la imaginación y que no me distrae ni me llena con su pulso frenético de afuera hacia dentro, sino que me regala esa paz que te invita a sentir y a conectarte desde el interior.
Hoy, en Buenos Aires, mi ventana exhibe un día de otoño de ensueño. Finalmente veo hojas teñidas de rojos, marrones y amarillos esparcidas por las veredas. Caminar por ese mar de colores singulares, es una de las sensaciones más bellas de la vida. No por nada amamos hacerlo desde chicos, ¿no?
Antes de contarte lo que estuve viviendo estos días, quiero dejarte este corto. Miralo porque es la mejor manera de que entiendas ciertas emociones que estoy pasando, y no sólo yo, otras personas cercanas también. Son emociones que estamos atravesando porque un día decidimos arriesgarnos:
Hace unas pocas semanas, aunque recién ahora lo puedo "asimilar", le dije a un hombre con el que estuve saliendo que me había enamorado. Él me dijo que a él no le pasaba igual, pero me preguntó si me iba a rendir y agregó que yo podía hacer más para que eso sí le suceda.
La realidad es que hace bastante que tengo la ilusión de que le suceda, que un mágico día se levante y le caigan todas las fichas juntas, como a Tom Cruise en Jerry Maguire (cierto que es una película). Hace más de un año que nos vemos entre idas y vueltas, y hace unos cuantos meses que sé lo que siento por él. Y no importa cuán linda me ponga, cuántas veces le cocine, o lo escuche, lo acompañe, o lo entienda; a él simplemente no le pasa, no se enamora. Y yo me daba cuenta de esa realidad y, sin embargo, no me animaba a expresar abiertamente mis sentimientos porque no lo quería perder. Aparte, ¿quién sabe, no? Todo puede cambiar de un momento a otro.
Para lo que sigue, te dejo este tema (jaja, ya sé, el video es una bizarreada, quizás mejor darle play al final, e incluso unos minutos después):
Ya lo sabés, no quiero mendigar, no quiero ser más la persona que trata todo el tiempo. Una persona en eterna lucha por lograr revertir el amor no correspondido. El amor es de a dos o no es. Prefiero dejar la eterna historia del deseo de lo inalcanzable para novelas como El Werther de Goethe o El amor en los tiempos del cólera.
La vida se pasa, la vida es corta, es un suspiro que hay que atravesar compartiendo caminatas, helados, camas, películas, series, lecturas en silencios acompañados, tristezas, ayudas, aburrimientos.
La vida es corta y está hecha para el amor. Frida tenía razón cuando decía "donde no puedes amar no te demores."
Por eso, porque ya no quería vivir en la eterna duda de lo que al otro le pasa, porque ya sentía una necesidad de relajarme y reposar en paz en su hombro, me arriesgué y lo dije todo. Y perdí.
¿Perdí?
No, realmente no. Gané la posibilidad de avanzar. Y lo mismo para él. Para mí él es la persona más maravillosa del mundo, único, incomparable, y por eso también quiero que sea feliz. Él quería quererme, yo quería que lo sienta.
Así, habiendo arriesgado, habiendo puesto las cartas sobre la mesa, es cierto que sentí un dolor inmenso, pero es un dolor que no se compara al de estar confortablemente adormecido en una relación que no tiene reciprocidad, y en donde la persona a quien amo no es plenamente feliz.
Y hace pocos días, una amiga del alma me llamó con voz quebrada y me dijo: "me animé, me arriesgué y le dije todo. Todo lo que sentí y siento."
En su caso, hace dos años que tenía una relación disfuncional, extraña, a veces maravillosa, otras angustiante, con un hombre que ante sus confesiones le dijo: "Nunca me pasa. Yo no me enamoro."
Al arriesgarse, al decirle al otro en voz clara y palabras sinceras, todo lo que le venía pasando, mi amiga supo que había llegado el momento de dejar ir. Esa sensación la entristeció mucho. Pero también se sintió más liviana y orgullosa de sí misma.
Cada día estoy más convencida de que hay que tomar riesgos una y otra vez. Debemos tirarnos a la pileta, debemos dar saltos de fe. En ese camino, el camino de animarnos, nos esperan muchos triunfos.
Siento que arriesgarse es ganar o ganar, porque arriesgarse es avanzar.
Me despido con estas palabras que encontré por ahí:
"¿Sabés a dónde van las palabras que no se dijeron? ¿A dónde va lo que querés hacer y no hacés?
¿A dónde va lo que querés decir y no decís? ¿A dónde va lo que no te permitís sentir? Nos gustaría que lo que no decimos caiga en el olvido, pero lo que no decimos se nos acumula en el cuerpo, nos llena el alma de gritos mudos. Lo que no decimos se transforma en insomnio, en dolor de garganta. Lo que no decimos se transforma en nostalgia, en destiempo. Lo que no decimos se transforma en deuda, en asignatura pendiente. Las palabras que no decimos se transforman en insatisfacción, en tristeza, en frustración. Lo que no decimos no muere, nos mata."
Beso,
Cari