Con vista a los Himalaya
Después de recorrer los 93 kilómetros que separan el aeropuerto internacional serpenteando el río Tsangpo (aguas abajo Brahmaputra), se arriba a Lhasa (Trono de Dios), que a 3680 metros hace honor a su nombre. Esta capital, antes denominada Luosuo, emplazada en el valle del río Kyichu y cercada por montañas, presenta un trazado con amplias y arboladas avenidas.
A poco de familiarizarse con la ciudad sagrada para el lamaísmo, se intuye la notoria disparidad cultural con todo lo que huele a occidental. Del mismo modo que se vislumbra el símbolo incuestionable de la remota Lhasa, el legendario Palacio Potala (del sánscrito Potalaka), monolítica construcción de 360.000 m2, 370 m de longitud, 13 plantas y 117 m de altura, asentado sobre una colina.
El colosal complejo atesora valiosas reliquias de los Supremos Lamas, bibliotecas, aposentos de oración decorados con coloridas tangkas; colgantes de pared decorados a mano evocando escenas de la vida de Buda, y stupas funerarias que guardan los restos de los sucesivos Dalai Lama (Glorioso Rey).
En los laberínticos pasillos reina una atmósfera impregnada de misticismo que, aunque sensorialmente excitante, obliga a un pausado ascenso por angostas escaleras densamente transitadas. No sólo por el esfuerzo físico por la altura ni por el humo de cirios y sahumerios que tornan insuficiente la dosis normal de oxígeno, sino que además el penumbroso ambiente genera un agobio psicológico de tardía asimilación.
Finalmente, al acceder a la azotea, toda carga interior y fatiga parecen disiparse con la visión de fondo que ofrece la inmaculada nobleza del Himalaya envolviendo a Lhasa, más allá de haber alcanzado lo más alto del mítico Potala, el monumento religioso y cultural más importante del Techo del Mundo. Es innegable que los tibetanos defienden y se aferran a su cultura como pocos pueblos. Sus vidas son simples, regidas por los tiempos de la naturaleza y por una filosofía casi extinguida de amor y compasión.
Tíbet, al igual que la India, engendra pasiones extremas: amores y odios. Hay quienes lo conceptualizan como feudo teocrático retrógrado y atrasado; para otros, en cambio, es Sangrilá, tierra de paz y sabiduría por excelencia.
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