“¿Cómo nadie me avisó?”. 8 decisiones que terminaron siendo un error
Hay cosas que nos toca vivir y que una vez experimentadas, no disparan la pregunta: ¿no me lo podrían haber advertido? Te invitamos a reirte un poco de eso.
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Que el platinado no se invierte
Tuviste una idea fabulosa: un cambio radical de look que iba a iluminarte la cara: peluca nueva, vida nueva. ¿Por qué no animarse a ese platinado rabioso que siempre quisiste? ¿Y por qué no mirar unos tutoriales en YouTube y poner manos a la obra? La aventura de la melena rubia se convirtió, así, en un pelo de escobillón que necesitó de un profesional para el rescate. No solo no te ahorraste la visita a la pelu, sino que ¡tuviste que pagar el doble!: corte, color y baño de crema.
Que ya no da remar en dulce de leche
¿Cuánto tiempo pasaste sosteniendo esa relación que no iba? ¿Meses intentando planes para no aburrirse? ¿Te pusiste a sacar la cuenta de cuántas comidas con sus amigos que te parecían un plomo te bancaste para autoconvencerte de que estaban hechos el uno para el otro? Y todo eso para finalmente decidir separarte y, en vez de hundirte en un bajonazo, encontrarte radiante y dando matches en Tinder a diestra y siniestra. Ya conocemos el refrán: mejor sola que mal acompañada.
Que las vacaciones con los suegros ¡no van!
Ellos invitaron, vos no tenías planes para el verano y, bueno, una cosa llevó a la otra y terminaste una quincena conviviendo con tus suegros. Donde creías que ibas a tener descanso y relax, encontraste todo lo contrario. Una agenda de actividades planeadas con anticipación a las que no te podés oponer, y tu pareja y las dinámicas familiares en primer plano: volvió al modo niño rebelde de mamá. ¡SOCORRO!
Que la Rosalía no lava los platos
A veces, mirar muchas redes sociales nos da ideas que es mejor no tener. Quizá la primera vez que viste esas uñas acrílicas larguísimas te parecieron horrorosas, pero con el paso de las stories te entraron las ganas y un día fuiste a hacerte las manos y te decidiste: ya fue, te mandaste con las uñas de Kim Kardashian. Claro que Kim no tiene tu misma agenda: no tiene que abrir una lata de choclo, rescatar la SUBE del fondo de la cartera o ponerse lentes de contacto. ¡Y se ve que tampoco usa copita!
Que confiara mucho más en mi intuición
Esa persona de la que desconfiabas, esa sensación antes de hacer esa compra, ese trabajo que no te gustaba. Todas esas veces en las que te dijiste a vos misma “¡yo sabía!”. En definitiva, la enseñanza que a todas nos hubiese gustado saber mucho tiempo antes es: confiá en vos.
Que ese tatuaje, sin dudas, iba a pasar de moda
Hubo una época en la que Garfield era lo más, el pollito Tweety era el epítome de la ternura y Los Piojos, la banda del momento. Entraste a la casa de tatuajes y ahora estás dudando entre tapar la frase “tan solo” o someter a Piolín a un tratamiento dolorosísimo de miles de sesiones para que se convierta en una cicatriz no muy linda. Moraleja: pensá dos veces antes de hacer algo que dure tanto tiempo.
Que el camping después de los 30 es un ¡no!
Conexión con la naturaleza, allá vamos. Cargaste la carpa, la bolsa de dormir, te calzaste los zapatos de trekking y te entregaste a la experiencia. Todo bien con mirar las estrellas antes de dormir, pero a la mañana tuviste que tomar cinco analgésicos porque te quedaste dura, y todavía tenés que desarmar la carpa, guardar todo y explicar por qué te vas del camping (por suerte, hoy con una app en dos patadas encontrás un hotel con spa que ofrece masajes).
Que tomar mucho sol es una muy mala idea
Si fuiste adolescente en los 90 o los tempranos 2000, nadie te lo avisó, seguro. Porque nada estaba más de moda que untarse con dudoso aceite bronceador y lagartear al sol como si no hubiese un mañana ¿El resultado? Todavía estás haciendo sesiones de luz pulsada para borrar las marquitas de esos veranos rebeldes en los que el objetivo era quedar color Luismi.
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