¿Cuál es tu fervor de Buenos Aires?
Borges escribió Fervor de Buenos Aires en 1923 cuando tenía 24 años y lo reeditó en 1969, a los 70. La ciudad y el escritor sin dudas, habían cambiado y el propio autor se encarga de señalarlo en el prólogo:
Como los de 1969, los jóvenes de 1923 eran tímidos. Temerosos de una íntima pobreza, trataban, como ahora, de escamotearla bajo inocentes novedades ruidosas. Yo, por ejemplo, me propuse demasiados fines: remedar ciertas fealdades (que me gustaban) de Miguel de Unamuno, ser un escritor español del siglo XVII, ser Macedonio Fernández, descubir las metáforas que Lugones ya había descubierto, cantar un Buenos Aires de casas bajas y, hacia el poniente o hacia el sur, de quintas con verjas.
En aquel tiempo, buscaba atardeceres, los arrabales y la desdicha; ahora, las mañanas, el centro y la serenidad.
Un ejercicio: escribamos nuestro propio Fervor de Buenos Aires
A quien leyere
Si las páginas de este libro consienten algún verso feliz, perdóneme el lector la descortesía de haberlo usurpado yo, previamente. Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que tú seas el lector de estos ejercicios, y yo su redactor.
Me gustó la idea de recoger el guante. Si el propio Borges lo dice, quiénes somos para contradecirlo, ¿no?
Cómo sería que cada uno de nosotros contásemos nuestra mirada sobre la ciudad. ¿Se animan? Les propongo, hoy, o mañana o estos días, caminar Buenos Aires con los sentidos más despiertos que lo habitual.
Esto me está haciendo acordar de Tolomea, que era nuestra clubera poeta ¿alguien sabe algo de ella?
Perdón la disgresión, volvemos al ejercicio. Caminar, recorrer, ir al parque, ponerse las zapatillas para salir a hacer running, sacar al perro, mirar por la ventana, sentarse en un bar, subirse al colectivo o al auto, hacer una compra, saludar a los vecinos, ir al shopping, meditar, esperar horas en la consulta al médico.
Los inevitables enojos nuestros de cada día. Y esos oasis que nos refugian en cada barrio, una pared tapizada de santa ritas en la esquina de Thames y Cabrera, un chico jugando a la pelota en Parque Rivadavia y que baste que tu hijo se acerque para que empiece una danza de patadas, goles y risas como si la vida fuera eso, algo tan simple como jugar a la pelota con un desconocido.
Ese encuentro casual que es en verdad una cita, según Borges, y que te cambia el día porque de tener planeado una jornada de trámites y batallas laborales, pasás a sentarte en un Starbucks con esa amiga que te va a contagiar una alegría que te venía eludiendo.
Para inspirarnos elegí este poema de Fervor de Buenos Aires
BARRIO RECONQUISTADO
Nadie vio la hermosura de las calles
hasta que pavoroso en clamor
se derrumbó el cielo verdoso
en abatimiento de agua y de sombra.
El temporal fue unánime
y aborrecible a las miradas fue el mundo,
pero cuando un arco bendijo
con los colores del perdón la tarde,
y un olor a tierra mojada
alentó los jardines,
nos echamos a caminar por las calles
como por una recuperada heredad,
y en los cristales hubo generosidades de sol
y en las hojas lucientes
dijo su trémula inmortalidad el estío
Mi fervor
Estas dos últimas semanas estuve leyendo poco, tenían razón Adán Buenosayres es un desafío enorme para este espacio, pero no lo descartemos, ya llegará la oportunidad de abordarlo a fondo.
Pero observando mucho. Fui a la Feria del Libro sólo una vez, a la tarde con mi hija, me borré de todas las invitaciones a lanzamientos y brindis, la excusa era la falta de tiempo pero la verdad es que me sentía un poco agorafóbica, Me estaba sintiendo violentada en la ciudad.
Para colmo encendía la tele y por todas partes Báez por todos los programas y las denuncias de violencia de género entre Santiago Bal y Barbarita Vélez. Como nunca veo Bailando por un Sueño, juro que no sabía quienes eran esta pareja. Pero me enganché mucho con el tema y pasée por todos los programas.
Descubrí que una gran fuente de violencia en nuestras vidas es la televisión. Sé que no es novedad, pero creo que es la primera vez que lo descubro en un sentido tan verdadero. Creo que desperté.
Las peleas dan rating. Mucho rating. Algunos noteros y conductores preguntan barbaridades, acosan verbalemente, le hacen decir al entrevistado lo que ellos quieren que diga y no paran hasta conseguirlo, descontextualizan, y esto es permanente, no hay filtros, códigos de ética ni protocolos que funcionen ni tácita ni legalmente para contener la violencia que ejercen ciertos programas sobre los "protagonistas". La excusa es que ellos buscan pantalla y que nosotros, los televidentes buscamos morbo. Ellos pueden elegir no ir al programa y nosotros podemos elegir cambiar de canal. O apagar la tele. Y lo hacemos, por supuesto.
Esto no evita que la energía violenta, que el código perverso de comunicación se esté produciendo. No es que si no lo vemos no está. Está y se produce, se reproduce, se multiplica, se viraliza y se expande.
Se extiende a la calle, a la conversación de café, a que ese vecino con el que te proponés discutir amablemente para pedirle que sus hijos adolescentes no te tiren cigarrillos a tu patio, te conteste tan pero tan mal -porque tal vez él no apagó la tele y quedo "cargado" o impregnado del espíritu de agresión- que no tengas más remedio que a la próxima juntar las colillas y pegarlas en una bolsita de celofán en el espejo del ascensor para que todos los vecinos compartan tu desagrado. Eso pasó en mi edificio, se imaginarán la escena. Pese al asco que me causó ver esa bolsita, entendí que tal vez a esta mujer no le quedaba otra.
Era domingo e inmediatamente después de esa mala impresión estaba subiéndome al auto para ir al club con mi familia. Ya era otro el paisaje. Las hojas amarillas que alfombraban la bicisenda que pasa por mi cuadra, el sol de frente, la autopista que ese día estaba tranquila y sentíamos que nos deslizábamos, las canciones, las infaltables de radio Disney que cantábamos a coro con los chicos y el Oeste, con sus quintas, el club y los amigos.
El martes fui al hotel Emperador a una presentación de Palabra de mujer, un libro testimonial de pacientes que conviven con cáncer de mama metastásico y que narro en Cuando cada minuto cuenta. Tema difícile, en lugar de lujo, las mujeres vestidas divinas como para una fiesta de quince, y algo de eso había. Era como una graduación. En el momento del lunch estuve conversando con Ana María Swistara,una de las mujeres que participó del libro, y con su hija. Pregúntenme cómo fue que de las diez protagonistas que estaban en el evento, se me ocurrió acercarme a ella y no sabría responder. La cuestión es que de todas ellas Ana es la que está más relacionada con las letras: es bibliotecaria y a partir de la enfermedad se puso a hacer talleres de narrativa porque en algún momento espera escribir una historia basada en su experiencia. Por supuesto quedamos en contacto y espero leer pronto ese libro.
A la tarde cuando llegué a casa salí a regar las plantas al balcón y ví que había salido un pequeño tomatito verde en una maceta. El experimento lo hizo mi hija Luli, que plantó unas semillas de tomate, de una rodaja de tomate de su plato y esperó pacientemente durante dos meses que saliera el brote, lo cuidó, lo regó, lo transplantó. Ella estaba segura de que tendríamos tomates en nuestro balcón. Yo dudaba. Ya no.
Coincidencias, encuentros, gente, historias y la vida llena de frutos y de color.
Esa es mi Buenos Aires.
Me cuentan cómo es la suya? Y si no se animan a escribir, les pido que elijan alguno de los poemas de Fervor o de cualquier otro libro, un texto, un pasaje que los inspire y que podamos compartir.
Espero que les guste la propuesta de hoy y recuerden que me pueden escribir directo a clubdelecturaohlala@gmail.com, @danielachueke
Cariños,