Con niños siempre es un viaje a lo desconocido
Hay una única respuesta correcta a la pregunta de adónde ir con los chicos: a cualquier lado. Poco importa el lugar del mundo al que se elija viajar, porque nuestra experiencia en él quedará signada por esos pequeños desbaratadores de horarios, paciencia, certezas y humores. De los buenos y de los malos.
Por ejemplo, quien anticipe un verano de atardeceres de La Mansa caminando de la mano sobre la arena mojada hasta bien entrada la noche, tal vez regrese de Uruguay luego de ver todos los amaneceres de La Brava que le depararon bebes madrugadores, adolescentes noctámbulos o ambos. ¿Y el ocaso? Lo verá en una postal de Casapueblo, porque a esa hora estaba preparando papilla o surtiendo la despensa de la voracidad juvenil que da la playa y la propia juventud.
Libros que vuelven sin haber sido leídos, ambiciosos planes incumplidos y la necesidad de descansar del descanso son algunas huellas reconocibles de un viaje familiar.
Pero sus gratificaciones superan cualquier desilusión porque vuelven en la valija recuerdos imborrables y el tiempo precioso de estrechar lazos. Es cierto que también traemos piedras y cachivaches inservibles que al llegar agigantan su valor sentimental y sobrevivirán... hasta la siguiente mudanza.
Así que en el momento de pensar un viaje con niños, además de ocuparse de minucias como el destino, el traslado, el alojamiento y los circuitos turísticos, habrá que tomarse el tiempo para considerar otros asuntos de los que depende el éxito del viaje mucho más que del clima. Y para los que no hay ni agentes de viajes ni meteorólogos.
Preparar un plan siempre será útil para no perder el tiempo y evitar visitar un museo el único día de la semana que está cerrado, por ejemplo. Una vez que se ha hecho el listado, hay que dividirlo por la mitad. Lo que quedó en la segunda parte, seguramente jamás se hará, así que una buena opción es empezar por lo que realmente uno no quiere dejar de hacer.
Pensar que por sólo cambiar el ambiente hará que un niño tímido soporte sin gruñir una colonia de vacaciones, un aficionado a las pantallas sea feliz haciendo deporte el día entero o un bolichero se contente con mirar la luna noche tras noche es sumar una cuota extra de estrés. Lo harán y aprenderán, pero hay que considerar un tiempo de adaptación, que puede llegar a ser equivalente al propio tiempo de vacaciones. Qué placer haber estado una semana sin señal, hemos escuchado luego de acampar siete noches entre adolescentes que contemplaban desoladas sus celulares yertos.
Salir de la rutina implica darse gustos no habituales. Esa licencia multiplicada por cada miembro de una familia puede convertirse en un presupuesto considerable, por lo que no hay que abandonar el minucioso registro de gastos.
Es preferible integrar desde el principio a la dieta infantil las comidas sanas a las que estén acostumbrados, si no se empezarán a sentir mal aunque sigan pidiendo hamburguesa con papas fritas para el desayuno.
Es mucho más fácil viajar con poco, aunque viajen muchos. Debería existir una profesión que asesore a los neófitos a cargar lo mínimo sin sufrir un desgarro emocional o algún tipo de inseguridad vital.
El juego listo
Además, los largos traslados y las esperas demandan una batería de recursos, a saber: papel y lápiz, libros, música variada en estilo y época, juguetes para entregar dosificados según el tiempo previsto, almuerzo o merienda preparada in situ (en el auto, en la parada, no importa), ya que es parte del entretenimiento.
Cuando se viaja en auto con chicos, no hay que dejar que el tanque de combustible decida cuál es el momento y el lugar para detenerse. Lo que indica el sitio de parada, como saben todas las madres, es el estado de los baños.
El criterio con que se administrarán los lapsos y horarios de uso de dispositivos electrónicos y pantallas de todo tipo y tamaño. De lo contrario se convertirá en una negociación permanente que se llevará parte de las energías dispuestas a pasar buenos momentos.
El campo en la región pampeana es chato y verde, el desierto es hosco, la playa ventosa y la montaña espinosa. Y todos esos sitios son más distantes, silenciosos y estáticos de lo que los chicos esperan. Ni hablar de los museos. Mejor no forzar demasiado las cosas, un poco de frustración y aburrimiento no hace mal a nadie, y quién sabe qué puede surgir en esos momentos.
Cuando se viaja con muchos chicos uno convierte a los ocasionales vecinos de asiento, de habitación o de mesa en tolerantes cómplices o en potenciales agresores. Intente generar alianzas antes de que los primeros se conviertan en los segundos.
Contagiarles el amor a viajar, que no es más que alejarse movido por la curiosidad de saber cómo son las personas y uno mismo desde otro lugar.
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