Charrería y tradición en el México profundo
Zacatecas, al norte del país y una de las ciudades coloniales mejor conservadas, invita a sumergirse en antiguas minas de plata y en su pasado revolucionario
Si a Jalisco se le adjudica el copyright del retrato del mexicano profesional -sombrero tres ambientes, bigotazo y guitarrón- Zacatecas, 600 kilómetros al norte de Ciudad de México, completa el cuadro de familia con su propia rúbrica por ser la capital de la charrería, el símil local de la tradición gauchesca con destrezas a caballo. Mariachis y jinetes recién llegados de una revuelta componen la iconografía básica en el margen sur del río Bravo y mucho de ese imaginario se inspira en estas comarcas.
Bajo tierra se esconden también los secretos de cinco siglos de Zacatecas como sede principal de la búsqueda de riquezas minerales emprendida por los españoles. La ciudad de los metales preciosos carga, por el mismo precio, con la cruz y el orgullo de haber decidido en una batalla la suerte definitiva de la Revolución Mexicana hace un siglo y monedas. Aquel acontecimiento supuso paradójicamente un legado de atraso y resistencia al progreso para la ciudad, que al menos redundó en la protección de uno de los patrimonios coloniales mejor conservados del país.
Zacatecas, que el poeta Ramón López Valverde imaginó con "rostro de cantera y corazón de plata", es un vergel de callejuelas empedradas en caprichoso ordenamiento que se pelean para erigirse como la mejor postal de la ciudad que las cobija. Reconocida como Patrimonio Cultural de la Humanidad desde 1993, la traza lleva puestas las marcas de la prosperidad hispánica. La plata bañada por la noche -y una iluminación que redobla su esplendor- configura el entorno de una novela de época.
Arte y archivo
Después de la Ciudad de México, Zacatecas es la urbe con más museos en el país y cada uno de ellos arrebata al visitante por acumulación de méritos.
El Museo Pedro Coronel, encaramado en el antiguo colegio jesuita de San Luis Gonzaga, que también fue cárcel y ayuntamiento, alberga una colección de arte universal, con más de 1300 piezas de la colección personal del pintor que le da nombre, provenientes de Egipto, Grecia, Roma, China, así como de África y de algunas culturas prehispánicas. Puesto a elegir, para no perderse en la desmesura, el visitante puede acercarse a uno de sus claustros que contiene una rica colección de gráfica contemporánea conformada por obras de Goya, Picasso, Miró, Giacometti y Chagall. Vale la pena adentrarse en los sublimes dibujos satíricos de Hogarth, como La batalla de los cuadros, En busca de votos, Festín electoral y Reunión de eruditos.
En el antiguo Convento de San Francisco está emplazado el Museo Rafael Coronel, de cuyas colecciones cabe destacar la llamada "El rostro de México", conformada por más de 10 mil máscaras, usadas en danzas y ceremonias rituales, que atrapan y meten miedo.
El centro histórico es un lienzo viviente con la Fuente de los Conquistadores, la Plaza de Armas, el Teatro Calderón y el Mercado González Ortega hechos la mayor parte en piedra de cantera con detalles del oro y la plata que le sacaban lustre a la Nueva España.
El Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez ofrece una de las colecciones más completas de la corriente artística llamada de La Ruptura, surgida a mediados del siglo XX y es único en su género en América latina.
De los templos que resguardan el acervo de la ciudad, otro de los que descuellan es el Museo Zacatecano, que ocupa la antigua Casa de Moneda. Allí conviven los legados de la historia regional con papel estelar en la vida de las minas, además de las huellas de las tribus precolombinas.
Alma de diamante
Su ubicación estratégica -centro norte del país- le granjeó a Zacatecas y a la cercana ciudad de Guadalupe un papel fundamental en el proceso de conquista y evangelización del país. Pero fueron las riquezas del subsuelo la que la catapultaron como capital de la minería mexicana, un status que detentó durante cinco siglos. De aquellos años hasta hoy reviste como uno de los mayores productores de plata del mundo, aparte de guardar galerías de cobre, oro, zinc, ónix o piedras preciosas únicas como la wollastonita, gema presente sólo en la India y en los Estados Unidos.
Ese tramo de la historia se evoca a través de la visita a la Mina El Edén, epicentro de la actividad minera desde 1586 hasta 1960 y reconvertida en uno de los mayores atractivos de la ciudad.
Los turistas pueden acceder a su cuarto nivel, ya que los tres inferiores están inundados, para recorrer un trayecto de más de medio kilómetro. Un tren lleva a los visitantes 500 metros hacia el centro de la cantera, que hoy luce como museo y representación de su saga de pico y pala en busca de sus perlas. Cuando se inauguró hace diez años, su puesta en valor incluyó la apertura del Mina Club, única discoteca en el mundo inserta en un yacimiento.
A media luz se otea los itinerarios que moldearon los miles de esclavos y trabajadores anónimos llegados en turba desde todo México para la faena, retratados en estatuas que emulan la dureza de la vida tierra adentro.
El paseo contempla la visita a un museo de minerales de todo el mundo, con piezas de belleza sobrenatural, como una catedral de cuarzo, cascos de baquelita, la lírica de la criptonita, la ágata o la galena, que destella como los trajes de luces de los toreros. En el medio interrumpe la marcha la escultura de un buscador de oro. Los guías repiten a coro que quien toque las pepitas con la mano derecha se hace rico. Este cronista es la evidencia del fracaso de esa predicción.
Las paredes reflejan, como un queso gruyere, las dentelladas de siglos de machaque en busca de brillo. En una de las vetas hay un santuario que homenajea al Santo Niño de Atocha, protector de los pequeños, fundamentales en la cadena de montaje de la extracción. En otra está esculpida la figura de Roque, una leyenda inspirada en un gobernador, creada para crear temor entre la tropa y evitar los robos.
En el antiguo casco de la Hacienda de Bernardez funciona el Centro Platero, donde decenas de artesanos ofrecen sus joyas y accesorios a base del tesoro nacional. Allí se formaron muchos de los más destacados orfebres mexicanos y las piezas se venden a precios razonables.
Desde el cielo
Al salir de la mina y volver a la superficie, los visitantes se encuentran con un teleférico que permite avistar la ciudad desde otra perspectiva y descubrir las tramas de su pasado. Puesto en operaciones en 1979, el teleférico da la medida de todos los entreveros fraguados en la historia y sus respectivas traducciones arquitectónicas. El dispositivo planea en la misma área poblada por los indígenas zacatecos que prestaron el nombre a la ciudad, a la provincia y al Estado.
Irrumpen en cámara lenta los asentamientos de las más diversas órdenes religiosas que mutaron en cárceles o escuelas según las circunstancias. O las edificaciones barrocas que pasaron a ser neoclásicas por recomendación de los borbones. También los asomos de gótico, los vestigios de la inquisición y el pulso del tiempo que difumina las penas y embellece el conjunto. El paseo recorre unos 700 metros en el que el foco es el centro histórico y su entorno. Desde arriba destella la bella catedral del siglo XVIII, sonrojada de piedra caliza por la luz del sol, la Ciudadela del Arte, el Archivo Histórico de Zacatecas y el trayecto finaliza en la explanada del cerro de La Bufa. En uno de los vértices se parapeta la recientemente inaugurada Cámara Oscura, un periscopio que emula un Google Earth analógico y brinda otra percepción aérea en tiempo real.
Turismo revolucionario
El cerro de la Bufa, precedido por una capilla dedicada a la Virgen del Patrocinio, abre paso a la Plaza de la Revolución Mexicana, el Mausoleo de las Personas Ilustres y un museo dedicado a la Toma de Zacatecas.
Todo colegial mexicano puede reseñar los hechos sin repetir y sin soplar. El 23 de junio de 1914, la ciudad fue tomada por la División Norte del ejército revolucionario comandado por Francisco Villa, en una cruenta batalla que duró siete horas con un saldo de siete mil muertos y un tendal de años de miseria para toda la población. En la explanada se levanta un monumento a los tres grandes protagonistas de la ofensiva: Felipe Ángeles, Pánfilo Natera y el célebre Pancho, el triunvirato que le infligió la derrota al ejército del dictador Victoriano Huerta.
No hubo tiempo ni para festejar. La economía entró en una recesión que generó una de las mayores migraciones de la época hacia Estados Unidos. El que no tenía nada se quedó en Zacatecas y vivió una mishiadura sólo atemperada por el fin de la Segunda Guerra Mundial. Con la diáspora de la aristocracia, no hubo dinero para construir palacios ni necesidad de presumir abolengo. Sólo quedó la prosa aletargada de la vida minera. El patrimonio colonial se mantuvo a resguardo.
Desde el 2005, cada junio tiene lugar la Cabalgata Turística Revolucionaria, recreación de la ruta que siguió el plan de ataque de la Toma de Zacatecas.
Datos útiles
Cómo llegar
AeroMéxico ofrece vuelos a Zacatecas desde Buenos Aires con escala en Ciudad de México desde 19.300 pesos argentinos. El vuelo desde Ciudad de México a Zacatecas demora una hora y veinte minutos.aeromexico.com
Dónde parar
Hotel Quinta Real. Rodeado de un acueducto colonial, el hotel está construido en las ruinas de una antigua plaza de toros. Exquisito y elegante, desde 110 dólares sin desayuno. www.quintareal.com
Dónde comer
Restaurante Condimento, Albergado por el Hotel Emporio. El restaurante ofrece los clásicos de la gastronomía zacatecana, como el asado de boda con arroz a 140 pesos mexicanos (casi 10 dólares) o la ensalada de nopales tiernos a 69 peos mexicanos. www.hotelesemporio.com/zacatecas-restaurantes
Dónde salir
Cantina Las Quince Letras
Mártires de Chicago 309, Centro. Mezcales y cervezas desde 25 pesos mexicanos.
Cambio
Un dólar cotiza a 17,34 pesos mexicanos.
Más información
www.zacatecastravel.com
De andanzas y mezcal
Cualquier coyuntura social, un egreso de la facultad, un bautismo, un triunfo de la selección, justifica una callejoneada, marca de fábrica de los zacatecanos. También llamadas andanzas por los barrios, son comparsas que marchan al ritmo del tamborazo –formación de trompetas, clarinetes, bombo y cajas- precedidos por un burrito cargado de barricas de mezcal, alma de la fiesta. Es el mismo néctar del maguey que lleva el sambenito de tequila en parajes con otra denominación de origen y que se toma a los besos. Los marchantes llevan jarritos de barro colgados al cuello para pasarse el aguardiente y seguir al frente y que no decaiga.
Fuera del ajetreo de las callejoneadas, Zacatecas oferta una vida noctámbula a tono con los que el viajero demanda del México de fondo blanco.
Grupos de música norteña, karaokes con canciones de despecho, reggatón y djs de moda calientan las veladas para el precopeo o la marcha en bares que proveen todas las variedades del mezcal zacatecano disponibles (sin gusanito).