Cinco buenas razones para viajar a Puerto Madryn
La ciudad de las ballenas también ofrece bucear con lobos marinos, una gastronomía a base de pescados y mariscos, alojamiento de primer nivel, un museo dedicado al mar y hasta la posibilidad de hacer turismo rural
PUERTO MADRYN.– El largo muelle se interna profundamente en el mar y la ciudad se dibuja nítida sobre las costas del Golfo Nuevo, festoneado por la extensa playa donde las gaviotas planean sobre su orilla. Con el particular encanto de una postal portuaria, Puerto Madryn aporta su costado ciudadano sobre las dos avenidas paralelas que acompañan el dibujo de la costa, donde hay bancos, negocios de ropa de marca, muchos de suvenires, hoteles, restaurantes y especialmente una serie de cafés desde donde disfrutar del amplio panorama del golfo.
Es el punto de partida de excursiones para conocer, entre otras tantas especies marinas, las fabulosas ballenas australes en Península Valdés y la pingüinera de Punta Tombo, dos puntuales visitantes de estos sitios cada año, así como los pueblos que la comunidad galesa sembró en la región desde 1885. En Dolavon, Trevelin o Gaiman podrán sumergirse en su cultura, presente en sus tradiciones como el idioma, la religión y la pastelería, que se degusta en las típicas casa de té. A continuación, cinco buenas razones para darse una vuelta por Madryn.
1. Bucear con lobos
"No es necesaria ninguna experiencia previa ni siquiera saber nadar", asegura Marcelo Gutiérrez Corral en Lobo Larsen, uno de los sitios que ofrecen sumergirse en las transparentes aguas del golfo. El experimentado buzo, un nativo de Madryn, junto a Cecilia y Francisco, que recalaron en la ciudad chubutense para seguir explorando las maravillas que esconde el fondo del mar, son los encargados de llevar a los turistas hasta la lobería de Punta Loma, previa ceremonia de ser enfundados de pies a cabeza en neoprene, que no sólo asegura una perfecta flotación, sino que protege además de las frías aguas.
La excursión se inicia con una clase del instructor en la lancha, que en un corto viaje cruza las aguas del golfo y fondea frente a la lobería, donde en las alturas de las bardas descansa una importante colonia de lobitos. Es hora de largarse al agua y allí comienza la fiesta. Una gran cantidad de jóvenes ejemplares se acercan a los participantes de la excursión y sin ninguna timidez juguetean como cachorros a su alrededor, donde no falta un atrevido que trate de treparse a la cabeza del visitante. El snorkel invita a sumergirse en las transparentes aguas del golfo y ver, como a través de un finísimo tul, el incesante ballet de los lobos nadando. Marcelo es el encargado de inmortalizar con su cámara submarina las imágenes de la aventura, que como Petra y María, dos jóvenes alemanas, sin duda llevarán a su Fráncfort natal para asombrar a sus familias y amigos con el testimonio de la inolvidable experiencia.
2. Visitar el Ecocentro
Es primavera y el buen clima invita a disfrutar de largos paseos por la orilla del mar, para llegar hasta Punta Cuevas. Desde aquí se avizora en las alturas el Ecocentro, la impactante arquitectura imaginada por James Donaldson honrando el estilo que los primeros galeses imprimieron a la zona. La amplitud de sus luminosos interiores encierra un emocionante homenaje al mar y sus habitantes, donde conviven restos fósiles, fauna reencarnada en perfectas figuras, música y textos de poemas que, aunados, conforman una delicada estética en un viaje visual y auditivo que nos interna en las maravillas y los secretos del mar. Desde los ventanales de la torre se accede a uno de los mejores panoramas del inmenso golfo y sus costas.
El importante espacio cultural ofrece, entre otros, visitas interpretativas para visitantes, alumnos y docentes, talleres y encuentros, junto a exposiciones de artistas de diferentes partes del mundo.
3. Dormir con vista al mar
Para los que busquen dormir con vista permanente al mar, sobre la avenida costera hay una serie de hoteles, como el Bahía Nueva o el Australis Yene hue, que enfrentan el largo muelle de los cruceros. Más alejado del centro, en Punta Loma descolla El Territorio, un boutique de espectacular fachada revestida de chapa acanalada, todo un símbolo de la zona. De refinada decoración y exclusivo equipamiento en sus habitaciones y espacios no faltan detalles que remiten al mar. Desde el lobby con amplios ventanales y confortables grupos de sillones se accede al bar con la barra y al elegante restaurante donde probar una excelente cocina. Enfrente y en fuerte contraste arquitectónico se encuentra el Rayentray, un moderno cinco estrellas, obligado centro de reuniones de toda importante celebración de la ciudad y de encuentros corporativos de todo tipo.
4. Comer frutos de mar
Imposible pasar por Madryn sin deleitarse con su gastronomía. Como importante centro pesquero, son muchos los lugares que ofrecen cartas a base de pescados y frutos de mar. Para los que prefieran comer con vista al mar está el tradicional Vesta, y casi en la playa, Vernardino, Yoaquina, Sotavento o Las Dunas. Los paladares gourmet disfrutarán por las noches en Los Fuegos, el particular restaurante de Gustavo Rapretti, reconocido chef de la región que recibe en su propio hogar.
Con unas pocas mesas (hay que reservar) y en solitario, el cocinero trajina en la cocina y sirve a los comensales personalmente un menú de cuatro pasos, cada uno con logradas combinaciones a base de delicias de la región, como variedad de hongos, frutos de mar y cordero patagónico. Quienes gustan de incursionar en vinos se recomienda una pasada por El Descorche, un cálido reducto que ofrece una completísima colección de las mejores etiquetas de la Patagonia que se degustan en el wine-bar de Paul Simon, junto con riquísimas tapas elaboradas por Pamela, su mujer, que el dueño va combinando con vinos de la región. En un sector almacén hay buenos aceites de oliva extra virgen patagónicos y la muy apreciada sal marina en cristales.
5. Escaparse al campo
Son 75 km de camino de ripio hasta El Pedral, una estancia en Punta Ninfas, el punto más austral del Golfo Nuevo. La importante casa con techos rojos y torre es el lugar indicado para disfrutar de una estada de campo y mar. El sitio fue el elegido por Juan Arbeletche a principios del siglo último y construido sobre los planos elegidos y comprados por correo en Europa, al igual que el amoblamiento, que fue desembarcado directamente en la playa.
Cuidadosamente conservado por la familia, los huéspedes disfrutan de la elegancia y el confort de los interiores con detalles que remiten a la época de su fundación. El matrimonio de María y Wendt von Thungen oficia de anfitriones del lugar, y son los encargados de armar los paseos que ofrecen a los pasajeros para visitar las playas que la cercana costa brinda, y que mira a lo lejos a Península Valdés. También hay excursiones a sitios con gran variedad de la fauna de la zona como elefantes, lobos marinos y pingüineras. Desde la costa, en verano, es posible ver muy próximas a las playas rezagadas ballenas, orcas y hasta delfines. En las nuevas construcciones está la pileta y el comedor, donde se disfruta de la cocina casera de la estancia y en los mediodías, luego de cualquier paseo, de un rico asado que muy a punto prepara Humberto, el criollo del lugar.