Cinco razones para volver a Barcelona
El circuito clásico se amplía: restós de moda, trekkings junto al mar, de ronda por Poble-Sec, bares con buenas vistas y Gaudí para melómanos
Barcelona tiene por costumbre devolver como embajadores de su causa a una mayoría de turistas que la visitan. Hay razones de peso para justificar su fe, reales como imaginarias, ornamentadas por los recuerdos y debidamente acreditadas antes de hacer las valijas.
La alta gastronomía persevera como una de las mejores del globo y la escala de la ciudad es llevadera, el clima es un aliado, a diferencia de otras urbes europeas de igual poder de convocatoria. La custodia de las montañas y el mar Mediterráneo embellecen cualquier postal. Las atracciones de feria sobrecargan el calendario y a los festivales que suelen programar en sus escenarios artistas curtidos en el riesgo y refractarios a las luces del estadio la apuesta les sale a cuenta. Nada morigera la impresión de los recién llegados. Ni siquiera los carteles de Tourists go home, desparramados en los barrios con tendencia irrevocable por la gentrificación.
El verano de 2016, como el año pasado, el precedente y todos los que se vengan encima, apiña en bares y playas del centro, en museos y shoppings, a vecinos celosos de su terruño junto a cuadrillas de guiris, el apelativo que designa a los turistas anglosajones y que hoy alcanza a los visitantes extranjeros sin distinción, engalanados en bermuda y gorra, sedientos de verbena y emancipación.
Los números recalientan la atmósfera. De los setenta y dos millones de viajeros que llegarán a España este año según datos oficiales, aproximadamente nueve millones pasearán sus chancletas por las Ramblas y los intramuros del Gótico. Para gustos, colores, pero la ciudad también dispone de propuestas para revalidar sus méritos más allá de sus clásicos para sobreponerse a la oferta de paellas de utilería con traducción al ruso.
1- Gaudí de noche
La Pedrera, Casa Batlló y Palau Güell
Los 30 grados que sobrevuelan Barcelona durante más de dos meses habilitan la necesidad de orientar las salidas hacia aquellos lugares que permitan el goce de sus reliquias sin tener que desfallecer en el empeño.
El verano apura una ruta de miradores desde diversas instituciones culturales, privadas u oficiales, para contemplar las diversas estampas de la ciudad modernista de hormigón y piedra caliza. Los edificios de Gaudí, como La Pedrera y la Casa Battló, mecas del legado del genio de Reus, abren sus terrazas que le suman una coartada a su acervo permanente.
La terraza de La Pedrera, para el caso, abre sus puertas como escenario de conciertos de jazz de todos los fines de semana hasta el 10 de septiembre. El paquete incluye show, una copa de cava y la posibilidad de franquear el Espai Gaudí. El desván estructurado por 270 arcos catenarios dedica una exposición al maestro con maquetas y planos, objetos, fotografías y videos. Los conciertos se celebran en la azotea con vistas al tradicional paseo de Gràcia.
Hasta el 24 de septiembre, mientras tanto, la Casa Batlló reporta a los visitantes el Terrat del Drac, de miércoles a sábado, a partir de las 21. La terraza del otro edificio de Gaudí declarado Patrimonio Mundial por la Unesco, programa la sexta edición de las Nits Màgiques, con recitales de guitarra española, conciertos de soul y pop.
El Palau Güell no se queda atrás a la hora de sacar a pasar la herencia del mayor artista de la ciudad. Del 7 de julio al 18 de agosto, el palacio que revista como sede primigenia de la arquitectura de Gaudí, propone una incursión nocturna por sus salones y un concierto amenizado copa y tapas en la terraza.
La Pedrera (Paseo de Gràcia, 92)
Casa Battló (Passeig de Gràcia, 43)
Palau Güell (Carrer Nou de la Rambla, 3-5)
2- La ruta del vermut
Poble-Sec
La radicación de bodegas durante el siglo XX -la era anterior a Messi- le valió al barrio el mote irónico de Poble-Sec (Pueblo Seco), heredado desde entonces como nombre oficial. Durante muchos años, el barrio también escribió la historia libertina de la ciudad, con legendarios cabarets como El Molino y el porno surrealista de Bagdad. Para continuar con la leyenda de origen, sus calles agrupan bares para conformar la más genuina ruta del vermut, que como en la Argentina, vive su renacimiento a base de un cóctel compuesto por la confluencia de extraordinarios caldos de grifo (de barril), tabernas castizas de reliquia y un runrún de hipsterismo como etiqueta oficial de cualquier novedad.
En la calle Blai sobresale La Churre, que abrió sus puertas hace más de medio siglo para expender, como hoy, churros, cortezas de trigo y patatas bravas, amenizadas con cerveza tirada y un mítico Izaguirre. Enfrente se encarama el pequeño reducto La Tieta, con pies de cerdo con alubias y vermut rojo casero para enfrentar más tarde una cena con hidalguía.
El Bar Darling le hace sombra a media cuadra, con sus conservas de chipirones y los extraordinarios bocadillos de jamón canario. El Celler Cal Marino, por la vecina calle Margarit, ofrece repertorio para amenizar los aperitivos, con ahumados artesanos y alquimias de bebidas sacadas del arcón de los abuelos.
Si alguno merece la visita puntual por los rigores del fixture vacacional es el Quimet i Quimet, alta gastronomía para escarbadientes abierta desde 1914. Galletas con foie, montaditos, manchegos de pedigrí. Todo con cerveza artesanal y vermuts propios que abroquelan al viajero en la mínima barra. La horchatería Sirvent (Parlament, 56) bien vale como sobremesa hasta nuevo aviso.
Quimet i Quimet (Poeta Cabanyes 25, Poble-Sec )
3- Playa de Altafulla
Senderos al mar
Desde la ciudad en tren o en coche, en menos de una hora de trayecto se llega al pueblo de Altafulla, desde donde se abren senderos para viandantes que atraviesan bosques elevados que emergen sobre acantilados y calas de otro mundo, algunas de vocación nudista.
Dentro del entorno de la Costa Daurada, el camino de ronda entre Tarragona y Altafulla es apto para cultores del trekking y curiosos con paciencia de pioneros y sed de aventura.
Estos itinerarios se establecieron entre los pueblos de la costa para optimizar el comercio y delimitar fronteras de las propiedades, pero es fácil perderse, lo que le añade su punto de épica a la travesía de cualquier urbanita.
En Playa Larga se inicia la ruta que irá serpenteando por las huellas de la época romana que legó la antigua capital de Tarraco hasta llegar la Playa Waikiki, uno de las riberas salvajes de la jurisdicción. La ruta de senderismo continúa cerca del borde del acantilado que ofrece el abrigo de sus miradores naturales, que evocan tantos canteras como embarcaderos de la época de Escipión.
De vuelta en el pueblo de Altafulla, hay dos playas escoltadas por casas blancas y un sendero en dirección a Torredembarra que desemboca en la playa del Canyadell, una cala que servirá para dirimir luego qué hacer de ahí en más con nuestras vidas.
En Altafulla queda por ver el patrimonio medieval de la villa cerrada, la villa romana de Els Munts, el paseo marítimo. Un paseo íntimo y revelador, lejos del tráfico de microcentro de la bristoliana Barceloneta y afines.
4- El Raval, en el mapa
Restaurante Ofis
El barrio del Raval detenta el cacareado carácter canalla de la Barcelona preolímpica. Su padrón contiene a siks, magrebíes, latinos, okupas, charnegos -hijos de la emigración andaluza y murciana de los sesenta- de procedencias abisales, que el devenir del hambre y de la historia los puso a orbitar en el mismo consorcio sin medianeras.
Hasta hace unos años sus callejuelas eran territorio privativo de cafiolos, dealers, yonkis y prostitutas subsaharianas. Hoy luce charratera de barrio con glamour de orilla, con cada vez más oferta de ocio y servicios.
Entre otras razones, por apuestas como las del Sifó, un bar mítico que durante más de una década logró derribar los muros del gheto. Hace tres años, a la par de la apertura de la nueva Filmoteca, sus dueños estrenaron Ofis, el restaurante que completa un ciclo de proyectos con blasón de brasas de alta escala que flamearon por caterings y festivales. Snoopy Dog mandó a sus patovicas a pedirles sus célebres raciones de alitas de pollo. El lacónico pianista Keith Jarret les dejó una misiva: Just great. Hoy luce el prestigio de ser el mejor menú de mediodía y uno de los secretos gastronómicos, según la revista Time Out, de una ciudad que se precia de coleccionarlos. Los argentinos Jorge Runnacles y Pablo Antico llevan adelante una propuesta de platillos de fantasía, donde nada es standard, salvo la belleza de los maridajes: ensalada de pulpo, pomelo y Mirrin, el wafle de queso Ideazabal con una crema de pollo asado, el tuétano al horno de ternera con salsa criolla, el lechón tostado con alioli de ajo asado. Nobleza de arrabal que le planta cara a los mejores.
Ofis. Carrer d'Espalter, 4, Raval.
5- Terrazas de hoteles
Altas vistas
Lo que empezó como una apuesta corporativa entró en los últimos seis veranos en fase de cita obligada para barceloneses de carnet y por adopción. Más de sesenta hoteles desperdigados por la ciudad abren sus puertas a todos los vecinos y turistas que pueden gozar como cualquier huésped de sus coctelería & tapas con acceso directo al mar, a la montaña o a cualquier punto cardinal del skyline de la Condal.
El programa de puertas abiertas tiene sus propias selecciones a la carta. Copas con vistas, para disfrutar de la hora del crepúsculo desde Montjuïc (Barcelona Plaza), el barrio del Ensanche (Ohla Example), el Puerto Viejo (The Serras) o Barceloneta (Terrasa Atic).
Otros se ofrecen como Oasis de Ciudad, con predicamento por el diseño de jardines e interiores balsámicos, como en Poble Nou (Hilton Diagonal Mar) o en Pedralbes (Hotel Fairmon Rey Juan Carlos).
En las afueras de la metrópolis, en la montaña del Tibidabo, el Gran Hotel La Florida ofrece su encanto monumental para atisbar una panorámica privilegiada del mar y la ciudad que lo circunda. Lo hace desde 1924 y siempre deslumbra.
Cerca de allí, el centenario Observatorio Fabra se cuela en calendario estival con sus Cenas con estrellas, oportunidad para maridar gastronomía con querencias científicas. Con una copa en la mano y la mirada absorta, los científicos reconducen el foco del viajero hacia aquello que está a su alcance. Con una copa en la mano no es mal plan.
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