Dale a tu cuerpo alegría Macarena: ¿es posible una ética hedonista?
Nuestro filósofo nos propone pensar si podemos tener un comportamiento ético y al mismo tiempo hedonista, considerando que el placer corporal es algo transitorio
Hablar de hedonismo es hablar del culto al placer como valor supremo. Concepto bastante bastardeado, ya que se supone que se estaría optando por una concepción superficial de la existencia. Asociar el placer a la superficialidad supone una concepción dualista de la realidad con una zona más verdadera que otra, en la que en lo profundo parece anidar el verdadero sentido de las cosas.
LO EFÍMERO, LO CORPORAL
Así surge la metáfora del alma que se supone expresa la naturaleza de lo que somos y nos diferencia de aquello que nos iguala con el resto del reino animal y, por ello, nos degrada. De hecho, el placer se siente en el cuerpo, o sea, en lo cambiante, en lo transitorio, en lo evanescente. Hay una asociación directa entre cuerpo y placer, ya que ambos comparten este carácter efímero, frente a la estabilidad propia de un alma que supuestamente accede a la estabilidad del mundo. El problema es siempre el mismo: lo estable es controlable, mientras que lo efímero siempre se nos escapa.
Placer vs. dolor
La ética tradicional siempre cuestionó el hedonismo: o se trata de una falsa ética o de una postura amoral disfrazada de moralidad. Letal acusación que muchas veces desenmascara a quien la enuncia: en nombre de la moral occidental se han cometido acciones devastadoras. Por eso, la pregunta consiste en vislumbrar si es posible una ética hedonista; esto es, si el placer puede funcionar como principio ordenador de nuestras acciones. Se trataría de una inversión de ciertos parámetros. Solo si deconstruimos una concepción absolutista y definitiva de lo real, abriendo el sentido a lo contingente y a esa idea nietzscheana según la cual lo profundo no es más que otra superficie, entonces se nos evidencia el carácter tranquilizador de toda ética que reprime el placer como algo negativo. O peor, comprendemos que los intentos de domesticación del placer lo que persiguen es la previsión contra todo dolor posible; o sea que, si el placer y el dolor son anversos, entonces sigue siendo el hedonismo el criterio último. La crítica se hace en nombre del placer: del placer de no padecer dolor. Este es el sentido de la ética de Epicuro: “Busca el placer y huye del dolor”, pero nunca un placer que crea dependencia e intranquilidad.
La carne como enemigo
Para Epicuro, la felicidad se vincula con la posibilidad de la imperturbabilidad del alma, y la desmesura, claramente, nos perturba. La felicidad se alcanza en los placeres más elementales, despojados de sus falsas pretensiones de eternidad, como todas aquellas prácticas mínimas que ponen en juego nuestra existencia: el placer por caminar, por mirar y, sobre todo, por ser.
Claro que no es una ética muy afín a un sistema de mercantilización de la existencia que, por ello, sigue prefiriendo denostar el hedonismo en nombre de una farmacología de la seriedad. Y apostando a la creación de un nuevo aunque histórico enemigo: la carne. El problema del placer no es el cuerpo, domesticado finalmente por el alma, sino aquello que sobra y en cuya naturaleza reside lo incontrolable. El alma y el cuerpo alcanzan la armonía, pero la carne molesta. Es desquiciada, salvaje, animal, ilimitada, placentera. Pero sobre todo, incontrolable e inapresable, lugar de mucho vértigo, miedo, aunque también de una sabrosa utopía. •
¿Cómo sos con respecto al placer? ¿Sos muy cultora de Dale a tu cuerpo alegría Macarena? ¿Te considerás hedonista o más bien de guardar un compostura ética y moral de acuerdo a los valores sociales? ¿Sos capaz de equilibrar placer propio con una ética del cuidado del otro? También: Erotomanía: cuando creemos que somos amadosyCómo son las costumbres sexuales de los millenials
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