Si en una manta o un suéter encontrás una etiqueta con el nombre de la tejedora, el material y la técnica que usó, tenés entre las manos un objeto tan valioso que su impacto va más allá de lo económico, de la moda o lo que sea; es una prueba concreta de que está creciendo un modelo mejor de producción y consumo, que pone en el centro a la gente y la tierra. Que es sostenible en serio.
Cada prenda artesanal y a la vez con diseño, de esas que ahora vemos en las pasarelas y en las tiendas cool, hace un recorrido único, pero hay puntos en común que explican su éxito. Empezando por entender el éxito como un esfuerzo o un sueño colectivo.
Hace más de diez años que los habitantes de la Puna, que desde tiempos de los incas crían llamas, vicuñas y ovejas a escala doméstica, formaron la Asociación Warmi Sayajsunqo ("mujer perseverante", en quechua), coordinada por la líder colla Rosario Quispe. Un animal que es cuidado por una familia se esquila una vez al año –desde que llega el calor hasta marzo, para darle tiempo al pelo a crecer para el invierno–, en forma manual, con una especie de afeitadora. Las warmis, que hoy nuclean a 3000 familias de 90 comunidades, se ocupan de recorrer el Altiplano acopiando los bolsones de los pequeños productores dispersos por cerros y parajes. Una vez que tienen el volumen suficiente, los cargan en un camión y los trasladan 230 kilómetros hasta la hilandería de San Salvador de Jujuy. Las mujeres, organizadas con su propio sistema, consensúan todo, por ejemplo, el precio al que van a venderle el kilo de fibra de llama a la hilandería. Este modelo de negocio, que probablemente sea único, tiene ADN de comercio justo, empresa B –las que operan bajo altos estándares sociales, ambientales y de transparencia– y todo lo que proclaman las nuevas economías del milenio.
Crear redes de valor
Otro sueño colectivo de mujeres tejedoras fue el que, hace 15 años, dio origen a la primera cooperativa textil del Gran Chaco: hoy son más de dos mil artesanas wichí, que trabajan el chaguar, una fibra vegetal –una bromelia carnosa, parecida al aloe vera–, única de la zona.La recolectan en el monte, separan las hojas y las machacan hasta obtener las fibras, como hilos, que dejan secar al sol. Después se las ponen sobre el regazo y hacen un movimiento circular con las manos para enrollarlas. Cada artesana llega a un grosor distinto de hilo; elige sus tintes –cortezas, yerba, frutos, carbón–, que hierve para luego sumergirlos, y decide en qué punto va a tejer.
En la hilandería de Jujuy que ahora se llama Warmi, el proceso de la lana es semiartesanal. Primero se hace una clasificación manual y recién después se pasa a las máquinas que abren la fibra de llama o el vellón de oveja y los oxigenan para que caiga toda la tierra (pensá que la esquila se barre del suelo, y mientras más se compacte en los bolsones, mejor, para aprovechar el camión). Después se lava en piletones, a mano, con agua y detergente, y se seca al sol.
La fibra limpia es como un gran copo de algodón. Así entra a la carda, el corazón de la hilandería, y sale la primera mecha larga, que se llama top; esto se peina, se suaviza, se convierte en la lana que conocemos y, al final, se va al telar. Cuando el tejido está listo, se lava, se hace un control de calidad y se confecciona. Todas las terminaciones se hacen a mano.
Tender más puentes
El último tramo de esta historia, o de este texto (textum es "tejido" en latín), sucede en la ciudad de Buenos Aires, donde un conglomerado creciente de personas y organizaciones van formando parte del mismo ecosistema. En pleno Palermo, te encontrás con emprendimientos que son socios, en sentido legal y/o en los sueños, de las comunidades que producen en los territorios y que, además de comercializar sus prendas, trabajan en red con ellas, consiguen que haya wifi en lugares inverosímiles, les enseñan a las mujeres a hacer presupuestos en Excel, las conectan con los diseñadores. Que son quienes suben estos tejidos a esas pasarelas donde todos los vemos (Martín Churba, Alejandra Gotelli, Jazmín Chebar, Maydi, Clara de la Torre, Marcelo Senra, entre otros), los reinterpretan, y en definitiva terminan de instalar lo cultural en la tendencia.
Entonces, cuando en un suéter o una manta ves la etiquetita con el nombre de la artesana, cómo y dónde trabajó ese material –lo que las economías modernas llaman trazabilidad, o poder desandar cada paso desde un producto terminado hasta su nacimiento–, te vinculás distinto como consumidora, tomás conciencia de que estás contribuyendo de una manera muy concreta con esa forma mejor de hacer las cosas. Crear conciencia es la otra punta clave para un mundo más sustentable, a lo mejor la más importante de todas.
Las más apreciadas
La Argentina es uno de los mayores productores de lanas de alta calidad, aunque el gran desafío es exportar valor agregado, en vez de materia prima cruda. En la familia de los camélidos, ganan la vicuña, la fibra más costosa del planeta; el guanaco, la alpaca y la llama. Entre las ovejas, está la famosa lana merino de la Patagonia. La mejor lana, sin embargo, es orgánica: se hace bajo normas internacionales que certifican buenas prácticas de crianza y respeto por los suelos. Lleva el sello "Responsible Wool Standard".
Expertos consultados: Gastón Arostegui. Gerente de Hilandería Warmi. María Delicia Abdala Zolezzi. Diseñadora de moda (Maydi). Luisa Weber. Coordinadora general de Matriarca.
Agradecemos a Maydi AZ y Matriarca por su colaboración en esta nota.
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