Censo 2022: “Así fue mi experiencia como censista, muy diferente a la de 2010″
Te contamos en primera persona cómo fue ser censista y cuáles fueron las principales diferencias con la edición anterior
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Así como hace doce años empecé la jornada con una gran duda (si había cometido un error al postularme voluntariamente para trabajar en el censo), esta vez partí con la convicción de que iba a estar buenísimo contribuir -nuevamente- con la tarea de recolectar los datos que nos van a dar información sobre nuestra población para, con ella, diseñar políticas y tomar decisiones. Ya tenía antecedentes como censista y no esperaba grandes sorpresas. Pero las hubo.
Pasado y presente: cómo lo viví
Haber sido censista en 2010 y serlo en este 2022 fueron dos experiencias bien diferentes (y aclaro que no solamente porque yo cambié mucho en este tiempo, como se nota a simple vista en las fotos; admitamos que no es muy complicado acertar a las siete diferencias). Participar en el operativo de un censo es un trabajo ocasional que no se hace por obligación, uno lo elije y cobra por eso (6 mil pesos para los de mi rango, el más bajo). Tradicionalmente en la Ciudad de Buenos Aires, las censistas solían ser casi exclusivamente las maestras porque la planta docente se destinaba -también voluntaria y rentadamente- a estos operativos. Recuerdo cuando era chica y mi mamá, vestida con su delantal blanco un día feriado, salía a recorrer calles; me acuerdo especialmente el día en que tuvo que entrar a censar a la terapia intensiva de una clínica y volvió a casa shockeada.
Ahora el reclutamiento de censistas es mucho más amplio y en mi grupo no había nadie que ejerciera la docencia tradicional. Todo tipo de trabajadoras y trabajadores nos reunimos en este heterogéneo grupo: una instructora de yoga, una empleada de la administración pública y otra del casino flotante, una de las compañeras se dedica a reparación electrónica, había una tarotista, un profesor de guitarra y corredor. Incluso hubo otra diversidad que no imaginaba, creí que mis colegas vivirían, como yo, en el barrio (Palermo, para el caso). Pero no. Varios censistas vinieron de diferentes puntos de la ciudad e incluso, de localidades de la Provincia de Buenos Aires.
La previa al Censo 2022 fue intensa. Los censistas nos preparamos desde varias semanas antes para llegar a hoy sin dudas. Así como la vez pasada, los colegas de radio nos conocimos en el aula donde tomamos presencialmente el curso de capacitación, esta vuelta llegamos al día del censo sin habernos visto antes, pero con un fuerte vínculo ya armado. ¿Cómo? Es que a principios de mayo, la jefa de radio creó un grupo de Whatsapp con las 16 personas que teníamos asignadas la misma porción de ciudad para censar. Y se armó equipo inmediatamente. Sin mencionar nada de nuestras vidas personales (de la mayoría no se sabía ni el nombre porque no figuraba en su contacto), nos fuimos conociendo y reconociendo: la que pregunta mucho, el que entiende todo, esa persona que se nota que tiene información extra, quien manda audios en lugar de texto o la que despliega muchos stickers divertidos, la más entusiasta, el inseguro. Y así. Con muy buena predisposición y gran entusiasmo.
La tecnología fue la gran innovación en esta edición 2022. Es la primera vez en la historia de los censos en Argentina que la capacitación fue virtual, que los ciudadanos tenían la posibilidad de autocompletar su entrevista en forma digital y anticipadamente, se diseñó una App para el relevamiento y procesamiento de información y ahora ¡existen los grupos de Whatsapp! Otro mundo, sin dudas.
Bueno, aunque hay que decir que el plan no funcionó exactamente como estaba previsto. Se cayó el sistema del campus del INDEC así que el curso lo tomamos a través de PDFs y videos de Youtube, la aplicación finalmente no fue de uso obligatorio, menos mal porque no era compatible con el IOSy muchos no pudimos descargarla. Terminamos todos a la vieja usanza: con lápiz y papel. Eso sí, la gran mayoría de las personas -al menos en mi zona- había realizado el censo digital anticipado.
Frío y patria
Nos encontramos a las 8 en una escuela armenia, pero desde mucho más temprano comenzaron a llegar los mensajes de Whatsapp: “buen día”, “buen día”, “buen día”, “buen día”.... “los colectivos vienen lento, el tren no”; “el transporte es gratis para nosotros, recuerden no pagar boleto con la credencial”, “sí, a mí me funcionó”; “ya estoy cerca”; “que tengamos mucha suerte hoy”. Emoticones varios, reacciones, gifs. Madrugar y salir en un día como hoy fue “para valientes”.
Es que otra gran diferencia con respecto a la edición pasada fue el clima. En 2010 fue una primaveral jornada de fines de octubre. En cambio hoy hacía un frío de locos. Ocho grados de mínima a las 7 am. Y la amenaza anunciada por el servicio meteorológico por el ciclón extratropical Yakecán que no termina de llevarse sus fuertísimos vientos. Difícil ponernos las pecheras sobre todo el abrigo sin parecer un “ekeko”.
La escarapela celeste y blanca que le agregué a mi atuendo (hoy es su día), quedó debajo de tantas capas que pasó completamente inadvertida.
Entre las pertenencias que llevé exageré con el abrigo (metí bufanda, mitones y una camperita de las que se comprimen en la mochila, por las dudas); también mis elementos básicos de bienestar (crema de manos, manteca de cacao, protector solar, oleo 31, una fruta y agua) y esta vez tuve que incluir dos pares de anteojos además de las gafas de sol: de cerca y de lejos. Algo que en 2010 todavía no necesitaba.
Ni mate, ni medialuna: el impacto del COVID
Al mencionar las particularidades del censo 2022, no podemos pasar por alto el contexto pandémico. Alcohol en gel hasta que las manos te queden como pasas de uva. Todos con barbijos todo el tiempo. Nadie te invita a entrar en su casa.... bueno, la vez pasada también había sucedido bastante, pero fue por el miedo a la inseguridad.
Ni hablar de que nos conviden algo. Durante el censo anterior hasta había compartido el mate ¡Increíble! Hoy ni loca iba a hacerlo, por prevención sanitaria. Tampoco tuve oportunidad: no recibí ni una sola oferta gastronómica.
El kit para los censistas no incluía si quiera una botellita de agua. No nos dieron nada para tomar ni comer, eso debíamos traerlo de casa o comprarlo en algún lugar -si encontrábamos abierto-. Nos lo habían aclarado de antemano. Entre nuestros materiales de trabajo, si bien avisaron que no habría barbijo ni alcohol en gel, finalmente sí hubo. En el instructivo figuraba la recomendación de llevar, además, repelente para mosquitos. Las reglas fueron generales para todo el país.
Puertas afuera y vigilada
Así como en 2010 conocí viviendas de variadas dimensiones y estilos, esta vez mi lugar de trabajo fue principalmente la entrada de un edificio (del lado de afuera), cara a cara con un portero eléctrico como espejo dorado en el que me veía como censista solitaria. Se complicaba escuchar bien los códigos con el ruido del tránsito de fondo y la “fritura” que sonaba en el aparato. Por eso, cada persona que bajaba a decírmelo presencialmente, era un alivio.
Sentí que había una gran desconfianza hacia mí. Muchos no atendían el timbre y después corroboré que estaba en sus hogares. Dos vecinos que bajaron me dijeron que me estaban mirando por la cámara del edificio; “debés tener frío, vi que estás desde tempranito”; “los que no atienden saben que sos vos, porque te vemos por la pantalla”. Me sentí observada mientras hacía equilibrio de a ratos en una baranda para no seguir sentada en el piso tan frío. Y otra también me dijo después que en grupo de Whatsapp del edificio ya estaban todos informados de mi presencia y de quiénes me habían respondido, que lo estaban conversando y que muchos se estaban haciendo los distraídos.
Una vecina me ofreció subir para pasar al baño en su casa. Agradecí, pero no acepté. Quedaban aún muchos pisos por censar.
Ingresé a un sólo departamento porque la habitante no podía bajar ni permanecer en la puerta por invalidez. Y en una casa, un señor me recibió en el zaguán: había preparado un almohadón para él y un banquito plegable para mí, me hizo pasar, cerró la puerta con llave, desplegó mi asiento y él se sentó en la gran escalera. Ahí transcurrió nuestra entrevista. Cada pregunta que le hacía desembocaba en una historia de vida. Lo escuché interesada y muda. Nos prohibieron demostrar sorpresa o incredulidad ante las respuestas, nos pidieron que la charla se ciñera al cuestionario, no hacer comentarios ni repreguntas (me costó muchísimo, pero lo logré).
Cosecha de un día agitado
- En total, durante la recorrida censé 43 viviendas y caminé menos de media cuadra (sin contar las distancias desde mi casa hasta el punto de encuentro y desde ahí al segmento que me asignaron); Es que me tocó hacer el relevamiento en 35 departamentos de un edificio, 6 locales (cerrados) de al lado y, a unos pasos, 2 casas.
- El uso de la tecnología prometía acortar la jornada de trabajo y a eso se sumó -en mi caso- una baja participación. En 2010 censé 38 hogares y terminé a las cinco de la tarde. Esta vez, me atendieron solamente en 19 hogares de los cuales 15 habían completado el formulario digital. A las 13.30 ya había entregado todo el material y estaba liberada.
- Hice solo 5 entrevistas, el resto fue anotar códigos. En general fueron encuestas a personas mayores y en esos casos fue reiterada la reacción de sorpresa al preguntar, después de anotar “cuál fue su sexo registrado al nacer”, “cómo se considera de acuerdo a la identidad de género”. Tuve que repetir y explicar en más de una oportunidad. Y aclarar que no era una pregunta mía sino del cuestionario. Lo mismo cuando consulté si se reconocían indígenas o si tenían antepasados negros o africanos. Una mezcla de asombro y ofensa bastante incómoda.
- Casi todas las personas que censé fueron mujeres que vivían solas. Dos parejas heterosexuales. Y pocos varones. Con ellos la entrevista era más corta porque a los hombres no se les pregunta (como sí a las mujeres mayores de 14 años) cuántos hijos nacidos vivos habían tenido en total y cuántos de ellos aún viven.
- Percibí reacciones opuestas en dos mujeres al preguntar lo mismo: si la semana anterior habían trabajado al menos una hora “sin contar las tareas domésticas de su hogar”. “¿Cómo? ¿No cuentan como trabajo las tareas del hogar?”, dijo una chica joven. Y una señora comentó “qué bueno que se den cuenta de que eso también es trabajo y lo pongan”.
El instructivo que estudiamos para hoy decía: “Es importante que te despidas amablemente, agradeciendo a la persona censada por el tiempo destinado y por su disposición para responder las preguntas del cuestionario”. En 2010, pegábamos en cada puerta un sticker que decía “Gracias”, ahora nos sugirieron dar en mano la calcomanía y que cada quien haga lo que quiera (evitar cualquier posibilidad de conflicto fue la premisa). Dice “Vivienda censada”, a secas, y lleva el logo.
Así fue este 2022: un censo más ágil y con mayor distancia.
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