César Silveyra: "Estamos vivos gracias a un ritmo”
Charlamos con César Silveyra, que está redefiniendo la innovación y la creatividad a través de la psicología y el rap.
Cuando se recibió del secundario, todavía jugaba al rugby y se acababa de hacer un test vocacional que le aconsejaba que bajo ningún concepto estudiara Psicología. Vivía todavía con sus papás en San Isidro y, aún sin saber qué estudiar, decidió llevar adelante como voluntario un proyecto de murga en un barrio de San Miguel. “Fue como salir del Truman Show, me bajó de la burbuja irreal, ahí descubrí el poder del baile y de la música; yo que pensaba que no tenía ritmo”, cuenta César , quien, de rebelde nomás, estudió finalmente Psicología y, después de recibirse, se tomó un año sabático en Costa Rica, donde descubrió que podía bajarse de la exigencia y hacerse amigo suyo.
Cuando sintió que ya estaba para más, volvió a la Argentina y empezó a atender en un consultorio. Pero no tardó en darse cuenta de que no iba a durar mucho sentado en una silla. Entonces, decidió dedicarse enteramente al hip-hop (ya estaba tomando clases) y más tarde a la danza terapia, donde conoció a Tini Barceló, su socia, con quien hoy llevan adelante la escuela y movimiento Decilo, que, a través de diferentes artes, promueve la expresión genuina para descubir quiénes somos.
¿Qué pasó con tu entorno cuando hiciste el cambio de rumbo?, ¿te preguntaban: “¡¿Para qué te vas a dedicar al hip-hop?!”?
Sí, y hay que ver cuándo las preguntas vienen de un apoyo y cuándo vienen desde el miedo. El miedo al futuro es raro si te apaga el presente. “¡¿No me ves re encendido con esto?!, ¡después vemos!”, les decía. La intuición la podés explicar, lo sentís: va por acá, esperame 5 años y ya vas a ver, o no, pero no importa. Por ahí me la estoy pegando contra la pared, pero igual lo voy a hacer.
Había que romper el arquetipo del rugby…
Sí; igual, no era que me habían llamado de los Pumas y me bajé; me divertía, como rugbier era buena onda, ¡el tercer tiempo era mi mejor parte! Es un arquetipo más. Igual, no sentía el prejuicio, después me daba cuenta de que era raro hacerlo; pero cuando estoy entusiasmado con algo, voy y después vemos. No es que hice un business plan de qué va a suceder con el hip-hop en mi vida, quiero hacerlo y prender ese fuego y vamos por ahí, eso es suficiente para ir. “¿Y por qué lo haces?”, me preguntaban. “¡Porque me siento súper pleno, después vemos cómo se hace negocio o no!”.
¿Te costó legitimar tu experiencia, decir: “Lo mío puede ser tan universal que transforme a otros”?
Al principio, más por inseguridad o por falta de experiencia. Pero después te vas dando cuenta de que no es tan importante hacer algo groso como ser sincero. Lo más importante a nivel popular fue la charla de TEDx Río de la Plata, y yo conté que me quedé fuera del programa de Xuxa, no que crucé el Everest. A la gente le llegó porque era real.
Fue fuerte lo de la charla TEDx, ¿creés que el reconocimiento vino cuando vos lo reconociste adentro o fue al revés?
Es circular, si yo no lo reconozco, no sucede afuera, pero cuando sucede afuera me permite tomar dimensión. Gerry Garbulsky y el equipo que organiza TEDx Río de la Plata son unos capos en ver el potencial que vos no ves; te ponen a la luz para que te des cuenta y, de paso, lo irradies. Para mí fue un quiebre. Yo conté una anécdota, hice rap –lo que hago siempre–, pero de repente diez mil personas en un estadio flashearon. Es como: “A la mierda, yo sabía que lo mío era valioso, pero ¿tanto?”. Lo que yo validé adentro se ve afuera y lo de afuera me nutre adentro, y así. Porque podés llenar un estadio y tener baja autoestima, son los dos movimientos.
¿Qué sentís que se transforma cuando lo decís con el cuerpo?
Es súper fuerte, el cuerpo no miente. No lo podés pilotear; si tenés vergüenza, por ejemplo, se te nota en la cara. Y al moverlo registrás mucha información sobre vos mismo que estaba bajo el radar de la lógica de las ideas. El cuerpo tiene eso de real y está en el presente siempre, porque el cuerpo futuro y pasado no existe. Toda la info está ahí, que es donde se siente la vida. Cuando yo me voy de mi cuerpo, si dejo de activarlo, pierdo el rumbo, me vuelo, porque es el termómetro de qué “sí” y qué “no”, y qué querés elegir. Es el cuerpo el que le da sentido a la vida.
¿Por qué será entonces que endurecemos el cuerpo, que lo abandonamos, si es tan orgánico el movimiento?
Para empezar, desde los 6 hasta los 17 años, estamos 8 horas sentados escuchando a alguien y memorizando. Mientras, te evalúan por tu capacidad para recordar y repetir. Evidentemente quedás así. Un día, fui a buscar mi hermana al colegio en primer grado y le pregunté: “Che, Simo, ¿qué onda el cole?”. Me contestó: “Está un poco raro, antes jugábamos, nos divertíamos, y ahora estamos sentadas escribiendo, pero ¡gimnasia está bueno!”. El colegio no te determina la vida, pero es lógico que te desconectes. Además, ¿viste que hay estudios que explican por qué en las ciudades hay más enfermedades mentales que en las zonas rurales? Tiene que ver con que uno sigue el ritmo de las cosas que lo rodean; por ejemplo, nosotros vamos al ritmo de la electricidad, por eso es lógico que no vayas con tu pulso. Pero al conectarte con tu cuerpo, eso se te acomoda.
Cuando arrancaste, creías que no tenías ritmo, ¿sentís que es posible que haya gente que no tenga ritmo, o todos lo tenemos?
Para empezar, estamos vivos gracias a un ritmo, vos tenés un corazón que va a un ritmo, y cuando estás en la panza de tu vieja, sentís su ritmo y según eso entendés el mundo. Después de nacer, cada uno expresa su pulso, que tiene su particularidad. Pero juzgar el arte en bien o mal, en talentoso o no, es una cagada. Muchas veces, en mis charlas le pregunto al público: “Levante la mano quien crea que baila o canta mal y por eso no lo hace”. El 80% levanta la mano, y eso es una epidemia mundial, ¿Quién te dijo que es importante que bailes bien o mal?, ¿quién dice qué es bien o mal? No está el boletín. Juzgar si está bien o mal o que sos de madera hace que no lo hagas.
Hay una oda a la perfección.
Y al juicio; de hecho, mis amigos con los que más disfruto bailar son los que “peor bailan”, porque son dos o tres que tienen una libertad absoluta. Una dinámica que hacemos en Decilo es bailar bien ridículos una canción. Ahí salís de tu zona de confort, cuando algo te da vergüenza, y los guardias que están entre tu zona conocida y lo nuevo te dicen: “¡Volvé para adentro!”. Por eso, jugando y con otros, es la mejor forma de pasar del otro lado. Y la sensación es: “Si puedo pasar este límite, puedo pasar cualquier otro”.
¿Creés que a veces hay que quedarse en la zona de confort?
Sí, cuando ves una serie con un kilo de helado al lado. Por eso, a mí me gusta decirle “zona de roquefort”. Porque confort es también el momento de cosechar lo que conseguiste. En cambio, roquefort implica que si te pasás un poco, ya es queso podrido. Un equilibrio. Si siempre estás en lo nuevo, también es un estrés, pero cuando te estás estancando o limitando, eso ya es otra cosa. Es como una planta cuando la cambiás a una maceta más grande; si expandís tu maceta, tus raíces y tu ser también se expanden, pero si sos una semillita y estás arrancando, está OK la zona de confort a pleno.
Hay momentos extremos en los que la vida te empuja y te hace moverte sí o sí, quieras o no.
Sí, hace dos años murió mi viejo y fue como una explosión de maceta total. Son esas cosas que es mejor si te agarran con el entrenamiento de soltar, de salir y de explorar; si no, es como correr un maratón sin nunca haber salido a correr: agarrate. La vida no es un caminito tranquilo, está bueno estar preparado y conectado.
¿Cómo mantenerte flexible para el tsunami?
Lo más rígido lo trae el ego, el miedo. El ego es un buen aliado si lo guiás vos, pero si está a cargo, es muy difícil. Sobre todo en este mundo de comunicar cosas, que por hablarlas a veces te creés que las sabés. Por eso está bueno estar de novio.
La pareja es un espejo heavy, es como un minigurú, ¿coincidís?
Escuché sobre unos monjes que están 50 años en un monasterio y recién entonces pasan al nivel superior, que es estar en pareja. Imaginate. Me acuerdo de que una vez mi chica me dijo: “Vos diste una charla TED y no podés hablar de tus emociones”. Y todo mi ego hizo ¡¡¡pufff!!! Nadie más que tu pareja para “ponerte real”, y lo agradecés.
¿Y qué dicen ahora tus amigos rugbiers?, ¿te quedó alguno?
Tengo algunos de esa época, son los que siempre nos quisimos como somos, cada uno respeta el estilo de vida del otro y listo. Es loco, ahora que lo mío está tomando más validación y reconocimiento, por lo menos para afuera, es como “ah, mirá, este se mando por un camino que nadie entendía y al final funciona”. Pero para mí siempre funcionó, porque yo siempre estuve feliz haciéndolo.
El proceso de la innovación
Además de dar clases especiales en su escuela Decilo y charlas inspiradoras, es convocado para dar workshops en empresas, especialmente en procesos de transformación. “Ahora está de moda ‘la innovación’, y como todo lo que está de moda, tiene el riesgo de quedar como light, que se hable pero que no suceda nada trascendental”, cuenta César, quien asegura que no tiene talleres estipulados sino que, según el proceso en el que esté la organización, arma una experienca a través del rap y el humor ad hoc. “Mi especialidad es ‘de lo conocido a lo desconocido’: no expongo a nadie, nadie sufre, se va al ritmo que cada uno puede, pero todos vivimos algo nuevo; se puede ver cómo funciona el equipo y se vive una unión mas allá de las herramientas técnicas que suman al trabajo cotidiano”. Además, hace rapsúmenes, que son resúmenes rapeados de conferencias, escucha las charlas y después hace un rap.
Mirá su charla TED x Río de la Plata: "Yo a qué vine"
Visitá el sitio web de César Silveyra para más info: https://cesarsilveyra.com.ar/
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