Cuando lo simple se hace difícil
Algunas generalizaciones son ciertas, y es muy posible que la siguiente sea un buen ejemplo: mientras que las mujeres tienden a seguir sus impulsos y elegir lo primero o lo más lindo, los hombres nos fijamos en otras cuestiones más racionales, ligadas a la practicidad, el uso a largo plazo y la economía. Ni una es correcta ni la otra es incorrecta: son diferentes maneras. Dicho esto, elegir un juguete no presupone ninguna complicación, más cuando se trata de un móvil y el bebé, todavía en la panza, no tiene voz ni voto en ese asunto; y menos aún cuando la plata para comprarlo, está.
Sábado a la tarde de un fin de semana largo, día de promoción bancaria: el momento ideal para comprar las cosas que faltan. En una sucursal de una conocida cadena de artículos para bebés hay cuatro modelos disponibles de móviles: dos muy lindos y dos muy feos. Horribles de hecho, con colores y materiales de dudoso gusto y una terminación preocupante. Pero uno de ellos tenía una función que lo distinguía por sobre el resto, incluso por encima de los lindos y caros: una luz que, una vez situado el artefacto en su lugar, actúa como un proyector de figuras en el techo. Planetas, estrellas y demás cuerpos celestes iluminan tu habitación. ¿Puede haber acaso algo más copado que tener todo un sistema solar en tu propio cuarto? No lo creo.
Hablemos de valores: los lindos costaban $2300 y $2000, mientras que los feos –que más que estimular al bebé lo deberían asustar- tenían un precio de $1000. Paréntesis: no quiero que ningún padre se espante con estos precios, pero sería bueno que se vayan acostumbrando a que TODOS los precios del planeta bebé son un disparate. Seguimos. Hicimos cuentas con el celular, y el modelo "My Nature Pals" (el segundo más caro) quedaba en un buen precio. Ok, lo llevamos, después de todo uno no tiene hijos todos los días.
"¿Qué cosa compraste que lleva esas pilas?", se compadeció más tarde un vendedor de una casa de electrónica ante mi pedido de pilas "C", que no son ni las más grandes "D", ni las más chicas "AAA", ni las comunes "AA". Son "C" y, por supuesto, son casi imposibles de conseguir. Luego de recorrer tres negocios, un minimercado de una estación de servicio me da, a cambio de $20 por unidad, ese cáliz de la vida eterna llamado "C". Tres, por favor, y un saludo al chino que se le ocurrió alimentar a este aparato con tres pilas que no se consiguen. "La felicidad tiene forma de Duracell", pensé, hasta que una vez ensamblado compruebo que una de las luces no funciona.
Al día siguiente fuimos a otra sucursal de la misma cadena, con la leve sensación de que precio alto no siempre implica buena calidad. Y mientras esperábamos que nos atiendan, lo divisé: el móvil feo y más barato no sólo tenía el plus del proyector. El móvil feo, barato y con proyector llevaba dos pilas "AA".
- ¿Ese no, no? – le sugerí a mi mujer, que ya el día anterior me había dicho que le parecía "horrible". No feo, horrible.
- Hacé lo que quieras – respondió, y el aire se cortó en dos, dejando uno a cada lado de la decisión.
Hice lo que quise. Finalmente llevé la "calesita musical" con la esperanza de que el proyector supliera el mal diseño y los feos muñecos. Error. Podría haber soportado que sea feo, que su diseño atrasara veinte años y que le faltara una pieza para sostenerlo. Podía también dejar de lado que el proyector no era tan bueno, que en lugar de LED llevara una bombita como la de las viejas linternas y que las estrellas no se distingan en el techo. Lo que bajo ningún concepto pude soportar fue que la cajita de música –a cuerda, como las que vi en mi infancia- estuviera desafinada. Dos de las seis notas de la canción de cuna estaban fuera de tono, y eso para un padre que pretende darle a su hijo una educación musical digna, es imperdonable.
No todo es complicado durante un embarazo, pero sí es responsabilidad de uno hacer que lo simple no se vuelva difícil. El plan para el día siguiente fue ir a otra sucursal a cambiar (otra vez) el aparato, y volver por el primero, el de las pilas "C". Por cierto, si tienen el dato de donde las venden, avisen.