Carla Quevedo: "Desde los 16 años, sufro trastornos de depresión y ansiedad"
Terminamos las fotos a las ocho de la noche en Libros del Pasaje y salimos corriendo a su casa. Es que su perro, Ramón, no había salido desde el mediodía y estaba esperándola ansioso. "Vamos a casa, le damos una vuelta y después tomamos un té para sacarnos el frío de encima". Era uno de los días más helados del año así que el té y la charla de mujeres sobre mujeres entusiasmaba. Hablamos de su vida entre Buenos Aires y Los Ángeles, de la depresión con la que convive desde los 16 años, de sus comienzos en El secreto de sus ojos, de su amor por la poesía, de su nueva faceta como escritora y de su rol en la lucha feminista. Es que Carla Quevedo es Alicia Muñiz en la serie Monzón y la nueva abanderada de la lucha contra la violencia de género. "De golpe la profesión me da esta posibilidad de acompañar una causa, que es lo máximo que puedo pedir", nos contaba Carla sentada en uno de los sillones del departamento que tiene en Caballito para cuando vive acá, descalza, con Ramón en su falda y una taza de té entre las manos.
¿Qué significa para vos interpretar a Alicia Muñiz?
Esto no debería decirlo porque es como una falta de respeto a mis colegas, pero creo que desde la inseguridad siempre sentí que en mi profesión, hiciera lo que hiciera, al final del día no le iba a cambiar la vida a nadie, no era tan importante. Tiene un poco que ver con mi carácter de autosabotaje. Siempre pensé que lo único bueno que hice fue aprender a mentir bien. Con los años fui valorándome más, respetándome y respetando la profesión mucho más. Monzón para mí es una oportunidad muy grande, no solo como actriz, porque obviamente es un desafío hacer un papel así y con tamaña producción, sino que también es una gran ventana para intentar visibilizar y poner un granito de arena en la lucha feminista en un momento clave. Si se hubiera filmado hace cinco años, previo al #NiUnaMenos, no hubiera sido la misma serie.
El público estaría menos atento. Hoy las mujeres ya abrieron los ojos para captar todas las violencias, hasta las más sutiles.
Creo que es un proceso que nos atraviesa a todos y se va afinando el ojo. Hay cosas que a mí misma hace años no me molestaban y hoy me parecen intolerables. ¡Qué increíble cómo una misma se formó! Porque las mujeres y los varones nacemos en la misma sociedad y el mandato machista, patriarcal, nos atraviesa, a nosotras también. Está bueno el proceso de deconstrucción que estamos atravesando y ocupar este lugar de privilegio en el que puedo ser escuchada. Desde que empecé en la carrera sentía la necesidad de decir algo que tenga un poco de rebote en el afuera y estoy contenta de que ahora se hayan dado las condiciones. Que estemos contando una historia que tiene un mensaje muy fuerte y que, a la vez, todos estén más atentos para poder recibir este mensaje.
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¿Es la primera vez que sentís que tenés algo para decir?
Antes también abracé la causa de la divulgación de las enfermedades psiquiátricas. Yo crecí con trastornos de ansiedad y de depresión. Nunca leí en ninguna revista que alguna de mis actrices favoritas sufriera de eso, lo cual a una la hace pensar que si es depresiva no puede ser exitosa. Es algo que hasta el día de hoy no se habla y eso lo único que hace es que a la persona que le toca le resulte más difícil atravesarlo. En estas cuestiones que tienen que ver con lo social hemos visto cómo inspiran y animan a otra gente a hablar de sus propias cuestiones. Cuando fue el femicidio de Alicia (Muñiz) en 1988, las denuncias por violencia de género, que en ese momento no se llamaba así, se multiplicaron. Las mujeres empezaron a darse cuenta de que lo que estaba pasando adentro de sus casas no era lo "normal". Que podían irse de esa relación enfermiza.
"Para mí es importante, sobre todo estando en una posición de exposición, no ser tibios. Si no, seguimos siendo cómplices de lo que nos proponemos cambiar".
Volviendo atrás. Hace diez años vos personificaste a otra víctima de femicidio en El secreto de sus ojos, ¿qué diferencias notás?
Formar parte de El secreto de sus ojos fue una experiencia increíble, a la que le debo muchísimo, me abrió las puertas de mi carrera acá y en Estados Unidos, pero analizando en perspectiva, el femicidio se trató tan diferente... En ese caso, la víctima, Liliana Carlotto, se construyó desde la ficción (de Eduardo Sacheri) como una víctima perfecta, una mujer casada, fiel, católica..., que no hizo "nada", entre muchas comillas, para provocar lo que le pasó. Porque en ese momento, si la víctima era imperfecta, se hubieran preguntado: "¿Y qué tenía puesto? ¿Por qué dejó la puerta sin llave?".
Como pasó en el juicio de Alicia Muñiz, cuando la estrategia de la defensa del asesino fue defenestrar a la víctima.
Claro, a eso iba. Eso en el caso de Monzón y de Alicia se vio un montón, porque se empezaron a meter con que ella iba a un pai umbanda, que era vedette, que era infiel... Ella pudo haber hecho todas esas cosas, nada justifica que le quiten la vida a una persona. La víctima no tiene por qué ser perfecta y siempre seguirá siendo una víctima.
¿Qué significa Actrices Argentinas para vos?
Yo formé parte del colectivo casi desde el inicio porque tuve la suerte de que estaba en el país cuando se gestó. Empezó siendo un chat de WhatsApp, de mujeres trabajadoras autoconvocadas, que desde nuestro lugar buscábamos lograr un cambio. Es muy loco lo que generó esta fuerza, salimos en los medios de todo el mundo, es muy fuerte el movimiento.
¿Y cuál es tu rol dentro del grupo?
Ahora, al estar protagonizando la serie, se da que me llaman de todos los programas y está buenísimo porque me sirve para poder difundir un mensaje empoderador para las mujeres. El otro día llamé a Laurita Azcurra, ella es parte de la comisión de prensa, porque iba a un programa importante, de esos que se sabe que buscan carroña, para poder tener en claro, más allá de lo que sucediera alrededor mío, cuál era el mensaje que yo quería dar para Doña Rosa.
¿Y cuál es el mensaje que querés dar?
Yo soy muy fiel a lo que creo. No quiero ser tibia. Entiendo que va a haber gente a la que le va a hacer mal, que me va a tachar de... (acá completá con todas esas palabras que no quiero repetir porque si no, es como fomentar eso). Pero para mí es importante, sobre todo estando en una posición de exposición, no ser tibios. Si no, seguimos siendo cómplices de todo eso que nos proponemos cambiar. Estamos moviendo las placas tectónicas de la sociedad y, obviamente, se van a caer cosas, van a hacer ruido y va a haber gente que se va a quejar y te va a criticar, pero me parece que el fin es más importante. Hay que dejar el ego de lado y entender que probablemente vaya a haber marcas que ya no te llamen porque estuviste saliendo en fotos con el pañuelo verde. Pero hacer foco en eso es un camino muy individual.
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Hablemos de depresión, sin tabúes. ¿Qué querés transmitir al convivir con este transtorno desde hace tantos años?
Es una discusión que tuve mucho con parejas, amigos, familia... Ellos, en un intento de protegerme, dicen: "Bueno, basta, no hace falta que lo hables todo el tiempo". Y para mí hace mucha falta, hace falta más. Sobre todo hoy en día, con las redes sociales, porque se genera una impenetrabilidad y una falsa visión de que la vida de la gente es perfecta. Es muy dañino.
Es muy difícil después deconstruir eso, empezar a mostrar lo verdadero.
Está bien que nadie se saque una foto en el momento del llanto. Suben la del día del evento, no la de la mañana siguiente con todo el make up corrido y la cara de "no dormí un corno durante una semana". Pero para mí está bueno mostrar lo que nos pasa con sus luces y sombras.
Vos sos de reírte bastante de vos misma, incluso de tus momentos de llanto.
Para mí es una herramienta de liberación. Muchas veces tiendo al humor, y se me ha cuestionado: "Si hacés tantos chistes sobre la depresión, es porque realmente no estás deprimida". Ahí, hago una pausa y no dejo que me afecte ese discurso de que hay formas para hablar de la depresión. ¡No! Es hablarlo de la manera que te haga bien, como necesites hacerlo. Si es desde el humor, también vale.
Para eso qué te ayudó más, ¿la actuación o la escritura?
Escribir. La escritura me lleva al lugar en el que me reconozco. No quiero ser irresponsable y decir "me curé gracias a...". ¡No! La terapia y el tratamiento son fundamentales, sin duda. Pero escribir a mí me ayuda mucho para dilucidar lo que me pasa, porque es sacarlo un poco del cuerpo. Siento que existe una mochila donde llevamos todas las cosas que sentimos, que nos pasaron y nos pasan. Para mí, escribir es ir sacando cosas de a poco de esa mochila e ir poniéndolas en otro lado donde siguen existiendo, las seguimos viendo, pero no nos pesan tanto. Porque hay una lucha de una con las cosas que nos lastimaron, que, si bien sabemos que eso nos hace mal, hay una negación a dejarlas ir del todo porque estamos muy aferradas a definirnos por esas cosas, aunque no lo queramos ver o decir. Nos definimos, también, por esas cosas que nos hacen mal. Hay resistencia al cambio en general, el cuerpo y la mente se resisten. En esta búsqueda también tenemos que aprender que hay herramientas que creamos para protegernos cuando éramos niñas y hoy en día son solo trabas y, aunque cueste, hay que desarticularlas.
¿Cómo cuáles?
Por ejemplo, mecanismos de defensa, no dejar que la gente se te acerque. Por ahí cuando vos tenías cinco años era necesario, era la única forma de marcar una distancia. De adulto podés aprender del diálogo, de tus límites, que no necesariamente son "no dejo entrar a alguien en mi vida", sino "dejo entrar a tal persona, de esta manera, hasta acá, hasta acá no", una empieza a comunicar.
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¿Desde cuándo escribís?
Desde segundo grado tengo diario íntimo, lo digo un poco en chiste y un poco de verdad, porque creo que tener esa constancia con la escritura hizo que cada vez me fuera más necesaria. Con una búsqueda más literaria, creo que desde los 15. Escribía muchos poemas o letras de canciones. A los 16 fue cuando me empecé a copar mucho con la poesía, porque me compré un libro de Alejandra Pizarnik, medio al azar, empecé a leer y flasheé mal. Fue la primera vez que me conecté con una autora de esa manera, con la poesía. Me sentía identificada con las cosas que escribía. A partir de ahí fue un viaje de ida. Empecé a leer bastante poesía y ese gusto por la poesía se profundizó, te diría que alrededor de 2011, cuando estaba viviendo en Nueva York.
¿Leías poesía en inglés?
Sí, leía en inglés para mejorar el idioma. Me propuse que todo lo que leyera mientras estuviera viviendo en Estados Unidos tenía que ser en inglés, porque de esa manera conocía más palabras y ayudaba en esta búsqueda de ser bilingüe. Empecé a leer mucha poesía, a los poetas beats yanquis. Yo me mudé en 2010 a Estados Unidos, en 2011 todavía no manejaba el idioma al 100% y me pasaba que me ponía a leer una novela y me aburría porque no entendía todo. Si vos de una página entendiste un párrafo se te hace muy denso. Entonces empecé a leer poesía, que la podía tomar de a una página a la vez, eran menos palabras, era más abordable y, a la vez, la poesía tradicional usa el lenguaje de una manera menos coloquial. En todas las páginas que agarraba encontraba una palabra nueva y de esa manera iba ampliando mi lenguaje.
Acabás de editar tu primer libro, Me peleé a los gritos con el manager del spa, ¿de dónde surge ese título?
Del título de un poema, que es mucho más largo en realidad, que está en la página 97 y se llama "Me peleé a los gritos con el manager del spa y lloré violentamente en público porque había comprado un cupón para un masaje de pareja y no me querían hacer los masajes a mí. No es mi culpa estar sola y sufrir dolor de espalda crónico y depresión". Pero ese no era el título desde el principio, surgió al final, los editores decían que era más marketinero. Para mí lo importante era la foto de tapa, que es una foto real, de mi primera competencia de patín artístico. Englobaba mucho todo el concepto del libro, que tiene que ver con un contexto festivo, hay gente sonriendo, levantando orgullosa su trofeo... Yo estoy ahí y, sin embargo, la estoy pasando como el orto, estoy llorando con mi trofeo en la mano, tratando de esconderlo, porque era más chico que el del resto de mis compañeras. Esa cuestión de que las circunstancias no dictan cómo uno las atraviesa. Muchas veces una puede tener todo lo que para otro es el éxito o la felicidad y, así y todo, por la razón que sea, no sentirlo así.
¿Pasó de verdad lo del spa?
Sí. Es una situación que me describe muy bien, jaja. Es mejor el resumen que la anécdota en sí, me parece. Estaba en Nueva York muy, muy sola, fines de diciembre, la ciudad vacía por las fiestas, invierno feroz, frío, y yo, re clavada con mucho dolor de espalda, porque tengo dolor de espalda crónico, y había encontrado un cupón para un masaje de pareja, que eran dos masajes de una hora cada uno al precio de un masaje.
Pero cuando llegué al spa no me querían hacer los dos (yo pretendía hacerme los dos masajes de corrido), ni siquiera me querían hacer uno, porque decían que era un masaje de pareja. Llamaron al mánager, primero le explicaba por las buenas, y llegó un momento en que la situación me exasperó tanto y me dio tanta angustia... Obviamente no por el masaje en sí, sino porque eso evidenciaba otro tipo de soledad y de desborde. Me angustié mucho, me puse a llorar y a gritar en el medio del spa. A veces pasan en la vida esas cosas, ¿no?
Aunque el humor está presente en tu escritura y en cómo te tomás las cosas de la vida, nunca te tocó un papel de comedia...
¡Me encantaría! Hay un prejuicio hacia la comedia, como que no es la actuación, entre comillas, de verdad. ¿Por qué? Es algo de la industria, el premio a mejor actor nunca se lo dan a alguien que hace reír. Son esas cosas que son arcaicas y que de a poco se van desentramando. Me encantaría hacer comedia, tuve una sola experiencia en la que pude explorar realmente el personaje, que fue 20.000 besos. Nunca me sentí tan bien en un set. Porque también tiene eso, cuando una toca temáticas tan densas, es medio inevitable que lo oscuro te atraviese.
Necesitás meterte en esa oscuridad.
Un poco sí. Me pasaba eso en Monzón, que muchas veces en el set se vivía un clima festivo, que tiene que ser así, porque si no, es insoportable. Pensá que laburamos 12 horas por día y estamos todos con una densidad que no se soporta y muchas veces los técnicos necesitan descomprimir, pero a mí, que estaba metida en el personaje, muchas veces me pasaba que decía "no da", estamos representando un femicidio y es muy difícil que eso no te atraviese.
Cuando terminás de filmar algo así, ¿cómo te sacudís?
Esta fue la vez que más me costó salir de la violencia de todo lo que filmamos. Volvía a mi casa con una carga violenta en el cuerpo. Hacía un montón de ejercicios de respiración, trataba de relajar, de ablandarme, porque tenía una contractura cervical tremenda de la tensión que estábamos manejando en el set. Porque, por más que estés actuando, hay algo desde lo físico, el cuerpo lo atraviesa igual. No registra la metáfora, lo cual es maravilloso cuando son cosas buenas porque te imaginás que estás re enamorada, con las endorfinas..., pero el cuerpo también siente el miedo y es difícil despegarse después de eso.
¿Siempre tenés trabajo o hay momentos en los que decís "hace mucho que no está pasando nada"?
Lo que pasa es que, al balancear la carrera entre allá y acá, por suerte se va generando una continuidad. Pero es una profesión de mucha incertidumbre. Yo laburo dos veces por año y no entiendo cómo me mantengo. Ahora salió Monzón al aire y estoy re contenta, pero no sé cuándo voy a volver a laburar. Tengo la confianza de que van a venir cosas, pero nunca sé qué ni cuándo ni dónde.
"Lo que pasa es que, al balancear la carrera entre allá y acá, por suerte se va generando una continuidad. Pero es una profesión de mucha incertidumbre. Yo laburo dos veces por año y no entiendo cómo me mantengo".
¿Te gusta esa incertidumbre?
No, me resulta insoportable. Es angustiante. De vuelta, se trata de ser suave con una porque cualquier persona que no tenga una continuidad laboral o que tenga una incertidumbre respecto del futuro va a sentirse angustiada. Es una angustia normal.
¿Sos impulsiva con todo o a algunas cosas les das muchas vueltas antes de decidirlas?
Las dos cosas. Pienso mucho todo el tiempo, mi cabeza es como una mesa de tejo en la que voy de una idea a la otra sin parar y, en general, le doy tantas vueltas a un mismo pensamiento... Hago todo el proceso de convencerme; una vez que lo logro, me empiezo a dar los argumentos contrarios a ver si puedo volver a convencerme de lo otro... y así infinitamente. Lo que termina sucediendo es que, después de darle un millón de vueltas, termino tomando una decisión absolutamente impulsiva que la mayoría de las veces no tenía que ver con ninguna de las opciones. Me pasó con esto: Nueva York o Buenos Aires, Nueva York o Buenos Aires, y un día dije: "Me voy a LA" y casi no lo había pensado. ¿Me funciona? Creo que no. No pretendo mostrarme como una persona funcional tampoco, jaja. Pero lo voy atravesando y por ahora es la manera en que opero. Soy consciente de que todavía tengo mucho por delante y de esos tropezones también aprendo; a veces, que tengo que pensar un poco más, y a veces, que tengo que pensar menos.
Maquilló Mechi Miqueo con productos Lancôme. Peinó Mae Ludueña para Vardo Management. Agradecemos a Libros del Pasaje, Mila Kartei, Trosman, Rosario Guerra Wirna, Cata Dulce y Lucas Pérez Alonso por su colaboración en esta nota.
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