Cómo estar siempre en otra parte
Es un viaje que no cesa, mi vida. Como el rayo de Miguel Hernández. Soy el protagonista justo para esta sección, lo que el lunfardaje entrerriano llama un c... de mal asiento.
En esta actual década ajetreada de mi vida he alcanzado el ideal heideggeriano Eseop, o sea, Estar-siempre-en-otra-parte.
Heidegger fue un filósofo alemán que estuvo de novio con Hannah Arendt. Eseop es una estrategia que te permite esquivar vernissages , inauguraciones de restaurantes, presentaciones de libros y bautizos de nenitos, todas cosas que lo distraen a uno de hacer lo que realmente importa.
"En la Terracina tengo una casa sobre la bahía, donde cada tanto me encierro para escribir tranquilo", me dijo el mes último en París Angelo Sassari.
Sassari es pintón como Mallmann, flaco, ojos azules, fuma Davidoff número 2 y hace en Roma lo que yo en Buenos Aires: escribir sobre vinos. La Terracina está a unos ciento y pico kilómetros de Roma, por la A2. "Yo una semana sí y una semana no hago lo mismo en un lugar llamado La Cumbre", le digo.
Y un buen rato después para agarrarlo con la guardia baja, le hago saber a Sassari que La Cumbre, Córdoba, queda a 1000 kilómetros de mis oficinas en Buenos Aires.
Me mira incrédulo. Quiero decir: no me cree. Y tiene razón, no le dije toda la verdad. Entre esa semana sí y la otra no, con frecuencia viajo unos días a Mendoza, para probar vinos con Walter Bressia, Mariano Di Paola, Antonio Mas y otros wine makers precordilleranos.
Paseo por bodegas
Tomamos Chardonnay de Tupungato, Malbec de Luján y Syrah de Vistalba, este último cada vez más voluptuoso. Mendoza queda más lejos, casi 2000 kilómetros.
"Nadie sabe nunca donde encontrarte", me rezonga por e-mail mi amiga María Laura, la goddess que maneja todo el hotel Alvear.
Hace un mes yo estaba en Valladolid con Manuel Mas explorando la famosa bodega Vega Sicilia, y después volé a París, cosa de encontrarme con Angelo Sassari y desconcertarlo un poquito.
El mundo es cada vez más chico, más lleno de cosas raras, le explico a María Laura. El Syrah de Vistalba, por ejemplo, les atrasa el mes a las lugareñas. "Además de no estar en ninguna parte te la pasás inventando cosas", contesta ella. Lo segundo es cierto, para eso estamos los escritores; lo primero no. Siempre estoy en algún lugar bien concreto. Será Eseop, pero existe.
Sombreros de tweed
Mi refugio en las afueras de La Cumbre tiene colinas bajas, boscajes y arroyuelos, parece Berkshire o cuantimás Worcester, de donde viene la famosa salsa.
Muy inglés rural, viejitos con sombreros de tweed , bastón y una viejita al lado que pasan caminando frente a mi casa conversando para adentro, estilo como quien suspira.
Todos fueron o pudieron haber sido personajes de Graham Greene. Lástima el lugareño cetrino que viene atrás montado en equino zonal de cabeza desproporcionada.
El caballo no relincha,sino que rebuzna y emite cuescos de gran resonancia. Rompe la atmosphére , este cetrino. Al atardecer voy al pub de La Cumbre y tomo impecables batidos de Campari con mis amigos Gerardo Rojas, de la Banque Nationales de Paris, y Charlie Grünig que parece suizo, pero se afeita salteado.
Los batidos los prepara El Barba, poniéndoles algo que al menor descuido te mama.
"Vas en avión, por supuesto", descuenta el jurisconsulto Alberto Zuppi. "No, en avión voy a Valladolid porque no me queda más remedio. A La Cumbre viajo en El Dorado, un omnibus cama".
Mucho más cómodo y hay una azafata de piernas larguísimas que le pone un excitante touch erotique al itinerario. Las piernas parecen salirle de las clavículas. "Bueno, entonces te llamo a tu casa de La Cumbre", me anuncia Zuppi. "No -le contesto-. "Esta semana voy a Chile para comer piures con el chef Coco Pacheco." Totalmente Eseop. Es la variante definitivamente más avispada.
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