Conocé la comunidad que cuestiona los mandatos sobre la diversidad corporal
Cande Yatche Lidera @bellamentearg, una red de mujeres de apoyo y contención que pone en jaque los discursos dominantes.
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El secundario nos enseña y nos inspira. De esa etapa nos llevamos algunos de los momentos más memorables de nuestras vidas y una idea de lo que queremos para nuestro futuro. Pero el descubrimiento no siempre es fácil. A veces, simplemente terminamos entendiendo en quién queremos convertirnos por oposición. Algo así le pasó a Candela Yatche hace no demasiado tiempo. Ella, que ahora tiene 24 años, eligió el rumbo de su vida para sanar algunas de las heridas que dejó, en ella y en su entorno, esa etapa. Su principal herramienta de reparación es Bellamente, un proyecto que comenzó como una cuenta de Instagram orientada a desnaturalizar mandatos insostenibles sobre nuestra imagen corporal. Luego, se convirtió en un proyecto social que incluyó la construcción de una red de mujeres dispuesta a contenerse y apoyarse accionando sobre cuestiones como la ley de talles y la publicidad engañosa. Desde hace pocas semanas, Bellamente es, además, una fundación dedicada a la investigación, la comunicación y la educación sobre temáticas relacionadas a los trastornos alimenticios. ¿Cómo logró todo esto? ¿Cuál es su motor?
¿Es cierto que Bellamente nació una noche de inquietud?
Tome la decisión una noche puntual, es cierto, pero todo es la constancia, porque la decisión una puede tomarla un día y al otro abandonar todo. Es la constancia lo que hizo que creciera tanto el proyecto. Un trabajo sostenido de desafiar distintas barreras internas y externas para que se amplificara el mensaje.
¿Qué te tenía tan inquieta esa noche?
Creo que, a medida que fui creciendo y mirando para atrás, empecé a entender algunas cosas sobre mí y sobre cómo funcionaba mi entorno que me hicieron querer hacer algo respecto de todo lo que veía. Desde chica siempre miré las cosas de una forma diferente, pero no siempre me animé a decirlo en voz alta. Yo sabía que mi punto de vista me hacía distinta en ciertos entornos en los que la regla es, más bien, seguir una norma y no sobresalir.
¿Cómo era exactamente tu entorno?
Me crié en Núñez, Belgrano, Palermo, una zona bastante jodida en cuanto a exigencias de imagen corporal. Fui al ORT, un colegio muy grande en Núñez, y era una locura la presión social que había. Yo misma, en un momento, prioricé mucho agradar a la gente por mi estética y no por lo que era. De a poco me di cuenta de que no era algo aislado de mi colegio, sino que así es cómo funciona gran parte del mundo.
Y vos por entonces ya comenzabas a sospechar que eso estaba mal...
Mis pensamientos eran críticos, pero yo igual intentaba encajar. De hecho, era del grupo de “las divinas” porque ser canchera y tener buen cuerpo hacía que te quisieran. Pero todo era parte de un deseo enorme de ser aceptada. Ese deseo se expresaba, también, en otras cosas. A mí, por ejemplo, no me gustaba la música que escuchaban mis amigas, todas escuchaban lo mismo y yo iba con mis papás a ver rock, nada que ver. Pensaba distinto, pero reprimía lo que pensaba porque tenía miedo.
¿Cuál fue el límite de intentar encajar?
El último año del secundario empecé a ver claramente que había cosas que estaban mal, aunque, como dije, yo también las hacía. En mi colegio hay una tradición: a la fiesta de egresados las mujeres vamos prácticamente en bombacha y corpiño, lo más desnudas posibles. Y para llegar a esa fiesta, las mujeres nos preparamos todo el año. El ritual que se hacía hacía años en el colegio era, básicamente, hacer dieta. De hecho, hace unos días una amiga encontró el almanaque en el que contábamos los días que faltaban para la fiesta. La pregunta que hacíamos en el almanaque era: “¿Vos querés ser la más gorda de la fiesta?”. Una locura cómo teníamos la gordofobia tan internalizada.
¿Los profesores sabían de esta tradición?
¡Todos lo sabían! Los padres y las madres también. De hecho, yo después lo tuve que trabajar con mi mamá y mi papá este tema. Los adultos creen que esos comportamientos son una etapa, pero, para muchas chicas, esto no pasa, esto deja marcas que se arrastran de por vida.
¿Por dónde empieza tu trabajo de revisión?
Después de la fiesta de egresados yo tuve un duelo muy difícil. Falleció mi primo y ese duelo fue un despertar para mí porque empecé a valorar completamente otras cosas en la vida. Además, en ese mismo momento, dos compañeras arrancaron un tratamiento por trastornos de la conducta alimentaria y eso me despertó especial curiosidad. Para mí fue muy impactante encontrar que son trastornos que tienen factores socioculturales. Si te agarra una enfermedad que tiene que ver con algo genético es una cosa, pero otra cosa muy distinta es cuando te enferma tu entorno, la gente que se supone que te quiere y te cuida. Y es fuerte ver hasta qué punto nadie trabaja para corregir eso.
¿Ahí nace tu vocación?
Ahí decido estudiar y orientarme a la psicología para focalizarme puntualmente en trabajar en la prevención de trastornos alimenticios. Cuando arranqué mi camino y empecé a repensar cosas que estaban establecidas para mí, tuve que trabajar primero con mi familia. Como todos, ellos tenían pensamientos instalados que no me hacían bien.
Por ejemplo...
Mi papá es triatleta, por lo cual tengo una concepción del cuerpo muy hegemónica. Él hace triatlón por pasión, no lo hace por su cuerpo, pero tiene un lomazo y un nivel de exigencia que se trasladaba, sin querer, a los cuerpos de los otros. Él siempre ponía el ojo en otros y quizá tiraba algún comentario sobre ellos. En mi familia, como en la de casi todos, estaba totalmente naturalizado tirar comentarios del cuerpo de otro. Todo eso lleva a construir un ambiente de presión a nivel corporal y estético, que repercute en tus acciones.
La típica era pasarte la planchita todos los días...
Ese es un buen ejemplo. Yo me alisaba todo el tiempo el pelo porque tener ondas me molestaba. Quería el pelo lacio, como se ve en todas las imágenes que nos rodean. Después me di cuenta de que la esclavitud de la planchita no era algo que yo elegía porque me gustaba a mí. Y si yo me sentía mal por tener ondas, ¿qué le pasaba a las mujeres de otras razas y otros estilos de pelo? Empecé a investigar y terminé descubriendo movimientos muy importantes alrededor de eso.
¿Qué se nos juega a las mujeres con esto de tener un cuerpo tan puntual en nuestra cabeza?
Vivimos pendientes de esa imagen que nos trae insatisfacción porque eso le es funcional a mucha gente. Hay un juego que es constante y es cíclico, porque cuando sos chica te pasa con la panza chata o con los rulos, cuando sos más grande, con las arrugas. Todo el tiempo tenés que ir en contra de lo que sos. Con Dove hicimos capacitaciones en 11 provincias justo antes de la pandemia, y eran llamativas las cosas que se sumaban a estas listas de exigencias.
¿En Argentina esto es más fuerte que en otros lados?
Sí, de hecho, hay estudios que señalan que este es uno de los países en que mayor presión le ponemos a la imagen, femenina sobre todo. Los comentarios del estilo “esta parece un matambre” o reírnos de los cuerpos ajenos son parte de nuestra cultura, están muy arraigados.
¿Tenías idea de que iba a tener tanta repercusión lo que hacés y que ibas a crear una comunidad?
No tenía idea de nada, y me llamó la atención lo rápido que escaló. Hay cosas tristes, muchas, pero también hay cosas que nos ponen muy felices. Personas que nos cuentan que a los 40 años lograron ponerse una malla o que se animaron a desnudarse frente a otro sin sentirse mal. Por eso hay que seguir construyendo contextos saludables.
¿Cómo sigue Bellamente?
Desde hace dos semanas nos convertimos en fundación y estamos trabajando en proyectos de investigación, comunicación y educación. Actualmente la educación relacionada a la prevención de Trastornos Alimenticios forma parte del programa de la Ley de Educación Sexual Integral, pero como no se implementa, es difícil llevarlo adelante. Hay mucho trabajo por hacer, pero lo importante es que ya empezamos. •
¿Cómo contactarla? Para conocer su trabajo, entrá a www.bellamente.org o seguila en @bellamentearg.
Las fotos de esta nota no presentan distorsión digital.
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